Páginas

El francés que rescata y defiende a los vinos campesinos de Chile

“No creo que el vino sea personal, a pesar de que todos los enólogos son egocéntricos y se creen artistas”, dice Louis-Antoine Luyt. Foto: Manuel Herrera / El Mercurio

De Nueva York a Tokio valoran a Louis-Antoine Luyt por su trabajo en la olvidada cepa país.

Por: Eduardo Moraga - El Mercurio (Chile) - GDA 08 de abril 2018.

Hay varias reglas para ser exitoso en el mundo del vino. Número uno: ser amable con los escritores y críticos de vino. Número dos: llevarse bien con el resto de los viñateros. Número tres: ponerles tu sello a los vinos que haces. Louis-Antoine Luyt no sigue ninguna de esas normas.

No envía sus botellas a los críticos. Tiene casi nula relación con sus colegas viñateros. Y este año dejó de hacer vino para comercializar ‘pipeño’ hecho solo por campesinos. Sin embargo, tiene fama mundial.

“Es el viñatero más excitante del mundo”, dijo de él Levi Dalton, el influyente podcaster de ‘I’ll Drink to That!’

La subida es para terminar con el corazón en la mano. En la cumbre de la colina están esparcidas parras de la uva país y algunas de variedades blancas. Cada una crece como una planta aislada, no existen las ordenadas filas de viñedos que se pueden ver desde la carretera en los valles de Casablanca o Colchagua. Louis-Antoine Luyt apunta a una colina que está al frente, y dice: “Por ahí anda don Raúl, trabajando sus parras”.

Raúl Martínez vive y trabaja en Panguilemu. No es fácil dar con él ni con sus parras. Hay que recorrer 35 minutos desde Chillán (400 kilómetros al sur de Santiago) rumbo a la costa, primero por caminos asfaltados y luego de tierra. Cada tanto, aparecen árboles quemados. Son las cicatrices de los megaincendios forestales del último verano. Es fácil perderse. No es una tierra para turistas.

Pequeños viñateros como Martínez son el último eslabón en una cadena que partió en el siglo XVI, cuando los conquistadores españoles trajeron parras de país y de moscatel. Su rusticidad les permitía sobrevivir solo con las lluvias y pocos trabajos agrícolas. Ideales para gente que vivía en la frontera austral del imperio.

La larga herencia, eso sí, resultó ser una bendición maldita. Esos viñateros, vendimia tras vendimia, reciben los peores precios. Hace dos años se llegó a pagar 80 pesos (370 pesos colombianos) por el kilo de esa uva: un tercio de lo que se pagó por un kilo de cabernet sauvignon del tipo más básico. El vino que sale de esas uvas es considerado rústico por el grueso de los paladares actuales. Por lo menos, el de los chilenos. Porque afuera, otra es la historia.

La casa de Don Raúl queda en el minivalle que está entre las dos colinas en las que cultiva. Y junto a ella, una bodega de adobe. Luyt pide permiso para inspeccionarla. Adentro hay varios fudres tamaño XL. Uno de ellos, con capacidad para tres mil litros, tiene un vino blanco que Luyt pretende vender. Se encarama y saca las cenizas que lo cubren, por motivos sanitarios, y con una manguera llena un vaso.

El vino es corpulento y aromático. Luyt cree que de ahí puede salir uno de los grandes blancos de la vendimia 2017. No solo de la cepa país vive el viñatero.

En Noma y el Celler

Los vinos de Luyt están en los restaurantes más reputados del mundo, como el Noma, de Dinamarca (reabierto en marzo), o el Celler de Can Roca, en España. Una de las distribuidoras de vino más importantes de Estados Unidos, la neoyorquina Louis Dressner, rompió su costumbre de vender solo vino europeo y comenzó a importar sus botellas. Por estos días, Luyt trabaja junto a José Pastor Selections, un importador de San Francisco, especializado en vinos españoles, para hacer lo mismo en la costa oeste.

Luyt se hizo un nombre como viñatero gracias al rescate de la uva país. En España se la conoce como Listán Prieto y terminó arrinconada en Canarias, frente a África. En América, sin embargo, tuvo varios siglos de esplendor: colonizó desde California, donde se la conoce como ‘Mission’, hasta Chile, donde la llamaron país.

A partir del siglo XIX, la búsqueda de vinos más corpulentos y refinados llevó a imitar a Francia, y a reemplazar las centenarias parras de uva país por cabernet sauvignon o merlot. Al término del siglo XX, la país ya había desaparecido casi totalmente de la zona central (el corazón del vino chileno) y sus últimas trincheras estaban en zonas como Cauquenes o Itata, en las regiones del Maule y Biobío (sur), en que la falta de canales de riego dificultó su reemplazo por otra actividad agrícola. Sin embargo, durante todos estos años los campesinos de esa zona la siguieron cultivando de la misma forma que sus padres, sus abuelos y bisabuelos, haciendo un vino conocido como pipeño.

De mochilero a viñatero

Luyt llegó a Chile en 1998. Tenía 22 años y de vino solo sabía beberlo. Su objetivo era recorrer Suramérica como mochilero. Se había criado en Saint Malo, en la costa de la Bretaña francesa. Su estancia en Chile se fue alargando, empezó a trabajar como mesero en un restaurante en Lo Barnechea, en Santiago. Allí le llegó la noticia de que la Escuela de Sommeliers, creada por el master ‘sommelier’ Héctor Vergara, iba a dictar su primer curso. Y se inscribió.

A Luyt le molestaba que los vinos chilenos se parecían, a pesar de provenir de diferentes valles. Y que, además, casi todos eran de cepas francesas. Veía en el pipeño un vino con identidad local. Una vez le preguntó a uno de sus profesores si se podían hacer vinos interesantes a partir de la uva país. Y la respuesta del profesor fue un rotundo ‘no’. “Él es el culpable de que esté haciendo vinos de uva país”, dice Luyt.

Hace una década, Louis-Antoine empezó a hacer vinos con la uva de pequeños viñateros sureños. Eso sí, dobló la apuesta, no solo usó cepas despreciadas, sino que las trabajó con una enología de mínima intervención, tal como lo dicta la tendencia de los vinos naturales, en boga entre productores rebeldes de Francia e Italia. El resultado rompió los márgenes de lo que era posible en el vino chileno.

Su Clos Ouvert, de uva país del Maule, llevó al crítico inglés Tim Atkin, famoso por señalar que el vino chileno era aburrido como un Volvo, a exclamar (mayo de 2010) que era “el vino chileno más excitante que he probado en años. ¡Wow!”.

Una nueva etapa

Luyt se convirtió en un profeta fuera de Chile. Sus vinos de uva país, a los que sumó otras cepas, lograron un público fiel entre los consumidores de vinos alternativos de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Japón. “Usan iPhone para todo, pero quieren un vino lo más natural posible”, dispara el francés.

Las ventas aumentaron vendimia tras vendimia. Logró cerrar negocios con importadores inaccesibles para otras viñas chilenas. Pero todo se fue al carajo en 2016. La bodega donde elaboraba sus vinos sufrió una contaminación por hongos y prefirió no vender su producto para no matar el prestigio. Afirma que perdió casi 200.000 dólares.

Decidió reinventarse como viñatero. Comenzó a adquirir directamente el vino a los campesinos. Ahora su participación se reduce a embotellarlo y colocar una etiqueta que solo dice pipeño y el lugar de origen. Su nombre como autor desapareció del frontis de la botella. “Son personas que llevan 30 o 50 años haciendo vino. Es gente que sabe hacer pipeño mejor que yo”.

Luyt decidió concentrarse en lo que hacía mejor: conectar a viñateros como Raúl Martínez, de Panguilemu, con los ‘winegeeks’ de Nueva York, Tokio, Londres o París. De hecho, sus botellas son casi imposibles de probar en Chile.

De Tokio hasta Chillán

Yazuko Goda es pionera de la importación de vinos naturales en Japón y viajó hasta Chillán para conocer ‘in situ’ a Luyt. En Tokio, su empresa ocupa un edificio de cinco pisos.

El lugar de la reunión es una mezcla de restaurante y sede social, vecino a la cárcel de Chillán. Se ingresa por un pasillo en semipenumbra. Un par de parroquianos sentados junto a la barra conversan con el dueño. Es pasado el mediodía y las mesas están vacías. Según Luyt es el mejor restaurante de Chillán. Recomienda los platos de liebres y conejos.

Sobre la mesa, Luyt pone botellas de pipeño. Son de uva país y vienen de viñedos en Carrizal, Pichihuedque y Laja.

Sugiere comer algo liviano y pide un par de chupes: uno de jaibas y el otro de locos. Son contundentes y sabrosos.

Cada vino es un animal distinto. Carrizal es calmado; Pichihuedque es salvaje, y Laja, delicado.

Solo se venden en una pequeña tienda de vinos en Chillán y en un puñado de restaurantes de Santiago. El resto de las botellas abandona Chile. Luyt dice que no quiere perder el tiempo peleando con clientes que no pagan y con consumidores que no entienden sus vinos.

El francés ignora a casi todos los críticos de vino. Una jugada extrema en un mundo donde los puntajes son una de las herramientas de márketing más potentes para los productores. “Si quieren probar mis vinos, que los compren”, anota con firmeza.

“Mi nombre es secundario. Yo, Louis-Antoine Luyt, soy secundario. No quiero ser la parte visible del iceberg. No quiero estar adelante... No creo que el vino sea personal. A pesar de que todos los enólogos son egocéntricos y se creen artistas”.

–¿Y usted (le pregunto), no es egocéntrico?

–Obvio que soy egocéntrico. Pero comparto.

Quienes han trabajado con él le critican un trato duro y un carácter explosivo. Sin embargo, reconocen que marcó un antes y un después en el vino chileno. Luyt se queja de pocos le han reconocido su aporte.

Cuando él empezó no había espacio en las guías para la cepa país. En la última edición de ‘Descorchados’, la principal de Chile, se recoge en una categoría propia a los vinos de esa variedad, tal como sucede con el cabernet sauvignon o el pinot noir. Fueron 13 las botellas de cepa país que obtuvieron altos puntajes.

“Mi proyecto es un proyecto social. Si puedo haber cambiado algo en la historia del vino en Chile, estoy muy orgulloso. Empujé, provoqué la rabia, el celo, que la gente se metiera … Y para mí todo eso significa que sacudí algo”.

Hace poco hizo una gira promocional por Estados Unidos. Calcula que en promedio pasa 80 días al año fuera del país. En Chillán lo esperan su mujer y sus tres hijos.

Luyt termina su chupe.

“Chile me ha dado todo. Lo mejor y también las mayores cachetadas”.

https://www.eltiempo.com/cultura/gastronomia/el-frances-que-rescata-y-defiende-a-los-vinos-campesinos-de-chile-202434