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Alcohol Desnaturalizado o Metilado

El alcohol desnaturalizado, también llamado alcohol metilado es un producto de etanol que tiene aditivos para convertirlo en venenoso, con mal gusto, con un olor repugnante o causante de náuseas para desalentar el consumo recreativo. A veces se tiñe de manera que se pueda identificar visualmente. Se puede añadir piridina, metanol,  o ambos productos para hacer que el alcohol desnaturalizado sea venenoso, o también se puede añadir denatonio para hacerlo amargo.

El alcohol desnaturalizado se utiliza como disolvente y como combustible para los quemadores de alcohol y las estufas de acampada. Debido a la diversidad de usos industriales para el alcohol desnaturalizado, se han utilizado cientos de aditivos y métodos de desnaturalización. El aditivo principal ha sido tradicionalmente el 10% de metanol (alcohol metílico), dando lugar al término "espíritus metilados". Otros aditivos típicos incluyen alcohol isopropílico, acetona, metil etil cetona, metil isobutil cetona y denatonio.

A pesar de su contenido venenoso, a veces se consume alcohol desnaturalizado como alcohol estándar. Esto puede producir ceguera o muerte si contiene metanol. Por ejemplo, durante la prohibición en los Estados Unidos, la ley federal requería metanol en alcoholes industriales de fabricación doméstica. El día de Navidad de 1926 y los dos días siguientes, en medio del "Gran Experimento" de la prohibición nacional de alcohol, en la ciudad de Nueva York, 31 personas murieron por intoxicación de metanol.  Para ayudar a prevenir este hecho, a menudo se añade denatonio para dar a la sustancia un sabor extremadamente amargo. Se añaden sustancias como la piridina para dar una olor desagradable a la mezcla y también se pueden incluir agentes como el jarabe de ipecacuana para inducir vómitos.

Nueva Zelanda ha sacado el metanol de su formulación "espíritus metilados" aprobada por el gobierno.

"¡No bebas espíritu metilado!
Cartel soviético






Señales: Introducción con pajarito

El barman cientifico: tratado de alcohologia
Libro de Facundo Di Genova
Los procesos químicos posibles tienen mucho que decir en la producción de bebidas alcohólicas. La fabricación casera que se realiza en las cárceles es un sugestivo ejemplo de un mundo poco conocido. Cierta vez, durante una visita a una cárcel argentina, un condenado me facilitó la receta del pajarito, el brebaje alcohólico artesanal que fabrican los presos de manera clandestina, y que viene a suplir la falta de bebidas embriagantes dentro del presidio, pues el ingreso de éstas, oficialmente, está prohibido.
-¿Y cómo hacen para ingresar el alcohol etílico? –le pregunté al reo.
-No ingresamos nada. El alcohol nace con el pajarito –respondió, y comenzó a enumerar los procedimientos.
Me costó entender, como sugería el preso, que el alcohol se generaba a partir de un brebaje que en principio no era embriagante sino más bien una sopa dulce. Pensaba que el pajarito era, en realidad, un licor: un néctar de alguna fruta o verdura al que se le adicionaba alcohol fino, el que venden en las farmacias. Pero no. Me entusiasmé aún más cuando me dijo que todas las bebidas alcohólicas fermentadas se hacían más o menos de la misma manera, y más tarde aluciné cuando di con el nombre y apellido del procedimiento bioquímico que originaba el vino que había embuchado la noche anterior, el mismo que el reo manejaba con pericia para hacer su pajarito.
Se trataba de la fermentación alcohólica y de su reveladora faceta microscópica: el alcohol sólo es posible por la acción de una o varias especies y géneros de microbios, de las moléculas que los constituyen y de los desechos que general.
¡Microbios! ¿Dónde? ¡Llamen a desinfección! Aceptémoslo: sin estos microbios, que en el camino de la fermentación forman además familias numerosas y colonias multitudinarias, no existirían las bebidas con alcohol.
¿Cómo es posible que una comunidad de células sea una condición necesaria para la existencia del alcohol? Paciencia: ya conoceremos las levaduras y sus amigos, responsables del contenido de muchas de las botellas que tenemos en la barra.
Intentaremos ahora fermentar pajarito en nuestro laboratorio casero, según la exclusiva receta que el reo nos ha proporcionado, a saber: papa rayada con cáscara, arroz, azúcar y agua.
No es la única receta de pajarito, así llamado porque, al desajustar la tapa a rosca del pequeño bidón, el gas carbónico lanza desde el interior un chiflido agudo y persistente que recuerda al canto de un pájaro. En las condiciones de los privados de la libertad, cualquier cáscara o pulpa de frutas y verduras es bienvenida para desarrollar el brebaje carcelario.
Nuestra primera hipótesis es que las levaduras salvajes presentes en la cáscara de la papa lograrán fermentar el azúcar, lo que generará alcohol y gas carbónico, y otros productos secundarios.
Una vez puestos todos los elementos en el bidón de plástico que hará de cuba fermentadora, y luego de al menos un día, el experimento comienza a brindar sus signos más corrientes. En este punto, cerrado el bidón herméticamente, en un contexto de temperatura promedio de 20°, el recipiente parece a punto de estallar. Como los presos, debemos ahora desajustar la rosca durante cuatro días para evitar que el bidón explote.
Al quinto día, quien se anime a probarlo notará primero un agradable perfume a flores y una consistencia melosa y un poco alcohólica del líquido, siempre blanquecino, con finísimas burbujas, con sabor un poco a puchero y otro poco a arroz con leche, todo lo cual nos hace pensar que la fermentación marcha sobre rieles. Si la fermentación no ha concluido, al menos está a punto de hacerlo.
Y aquí una imprudencia puede echarlo todo a perder. Seamos imprudentes para conocer qué es lo que pasa. Abandonemos el pajarito a su suerte durante una semana más, sin filtrarlo (los presidiarios lo hacen con una sábana) ni enfriarlo, y sin siquiera calentarlo a más de 70° durante algunos minutos para eliminar la actividad de los microbios (pasteurización). Grave error.
Si escrutamos el pajarito a la semana siguiente, siempre con la precaución de desenroscar la tapa del bidón para drenar gases y evitar una explosión, tal como me había advertido aquel preso, vemos que el bidón apenas se ha hinchado. Por dentro, en cambio, la situación ha mutado en una especie de bomba química blanquecina.
El pajarito huele ahora a vinagre y a solvente, y tiene un aspecto jabonoso… ¿Quién se anima a probarlo? Nadie, y mejor que así sea.
Evidentemente el hecho de no detener la fermentación por frío o por calor, o por la adición de algún químico, hizo que el proceso de degradación bioquímica del brebaje siguiera su marcha: el escaso alcohol ahora es ácido acético, pues huele fuertemente a vinagre. Por otra parte, su consistencia jabonosa nos hace recordar que el glicerol (un líquido incoloro, espeso y dulce, también conocido como glicerina, que químicamente es un alcohol y que se produce industrialmente con aceites vegetales y sebo de animal para fabricar jabones, entre otras cosas) es también un subproducto inevitable de toda fermentación alcohólica.
Así, en el caso del pajarito que siguió fermentando, reconocemos que el glicerol no es un subproducto menor, difícil de detectar visual y olfativamente, sino la sustancia dominante. Y de inmediato nos convencemos de que a la fermentación alcohólica, la del olor a flores, finísimas burbujas y consistencia melosa, le ha seguido una segunda fermentación, la temible fermentación gliceropirúvica.
Resta anotar dos datos sobre este fallido experimento casero. Primero, decir que la producción carcelaria de esta bebida clandestina viene siendo abandonada como práctica cultural en los presidios a causa quizá del acceso más simple pero igualmente clandestino y perjudicial a diversos psicofármacos y otras drogas ilegales. Segundo, explicar por qué en este caso la comparación del pajarito refermentado con una potencial bomba química no está muy lejos de la realidad, ni de la historia.
Como bien saben los químicos, el glicerol mezclado con ácido nítrico da nitroglicerina, un material altamente inestable y explosivo. Los más puntillosos recordarán que con la nitroglicerina, mezclada con una arena especial y pólvora, se fabrica la dinamita, un invento del sueco Alfredo Nobel, el de los premios. Asimismo, la glicerina fue muy utilizada por la industria bélica de principios del siglo XX, en especial por los alemanes, que fabricaban bombas con ella, en los albores de la Gran Guerra (1914-1918). Los memoriosos recuerdan que, sin embargo, esta producción estuvo seriamente comprometida por el bloqueo marítimo británico, que no sólo impidió la importación de aceites vegetales hacia Alemania sino también la producción del glicerol derivado de esos aceites. Para solucionar el problema, el II Reich le encargó al científico Carl Neuberg, quien algunos años antes había acuñado el término bioquímica para referirse a un nuevo campo de estudio, que encontrara una alternativa a la producción del glicerol derivado del aceite vegetal. Neuberg rescató ciertas observaciones del francés Luis Pasteur, de quien hablaremos muy seguido en estas páginas, sobre la producción del glicerol en las fermentaciones alcohólicas. Descubrió que la fermentación alcohólica, agregando una sustancia (bisulfito sódico), podía desviarse a un líquido azucarado, de modo de favorecer considerablemente la producción de glicerol a expensas de la de alcohol y dar lugar a la fermentación gliceropirúvica. De esta manera, los alemanes consiguieron fermentar industrialmente más de mil toneladas de glicerol al mes para usos militares, aunque no pudieron ganar la guerra.
Un poco alertados por esta historia, y por otras complejas y olorosas emanaciones contaminantes del pajarito destapado, como hedores fuertemente punzantes, ácidos y corrosivos, tiramos nuestro experimento por la rejilla, acusándolo de tóxico y peligroso para la paz mundial.

15/01/12 Fuente: Diario Uno | Facundo Di Genova.
Leé todo el artículo en Señales: Introducción con pajarito | ArgentineWines.Com




Carta-recetario de la muerte: horripilantes e inmundos tragos de la subcultura carcelaria chilena

Incautación de botellas con chichas artesanales hechas con restos de frutas, en la Cárcel de San Felipe, agosto de 2018. Al parecer, las estaban preparado para celebrar la Fiestas Patrias. Fuente imagen: Portal SoyValparaíso

Vinos, chichas, "terremotos", borgoñas, arreglados y cervezas... Pero hay una categoría de bebidas alcohólicas que no se verán mucho en estas Fiestas Patrias, salvo que se esté en cana: los tragos de las cárceles chilenas, cotizados en las comunidades penales especialmente en períodos del año como las celebraciones que ya se vienen y después en la Navidad.
En octubre de 2014, los resultados publicados de un estudio encargado a la consultora  Euromonitor International por la Asociación de Productores de Cerveza de Chile (ACECHI), revelaron que los niveles de comercio ilegal de bebidas alcohólicas en Chile eran bajísimos: sólo 6,1% del total, del cual, a su vez, un  63,6% corresponde a adulteración. Como referencia, el promedio de la región subcontinental de alcoholes ilegales es de 25,9% (ver artículo "Un 6,1% del alcohol que se comercializa en Chile es de origen ilegal", en la sección Economía y Negocios del diario "El Mercurio", martes, 28 de octubre de 2014).
Sin embargo, el estudio reveló algo interesante y casi intrigante: un 0,3% de aquel alcohol ilegal se relaciona con producciones informales dentro de condiciones de privación de libertad, por parte de reos. La cifra también es muy baja, especialmente si es comparada con otros países, pero revela que aún existe una pequeña "industria" de creación de bebidas alcohólicas con ingeniosos, extraños y a veces repugnantes procedimientos, destinados a satisfacer las adicciones incontrolables de algunos presos.
Ese mismo año, un grupo de reos de nacionalidad chilena y peruana fueron descubiertos en la Cárcel de San Pedro de La Paz, Bolivia, con todo un taller de producción de bebidas alcohólicas dentro del penal y valiéndose de frutas fermentadas en grandes baldes plásticos para ello. El producto era bebido por los propios fabricantes y comerciado con otros de los prisioneros del complejo. 544 litros de chicha macerada fueron detectados y decomisadas allí, en julio de 2014.
La tradición de hacer alcoholes en las cárceles debe ser tan antigua como el sistema penitenciario mismo, es de suponer. En ciertos ambientes privados de libertad, de hecho, se consideraba un insulto rechazar el ofrecimiento de alguna de esta clase de rústicos tragos; algo que sólo haría un primerizo. Ya hemos hablado en este sitio del llamado Carretón de los Borrachos, además, que llevaba a los ebrios de tiempos coloniales hasta las autoridades y desde allí a las celdas.
Posteriormente, estadísticas carcelarias de 1894 consultadas por Hermógenes Pérez de Arce en "El alcohol considerado bajo su aspecto económico y social" (1899), señalan que de 26.120 reos procesados en Chile aquel año, 11.464 habían incurrido en delito estando bajo los efectos de la ebriedad.
Es difícil no suponer, entonces, que un alcohólico no ponga todo su esfuerzo y creatividad en conseguir la bebida de sus alegrías y tormentos con lo que tenga a mano, incluso en la mazmorra o el calabozo más oscuro. Puede que haya influido mucho en esto los reos procedentes de los campos chilenos, además, valiéndose de técnicas que eran conocidas en el pueblo para fabricar tragos básicos como el muday, las chichas rurales o las majas y sidras de manzana sureñas.
Acá dejaremos la descripción de algunos de los casos actuales de bebidas alcohólicas fabricadas artesanalmente en las cárceles y de las que algo conocemos.

EL PÁJARO VERDE

Es un clásico de esta nómina, sin duda, y quizá uno de los tragos caneros más viejos en Chile, además de ser el más peligroso de todos, sólo para valientes y tontos, gremios con varios mártires a su haber. Aparece mencionado en "El Roto", de Joaquín Edwards Bello, en 1920, de hecho.
Aunque hay variaciones en la preparación, por lo general se utiliza barniz robado de los talleres de capacitación y de trabajos de carpintería dentro de los penales, para mezclarlo con jugo de limón que, según la creencia, bajaría la toxicidad de la mezcla. Se cuenta que algunos reos hacían también una especie de destilado de maderas que unían a este jarabe, para obtener más alcohol. El punto es que con la combinación cítrica, el barniz se "corta" separando las resinas del solvente en alcohol metílico o  metanol, que es bebido por los presos ya sea solo ("puritano") o mezclado con alguna bebida gaseosa, buscando reducir con ella el sabor sintético del mismo y que es descrito como horrible.
Con frecuencia, y si se tienen los productos a mano, el barniz es revuelto o reemplazado también con aguarrás (trementina), diluyente o pinturas esmaltes, lo que hace del trago algo casi absurdo de extraño y peligroso. Y aseguran que los efectos del mismo llegan a ser alucinógenos, lo que le da el nombre de Pájaro Verde, aunque ciertas versiones señalan también que puede adquirir este color al ser preparado.
Los casos de fallecidos por consumo de Pájaro Verde llegan a ser casi habituales, por lo que siempre están apareciendo noticias de reos muertos por intoxicación en la prensa, algunos con más "suerte" quedando ciegos por el resto de sus vidas o cayendo hospitalizados en coma con menos de una copa.
Es, por todo lo revisado, uno de los dolores de cabeza más grandes para el personal de Gendarmería de Chile, que siempre está detrás de las producciones clandestinas del trago dentro de cada penal. Aunque los "guapos" de cada comunidad de reos también caen en la tentación de beberlo, se dice que serían preferentemente los presos o "machuca'os" de más bajo rango los que se proveen de este veneno para poder embriagarse, asumiendo todos los riesgos.
Variaciones más nuevas del Pájaro Verde incluyen mezclar las señaladas sustancias con frutas o cáscaras, receta fusionada con la que acá presentamos para la Chicha.

EL TABACAZO

La preparación del Tabacazo es sencilla, relativamente rápida y, a diferencia de otras, se puede hacer de forma individual, en cantidades pequeñas: alcohol con tabaco remojado en el mismo durante un rato o incluso una noche, como si fuera hierba mate o té.
Cuando se logra ingresar marihuana, se agregaba también a la mezcla. Para poder hacerlo menos repulsivo al paladar, sin embargo, algunos le agregan esencias, saborizantes, té, café u otros productos aromáticos.
Por alguna razón, los reos creían que el alcohol potable combinado con hojas de tabaco (ya sea de cigarrillos desarmados o de paquetes para pipas y papelillos) produce una efecto adicional que aumenta la borrachera y los pone "jijí" (más alegres y risueños) o bien locos, como si se tratara de una droga alucinógena, aunque la caña mala sea terrible en todos los casos, con sensaciones de gastritis, náuseas y acidez estomacal.
Como es difícil conseguir destilados dentro del recinto, sin embargo, para poder hacer esta mezcla llegan a valerse de alcohol metílico robado en enfermerías o traído de contrabando, e incluso de colonias. Esto ha ido relegando el Tabacazo más a un recuerdo que a una práctica popular en aquellos recintos.
Con el tiempo, sin embargo, el nombre del Tabacazo fue quedando asociado en la subcultura delincuencial al consumo de pasta base o cocaína mezclada con tabaco, como un cigarrillo, lo que coincide con la progresiva retirada del trago homónimo.

EL COMBINADO DE LOS CHOROS

Hay cierto trago canero tipo "combinado" que se valía de alcohol étílico puro o de colonia inglesa de bajo valor, con bebidas gaseosas, de preferencia colas.
Esta bebida sería la adaptación de una costumbre aprendida desde algunas prácticas del Norte Grande de Chile, en donde se hacen tales mezclas usando alcohol destilado de altísima graduación traído en forma de contrabando desde Bolivia, como el cocoroco y el pusitunga, con borrachera asegurada.
Este potente "combinado" parece haber tenido cierta popularidad en los años ochenta y noventa, por considerárselo un trago menos peligroso que el Pájaro Verde y sus otras combinaciones con alcohol metílico, aunque también acarrea una pléyade de malestares y arrepentimientos tras su ingesta. A pesar de todo, esta práctica se hizo no sólo en las cárceles, sino en ambientes domésticos o recreativos fuera de ella, afortunadamente en forma muy marginal.
El problema del trago de marras es que conseguir alcohol puro en una cárcel es un gran desafío, algo muy difícil. Las opciones son, entonces, lograr sacarlo de entre los materiales de enfermería o bien consumirlo a partir de una colonia o perfume que haya podido llegar a la celda de alguno de los reos con mejores conductas. Literalmente, entonces, equivale a beberse una colonia aromática con bebida cola.
No sabemos si esta práctica siga siendo usada actualmente en los penales chilenos, pero sí hay una noticia curiosa sobre la internacionalidad de la misma: en 2007, fue noticia mundial que el 43 % de los hombres rusos bebían alcoholes no destinados al consumo para lograr la embriaguez; y en 2016, se reveló que casi 60 rusos habían muerto por la práctica habitual de beber perfumes, colonias y lociones como si se tratara de bebidas alcohólicas.

LA CHICHA CANERA

Ha sido llamada también Chichita de San Martín, por razones que desconocemos, Vino de Cana, Chicha Artesa y Chichita de San Javier, probablemente aludiendo a la famosa localidad chilena productora de chichas de uva, en la Provincia de Linares. También le han llamado Ponche Blanco, por el color que dan algunas, parecidas al suero de leche; o bien Chicha Sucia y Chicha Amarga, por su particular preparación.
Es posible que tenga varias denominaciones más, dependiendo del lugar geográfico y de la respectiva comunidad penal, por supuesto. Con el Pájaro Verde conforman, pues, la dupla más popular y repetida del recetario coctelero tras las rejas.
Consiste en preparar una rudimentaria chicha pero con elementos orgánicos comestibles que puedan encontrarse a mano, incluyendo restos de frutas sacadas de los comedores, basureros o la cocina, cáscaras de papas y hortalizas, etc. En algunos casos, se agregan restos de arroz, pan, fideos, levadura y en situaciones extremas se llegan a aplicar excrementos o materias descompuestas para acelerar la fermentación. Se deja esta sucia mezcla dentro de una bolsa o botella plástica con agua, generalmente escondida en desagües o estanques de baños, y al cabo de unos pocos días, generalmente tres a cuatro, ya se ha fermentado liberando el alcohol que es consumido por los presos.
A esta rústica chicha también se le adjudican propiedades de poner loco al que lo bebe. Cosa extraña, porque su graduación nunca llega a ser muy alta, pero de alguna manera induce a estados eufóricos a algunos de los que la ingieren. Se cuenta que suele tener olores nauseabundos, como perro mojado, comida vinagre o cloaca, y el mito asegura que cerrando los ojos y concentrándose casi hasta la autosugestión, se le puede sentir un sabor "parecido al vino".
Muchas revueltas carcelarias e intento de motines han estado asociados a la previa ingesta de la infame Chicha Canera, incluyendo los sucesos que desencadenaron el fatídico incendio de la Cárcel de San Miguel, en Santiago, el 8 de diciembre de 2010.

LA CHICHA SANA

Es raro que los reos más acomodados dentro de un penal y con buenos contactos exteriores, tomen la oscura y apestosa Chicha Canera, que suele estar reservada para los presos de menor rango, tanto por escrúpulos como por el riesgo de intoxicación.
Sí suele ocurrir que se hacen versiones un poco menos asquerosas, con cáscaras de fruta y fruta picada si acaso la hay (manzanas, peras, melones, pasas, etc.) fermentadas en agua. También si es posible, algo de azúcar. Estas versiones del brebaje suelen ser llamadas entre ellos Chicha Sana, Dulce o Limpia, porque no lleva las inmundicias de la versión canera más corriente, ni tiende a producir los malestares estomacales, diarreas o indigestiones que aquella sí.
A pesar de lo recién descrito, aquello no la hace exactamente saludable, pues a la manipulación muy deficiente en cuanto a higiene, se suma el que algunos presos puedan aplicarle en ella sustancias peligrosas hurtadas desde los talleres de trabajo para "potenciarla" y hacerla más embriagante. Algunos de los ingredientes frutales para la receta son recuperados de entre desperdicios, además.
Su color es amarillento o rojizo, dependiendo de las frutas empleadas, y tiende a generar una espuma cuando libera gas mientras fermenta. La graduación siempre tiende a ser poca, sin embargo, por lo que se procura hacer una buena cantidad en cada ocasión requerida. El problema para los reos es que personal de gendarmería siempre está detrás de aquellas bolsas de fermentación entre los escondrijos de cada celda y corredor, así que si no se tiene "pituto con los pacos", se vuelve un gran riesgo de ser descubierto y castigado.
En México y Estados Unidos también se conoce a esta chicha carcelaria hecha con restos de fruta, recibiendo el nombre de Pruno, popularizada por reos "hispanos" que llegaron a aquellos penales.


EL COCTAIL DE BOTIQUÍN

Como sucede con el Tabacazo, no corresponde a uno de los más populares tragos disponibles en las cárceles y recibe diferentes nombres según el lugar, a veces sin tenerlo siquiera. Empero, éste trago en particular parece haber llegado en tiempos más recientes a Chile, después de los años noventa.
Consiste en reunir barbitúricos, anfetaminas, clonazepames o fármacos por el estilo, de diferentes efectos, para disolverlos en un envase con agua o, preferentemente (y si se puede), bebida gaseosa. Lo ideal es hacerlo con alcohol ingresado a escondidas hasta las galerías, pero no siempre está disponible. Este último puede ser etílico, conseguido también de contrabando dentro de cada penal o robado desde enfermerías o internado también de manera furtiva. El "caldo" resultante es bebido con rapidez, causando toda clase de delirios y cortocircuitos en la cabeza de los consumidores.
A pesar de que han existido casos de reos muertos por esta clase de brebajes en otros países latinoamericanos, también llegó a Chile y algunos expresidiarios nos han asegurado que es consumido ocasionalmente, cuando la desesperación por "marearse" lo exige y si la disponibilidad de los ingredientes lo permite. Sería más bien de generaciones jóvenes.
Como se sabe, las drogas y estupefacientes suelen ser introducidos por los propios familiares de los reos, con frecuencia entre las ropas de niños (dada una prohibición de revisarlos) y dentro del cuerpo de mujeres. No extraña mucho que estén disponibles para este trago, entonces.


LA CANTINA DE LA MUERTE

Ninguna de estas propuestas cocteleras se exime de ser un peligro para la salud de quien la bebe... Casi un deporte extremo, destructor de células nerviosas, convulsionantes y colapsadores de intestinos. El Pájaro Verde parece ser, sin duda, el que más sacrificios en la cultura canera ha cobrado, no sólo por su antigüedad acumulando finados.
Sólo como ejemplos que están disponibles en internet sobre el Pájaro Verde, encontramos noticias de tres muertos de la ex Penitenciaría de Santiago, en noviembre de 2001; dos muertos en una farra de Antofagasta, en junio de 2006; dos reos con muerte cerebral en el Penal de Rancagua, en julio de 2006; un muerto en el Complejo Penitenciario de Valparaíso, en enero de 2018. Existen casos que incluso han tenido lugar fuera de las cárceles, pues el trago forma parte de la cultura canera y ha sido llevado a ámbitos domésticos de este submundo. También existe un caso curioso de la Cárcel de Angol, en el que tres intoxicados fueron salvados con una dosis de pisco y suero a la vena, pues el etanol contrarresta los efectos nocivos del envenenamiento.
Deben existir otras creaciones cocteleras con el mismo propósito en las cárceles chilenas, pero hemos tomado nota solamente de estas, mencionadas por expresidiarios de diferentes ciudades de Chile a los que hemos podido entrevistar en alguna oportunidad. Por tratarse de temas asociados a la cultura carcelaria, además, existe muy poca información disponible en internet sobre estas pócimas y fórmulas siniestras.
En la jerga de los reos chilenos, además, el acto de beber alcohol se disfraza en ciertos casos con la expresión filtrar, y diríamos que quizá se deba a que deben pasar muchas de estas abominables creaciones del laboratorio secreto penitenciario por géneros o mallas, a modo de coladores o tamices, para eliminar residuos e inmundicias antes de ser ingeridas. El trago disponible, propiamente tal, suele ser denominado pencazo o guarisnaque, aunque estas expresiones también estarían ya en retirada.
Pórtense bien y respeten las normas entonces, queridos lectores, porque con esta pequeña lista de ejemplos, ya saben con toda seguridad qué es lo que más extrañarán detrás de las rejas en caso de un desliz con la ley, por supuesto que después de sus seres queridos y de la propia libertad.

Criss Salazar 


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