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De cerveza y esclavos en Buenos Aires: el mercado negrero de retiro debajo de la fábrica Bieckert

Revista del Centro de Estudios de Arqueología Histórica | Año II. Vol. 2 | 2013
Por Daniel Schávelzon. Conicet-CAU, dschav@fadu.uba.ar

Resumen

Nunca se había visto una imagen del Mercado negrero de Retiro y la posibilidad  de excavarlo ha desaparecido. El hallazgo de grabados sobre el sistema de sótanos de la fábrica de cerveza Bieckert que estuviera en el lugar permite ver como eran y tratar de comprender el funcionamiento de esa construcción que la precediera, única en la ciudad, ya que funcionaba en su mayor parte bajo tierra. La presencia de la población africana en Buenos Aires ha sido un tema de impacto en la arqueología para la cual toda información sobre su cultura material, sea hecha por ellos o para ellos, resulta importante, en este caso el acceder a un sistema de construcciones abovedadas subterráneas extrañas a la arquitectura de la ciudad.

La fábrica Bieckert en Retiro

En el año 1853 llegó a Buenos Aires un joven franco-alemán nacido en Alsacia, quien comenzó a trabajar en una fábrica de cerveza llamada Santa Rosa, la que había sido creada poco antes. Durante siete años estuvo allí y es evidente que  el luego Barón Emil (Emilio) Bieckert aprendió bien el oficio y vio la posibilidad de independizarse gracias a la gran riqueza de su primo Bernd (Bernardo) Ader. Con su ayuda instaló una pequeña fábrica en 1860 trabajando con solo un peón con quien lograron hacer dos barriles al día aunque no era más que una producción artesanal en el patio de una casa. Pero pareciera que la calidad era buena y en un año aumentaron las ventas y se tuvo que mudar, ahora asociado con Emilio Hammer junto a quien trabajarían en la calle Salta durante cinco años. Mientras tanto preparó una novedad en la ciudad: la primera fábrica de hielo que llamaría la atención de los porteños. También fue quien trajo los gorriones ahora tan “porteños”, creó el teatro Odeón e inició varios loteos en la zona norte de la ciudad junto a su primo.

Durante el año 1866 la fábrica de cerveza necesitó ampliarse y para ello compro tierras en lo que se llamaba generalmente El Retiro, en realidad ahora la plaza San Martín y sus alrededores cercanos, concretamente en Esmeralda 9-11 (de la antigua numeración). Eso parece coincidir en buena parte con la residencia de la familia Anchorena -hoy Palacio San Martín de la Cancillería-, entre las calles Arenales, Basavilbaso y Juncal, que después del inicio del siglo XX fue el Palacio San Martín. Después de 1900 la dirección de entrada era Esmeralda 21-27 aunque en realidad tenía toda la manzana. Vendió la planta en 1889 a un conglomerado empresarial de Inglaterra para irse finalmente a radicarse en Niza. La cervecería tuvo varios quebrantos y vaivenes y en 1908 se instalo en Llavallol llegando a ser una  de las empresas más grandes del país en su tiempo.

La fábrica era compleja, en realidad por mucho tiempo fue un conjunto de edificio de diversas épocas que se iban modificando con el tiempo y el crecimiento que necesitaba la nueva tecnología que se iba incorporando. En el interior del terreno fueron quedando así construcciones de diversa antigüedad y lo que descubrimos es precisamente que Bieckert compro ese terreno por una preexistencia: los sótanos del mercado de esclavos que supongo que ni debía saber de quién eran o para que se usaron, los que le venían perfecto para fabricar cerveza, actividad que siempre se hizo bajo tierra por la temperatura. Pero demostrar que esos sótanos estaban bajo la fabrica no es sencillo; desde hace mucho sabíamos que la casa de El Retiro había sido sede de diversas compañías de esclavos, hasta teníamos algunas imágenes simples de su exterior (Schávelzon 2003) pero con la intensidad de los cambios en el sitio, los pequeños errores de la cartografía de su época, el que el sitio tuvo otras construcciones cercanas, los incesantes cambios de propietarios legales o no, la apertura de varias calles en lo que fueran grandes terrenos casi vacíos como las calles Juncal, Arroyo y Basavilvaso, hacían confuso encontrar el lugar exacto. Hasta que dimos con las bóvedas subterráneas de Bieckert gracias a un conjunto de diez grabados hechos e impresos hacia 1875, los que nos permiten ver esos interiores antes de que fueran destruidos y ubicarlos en la zona. A la fecha son las únicas imágenes internas de un mercado negrero en Buenos Aires, aunque lo que vemos son actividades posteriores.

Sobre la calle Esmeralda, bajando hacia el río, entre las actuales Arenales y Libertador, la fábrica ocupaba toda la manzana enorme que allí había dejando una superficie o playón al centro que permitía recorrer su interior por el visitante; los diferentes edificios se encontraban sobre las líneas municipales por lo que el centro común era un gran espacio que mostraba el funcionamiento de la cervecería. Por cierto no era una construcción habitual en la ciudad. Al inicio era un conjunto anárquico de edificios que luego se fueron unificando en una gran construcción moderna.


A partir de esos grabados, los textos y las fotos posteriores de la fabrica podemos hacer una reconstrucción aproximada: la fabrica estaba sobre la barranca al río ya que desde el borde del barranco no había nada más que el tren que venía desde el norte, la calle “del juncal” no existía como tal sino que era sólo eso, un juncal, y marcaba el límite real pero indefinido de la ciudad hacia el río. La manzana tenía en sus comienzos nueve construcciones: sobre Esmeralda había un gran edificio con arcos en la tipología del antiguo Caserón de Rosas o el más  nuevo de la Aduana de Taylor, con dos pisos al interior de la manzana y tres en la barranca, se trataba realmente de una quinta echa por Raymundo Marino para Manuel de Azcuénaga hacia 1800 o poco después sobre sótanos precedentes como veremos luego. El edificio fue puesto aprovechando la barranca para darle doble altura frente al rio, es decir que al igual que hizo Eduard Taylor poco después al construir el Anexo de la Aduana frente al puerto, se aprovechó el desnivel para tener un piso más (Schávelzon 2010). Este edificio parece ser el más importante y antiguo: la identificación de esta obra es compleja y estaba rodeada por dos lados por jardines y una barda de madera.

Si seguimos recorriendo el lugar hacia Arenales había una construcción de terraza plana de mitad del siglo XIX y de un piso con el cartel de “Escritorio”, forma antigua de decir Oficina. Delante había una explanada con cuatro postes que indicaba el sitio en donde paraba el carro antes de salir a la venta. El resto de esa mitad del terreno se usaba para depositar barriles. Cruzando la calle interior había hacia el Bajo tres edificios sobre pilotes de madera como aun se los hace en el Tigre y que en esa época caracterizaba La Boca, una especie de palafitos para evitar las inundaciones. Estos pasaron con los anos a ser de ladrillos. Luego había una construcción de mampostería con dos grandes chimeneas; un molino cuadrado y un edificio de tres naves y pórtico al frente alargado sobre la medianera para los caballos percherones de los carros germánicos que trasladaban la cerveza; el resto del espacio era para barriles. Esto nos habla de arquitecturas diferentes en sus sistemas de construcción y muchos cambios en el tiempo.

Sobre la barranca misma había un túnel de entrada, una extraña boca oscura que se metía bajo tierra. Esto si bien insólito en la ciudad no es único ya que sabemos de algunos usos o aprovechamientos del desnivel de la barranca del que la Aduana de Taylor fue el mejor ejemplo y aun quedan los túneles que entraban desde el rio aunque muy alterados por la construcción del nuevo Museo del Bicentenario; pero el concepto es similar y la solución arquitectónica parecería de la misma mano al menos en lo que se ve en los grabados. ¿A qué lugar bajo tierra iba este túnel? Imposible saberlo ahora sin más información, pero los otros dibujos nos muestran los sitios subterráneos y varias de las actividades que allí se hacían, lo que siendo una fábrica de cerveza era habitual para mantener la temperatura estable. Es evidente que estas obras bajo tierra debían estar debajo de una obra de mampostería ya que parte de los muros son nichos abovedados; al menos hay un caso de un agujero cuadrado en el techo por el que se pasan objetos y en un grupo de nichos se ven ventanas oblicuas en su base, por lo tanto daban al exterior. Por eso último creemos que debía tratarse del edificio de Azcuénaga citado y que el túnel debía curvarse para llegar debajo de esa gran casona. La otra opción es que estuvieran debajo del gran playón central y que por eso mismo no se construyera nada mas encima, pero eso contradice los pocos documentos que tenemos y hubiese significado demoler la casa que sabemos que estaba encima.


La historia del sitio comienza con la llegada del gobernador Agustín de Robles quien asumió en 1691 por cinco anos los que se alargaron hasta 1700. Tenía una gran fortuna la que creció de manera espectacular desde que inicio su gobierno, por lo que solicito permiso al Rey para comprar un terreno y edificar una casa para retirarse cuando dejara el cargo -no podía comprar bienes mientras estaba en el cargo-, lo que el Rey autorizo. De allí que la finca se llamara El Retiro (Hanon 2001, Del Carril 1988). En 1696 construyo una casa de dos pisos, 32 habitaciones, grandes sótanos, huerta y construcciones accesorias: era la vivienda más grande de Buenos Aires y lo siguió siendo por varios siglos. Pero nunca la habitaría, el Juicio de Residencia le genero problemas, no pudo justificar su fortuna, litigo por anos y en 1703 le vendió la casa a su socio y amigo y de nombre parecido Miguel de Riblos (o Riglos), quien a su vez se la alquilo a la Compañía de Guinea, introductora de esclavos. Riblos de inmediato amplio por compra de los terrenos de algunos vecinos y las imágenes que hay de esos años muestran una enorme estructura aislada en la zona, realmente gigantesca para su tiempo.

Pero la Compañía de Guinea tenía sus días contados y en 1713 Riglos se la alquilo a la nueva Compañía Inglesa, que compraron todo a su propietario y ampliaron aun mas las tierras a 1212 varas de frente y una legua de fondo -casi diez cuadras de frente!-, pero en 1740 son expulsados por la guerra en Europa. Esto hizo que las tierras quedasen abandonadas y se ocupen parcialmente, que la casa principal se fuera deteriorando y las tierras se ocuparan ilegalmente, básicamente apropiadas por funcionarios públicos. La situación era compleja y demasiado grande para dejarla olvidada, más que en esos mismos años el Cabildo había comenzado a vender y regular tierras ocupando el ejido que rodeaba la ciudad. Por lo que llegado 1763 se ordeno la tasación y venta “de las casas” del Retiro. Gracias a los planos y documentos sabemos que había una casa principal y dos adicionales menores: “la del sótano” y “la que sigue a la jabonería” (Hanon 2001:25). Esto nos deja claro que la casa mayor no era realmente la de los sótanos, y aunque el mercado de esclavos debió funcionar en todas ellas, la casa de Riblos no era la de las construcciones bajo tierra. Este detalle es el que va a generar enormes dificultades de ubicación del sitio y confusiones históricas. No fue sencillo venderlo y todo siguió igual hasta que en 1774 se destino la casa principal para el Parque de Artillería, que llego hasta el siglo siguiente. Las otras dos, por cosas que veremos, quedaron finalmente en manos de Domingo de Basavilbaso.

Aquí comienza otra etapa en la historia de los terrenos que llega a hacer irreconocible cada espacio: como el sitio era enorme, estaba deshabitado y en un lugar pegado a la ciudad, fue usado especialmente para guardar mercaderías de varios contrabandistas y para diversos usos muchos de los que no tenemos realmente información cierta. El más conocido de estos personajes que se aprovecharon el lugar fue el irlandés nacido en España Thomas Hilton que al parecer andaba por ahí desde 1730 con absoluta impunidad. Al ser expulsado en 1762 y tratar de vender esos terrenos quedó escrito que allí funcionaba “la cervecería” y algunas otras fabricas como la de jabones. Todas esas eran construcciones que hoy están debajo de los palacios de la Cancillería y del que fuese de Ortiz Basualdo. Pero lo concreto es que ese Hilton se escudo en que el terreno le fuese vendido por Thomas Stuart en 1743 y que tenia la posesión de lo que hay una escritura. Al año siguiente el censo indica que la cervecería funcionaba a manos de Hilson, dos ayudantes ingleses y seis esclavos. Poco más tarde Hilson le vendió las tierras a Domingo de Basavilbaso, gran personaje de su tiempo el que se enfrenta al problema de la irregularidad de los títulos los que tras veinte anos de litigar logra blanqueara en 1773. Aprovechando la situación su hijo, Manuel compro los terrenos vecinos, es decir la “segunda casa” que era la del “gran sótano” y otras tierras y casas, es decir todo menos el Cuartel de Artillería. Aquí, al parecer, es cuando Marino arregla la casa principal de altos con “un gran sótano con techos abovedados” (Hanon 2001: 371).

A partir de esto la historia es simple: en 1829 alquilo el sitio John Tweede, el naturalista ingles y en 1839 Manuel Pinto, se abrió la calle Juncal y finalmente en 1842 Adolfo Bullrich y Carlos Ziegler reabren la cervecería, la que al año siguiente venden a Vogel y Schmitz que siguen en el rubro, para que en 1857 la vendieran a quienes establecieron allí la primer carpintería mecánica de la ciudad. Los papeles seguían describiendo el lugar como que “existen en esta casa grandes sótanos con techos abovedados, que sirven actualmente de depósito” y que según los documentos “parte de estas construcciones quedan situadas en la parte que ocupara la futura calle Juncal”. También se abriría la calle Basavilbaso (Hanon 2001: 380), definiendo la zona con las calles que actualmente tiene. Por desgracia la ubicación exacta de esta construcción no es clara; en el catastro de Pedro Beare no es posible ver cuál de las varias de esa plancha es la que estamos discutiendo, en el conocido mapa de la ciudad hecho por Malaver en 1867 parecería ser la casa que se indica como de Azcuénaga, con lo que tendríamos aunque fuese una planta tardía de ese edificio (Hanon 2001, págs. 371-372).


Mientras sucede esto gran parte de la enorme manzana que formaba Esmeralda, Suipacha, Libertador y Juncal fue comprada en 1795 por Miguel de Riglos, descendiente ya lejano de su primer propietario. Construyo una gran casa sobre la barranca y fue quien le vendió las tierras a Bieckert en 1860 para su cervecería (Hanon 2001: 365). Es decir, se juntaba la fabricación de cerveza que habían hecho primero Stuart y Hilson, y más tarde Bullrich y Ziegler, con los sótanos útiles para fermentar la levadura a temperatura controlada. Todo termino cuando Nicolás Mihanovich en 1910 le compro al dueño las tierras y se abrió la calle Arroyo, las que luego pasaron a albergar una serie de grandes palacios de los que algunos aun quedan. El sitio absolutamente exacto de estos sótanos no lo sabemos, pero están ahora bajo el palacio Anchorena suponiendo que algo hubiese permanecido a la cimentación de esa enorme obra (Del Carril 1988).

Podemos imaginar las condiciones de vida en el sitio cuando leemos que en uno de los embarques de la empresa inglesa murieron en el viaje 350 de los 500 esclavizados a bordo, y luego otros 50 en el arribo. En los viejos salones que no había usado el gobernador llegó a haber varios cientos de esclavos y el uso de los sótanos es a veces mejor no imaginar, en especial las celdas que en las ilustraciones se ven como nichos. Sobre la sección de venta de El Retiro solo sabemos que se trataba de "un amplio tablado a manera de escenario" que estaba ubicado en la  línea de las actuales calles Florida y Maipú.



Sobre el Mercado de Esclavos de Plaza San Martín

Los esclavos en el continente eran vendidos en los llamados "asientos", sitios adquiridos por las empresas introductoras europeas que consistían en verdaderos complejos de su tiempo: construcciones, atracaderos y espacios al aire libre cercados por altos muros siempre próximos a un río. No fueron diferentes en Buenos Aires por donde pasaron muchos miles de seres humanos, legal o ilegalmente ya que esta ciudad fue uno de los grandes puertos negreros de América del Sur (Studer 1958, Molinari 1916, Andrews 1979, 1980, 1989, Crespi 2000). Eran en algunas oportunidades barracones de techo de paja o teja, otras veces se alquilaban grandes edificios como fue en el caso de El Retiro, aprovechando lo existente porque se evitaba hacer fuertes inversiones ya que las guerras en Europa producían rápidos cambios en estas empresas.

En esos edificios vivían los esclavos recién introducidos -sanos y enfermosy tenían asociada la cocina y el acceso al río para bañarse antes de la venta. Obviamente no había baños, ni hospital, ni nada parecido ya que era más barato dejar que muriesen que atenderlos o darles alimentos suficientes; las tasas de mortalidad así lo demuestran: cerca del 40% moría en el viaje y un 10% más entre el arribo y la venta. Lamentablemente no tenemos descripciones detalladas de la vida en los mercados pero las citas en los documentos de época demuestran el estado pestilente de esos lugares donde convivían vivos y cadáveres durante temporadas. Algunas referencias nos hacen imaginar eso: según las Actas del Cabildo respecto a la casona de El Retiro, cuando le prohibieron a Sarratea instalar allí un nuevo mercado de esclavos en los inicios del siglo XIX, se dijo que:

"…este establecimiento dominando la ciudad y que está situado en la parte norte que es el viento que generalmente reina es sumamente perjudicial a la salud pública (...) porque soliendo venir los negros medio apestados, llenos de sarna y escorbuto y despidiendo de su cuerpo un fétido y pestilente olor pueden con su vecindad infeccionar la ciudad" (Hanon 2001:166).

Ya en el viaje mismo eran despojados de lo poco que podían tener o que la empresa les suministraba; tenemos el juicio publicado por Elena Studer contra el capitán de un barco negrero que vendió "hasta las ropas destinadas a los negros", de tal modo que de los 563 cargados en Guinea murieron 275 de frío y hambre. Después de la arribada se producía el desembarco, desnudos en verano e invierno, donde "los depositaban a montones en dicho corral"; luego los sobrevivientes eran carimbados (herrados) y luego palmeados (medidos) para darles un precio según tamaño, fuerza y potencialidad; se los limpiaba un poco y se los vestía con harapos cuando eran llevados a exhibir en el mercado como  “fardos racionales”, tal como se los denominaba en los papeles. Además, en el sitio había oficinas, casas para los capataces y lugares de castigo para el látigo y el cepo. Los días de venta eran exhibidos sobre bancos o tarimas a los comerciantes que los compraban y decidían su destino para pasar a patios donde eran encadenados en filas o subidos a carretas para su traslado hacia otras ciudades en especial a Potosí. Aquí se hacia el herrado, actividad crucial para la posterior identificación y a la vez evitar la fuga, ya que hasta el siglo XVIII era costumbre herrar en la cara. Resulta interesante esto ya que sabemos mucho sobre cómo se marcaban a fuego a las vacas, pero nada de dónde y cómo se lo hacía en nuestros mercados negreros. Buena parte de la ciudad estaba física y económicamente ligada al trato de esclavos.

El primer negrero exitoso del que tenemos noticia que enviara a comprar esclavos a Brasil para venderlos, fue el obispo de Tucumán don Francisco de Vitoria; asumió en 1580 cuando se fundaba Buenos Aires. Acumuló muy rápido una enorme riqueza y organizó la primera expedición a comprar mercadería y esclavos. Zarparon de Buenos Aires en 1585 con $30 mil en plata, un contrabando de escala inusitada para la época; adquirieron mercaderías, ornamentos, equipos para establecer una plantación de caña de azúcar y ochenta esclavos; pero fueron atacados por Tomas Cavendish a su regreso y los viajeros fueron saqueados y devueltos a Buenos Aires. En 1587 organizó otra expedición similar que naufragó en la salida del Río de la Plata y los indígenas destruyeron lo que pudieron salvar. Pese a eso,  el prelado se recuperó haciéndose con una cuantiosa fortuna mediante el tráfico negrero.


Después de la fundación de Buenos Aires el comercio de africanos estuvo en manos de religiosos y particulares; cada uno traía de contrabando lo que quería o podía y los vendía a su mejor parecer; en esta ciudad a los pocos años de instalados los jesuitas ya había escándalos diarios por sus contrabandos de esclavos para construir su frustrada primera iglesia frente a Plaza de Mayo. En 1696 España autorizó a la Real Compañía de Guinea, entonces con sede en Portugal, a introducir esclavos en forma exclusiva; en 1701 ese derecho se trasladó a la misma empresa pero con sede en Francia para pasar en 1713 a la South Sea Company inglesa que fue suprimida en 1727. Parecería que igualmente durante los años siguientes los ingleses se mantuvieron en el comercio en forma más o menos solapada por la falta de otra empresa autorizada, hasta que en 1765 se instaló la Compañía Gaditana la que le dio lugar en 1787 a la Real Compañía de Filipinas, para luego abrirse al comercio. Cada una de esas empresas tuvo su sede y mercado en la ciudad: básicamente hubo tres grandes conjuntos urbano-arquitectónicos: uno en Belgrano y Balcarce que pasó a la historia como Aduana Vieja o quinta de Basavilbaso, el otro en Retiro del que hablamos y un tercero en el actual parque Lezama. Los ingleses introdujeron legalmente poco más de diez mil seres humanos (Clementi 1998).


Conclusiones

La significación del reconocimiento de la importancia del tráfico de esclavos en Buenos Aires y su impronta en la vida de la ciudad ya es indiscutible y eso ha impactado en la arqueología, no acostumbrada a un tercer interlocutor social entre blancos e indígenas. La presencia de grandes mercados de esclavos de las compañías internacionales y la envergadura de sus edificios ha mostrado no ser menor y el edificio del Retiro resulta una obra de dimensiones colosales para la ciudad de su tiempo. Aunque creado con otros propósitos fue transformado muchas veces y si bien ya los documentos hablaban de la presencia de sótanos, no teníamos imágenes ni planos que lo mostraran. Y menos aun la ubicación aproximada para una posible acción arqueológica. Hoy, gracias a este conjunto de imágenes, podemos ver dónde estaba y cómo era, una estructura bajo tierra de insólitas dimensiones, con celdas; estas debieron tener puertas para los esclavos que luego para la fábrica fueron retiradas dándoles una función de depósito. Si bien es aun poca información y mucha hipótesis es todo lo que hay y por ende puede ser un avance en el conocimiento de este complejo en la ciudad.


Agradecimientos

Los grabados que ilustran y provocaron este artículo fueron una gentileza de Santiago Aguirre Saravia en nombre de su padre Aníbal Aguirre Saravia, gran conocedor del pasado de Buenos Aires y experto en su iconografía. Sin ellos esto no hubiera sido imaginado.

Referencias bibliográficas

  • ANDREWS, G. R. 1979a The Afro-Argentine officers of Buenos Aires province 1800-1860, Journal of Negro History. 64: 85-100.
  • ANDREWS, G. R. 1980 The Afro–Argentines of Buenos Aires 1800-1900. The University of Wisconsin Press. Madison.
  • ANDREWS, G. R. 1989 Los afroargentinos de Buenos Aires. Ediciones de la Flor. Buenos Aires.
  • CLEMENTI, H. 1998 El Retiro como vestigio y como memoria. Retiro: testigo de la diversidad: 11-26. Instituto Histórico. Buenos Aires.
  • CRESPI, L. 2000  Contrabando de esclavos en el puerto de Buenos Aires durante  el siglo XVII: complicidad de los funcionarios reales. Desmemoria 26:153-159. Buenos Aires.
  • DEL CARRIL, B. 1988 La Plaza San Martín, 300 años de vida e historia. Emecé. Buenos Aires.
  • HANON, M. 2001 Buenos Aires desde las quintas de Retiro a la Recoleta 15801890. Ediciones del Jagüel. Buenos Aires.
  • LUQUI LAGLEYZE, J. 1979 Los verdaderos propietarios de la Aduana Vieja: la Casa del Asiento, Boletín del Instituto Histórico 1: 6369, Buenos Aires.
  • MOLINARI, D. L. 1916 Comercio de Indias: Consulado, comercio de negros y extranjeros, Documentos para la Historia Argentina. vol. VII. Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires.
  • MOLINARI, D. L. 1944 La trata de negros: datos para su estudio en el Río de la Plata. Facultad de Ciencias Económicas. Buenos Aires.
  • SCHÁVELZON, D. 2003 Buenos Aires Negra: arqueología de una ciudad silenciada. Ediciones Emecé. Buenos Aires.
  • SCHÁVELZON, D. 2010 Haciendo un mundo moderno: la arquitectura de Eduard Taylor (1801-1868). Olmo Ediciones. Buenos Aires.
  • STUDER, E. S. F. 1958 La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo
  • XVIII. Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires.

Recibido: 15 de agosto del 2013.
Aceptado: 15 de septiembre del 2013.





Botellas de gres, soplar y hacer cimientos


Vedettes de la industria cervecera, las botellas de gres hallaron en su ocaso su mejor reinvención: un destino 100% constructivo.

No le vamos a decir que la cosa era tan sencilla como soplar y hacer botella, pero de algo así se trató la historia. Pues la pasta cerámica de gres es uno de los materiales comodín en lo que la arqueología de Buenos Aires respecta. Con la cerveza y ginebra a la cabeza, las botellas de gres abundantemente halladas en excavaciones no solo dan cuenta de las preferencias etílicas del siglo XIX; sino de su bondad para con el rubro de la construcción. Nunca tan bien dicho, todo un hallazgo…

La base está

Corría el mes de septiembre de 2015 cuando en una casona del barrio de San Telmo -más precisamente,  en Defensa 1344- se hallaron botellas de gres en plan constructivo. En las profundidades, éstas componían un contra piso que, aunque en estado fragmentario, fue datado entre siglo XIX y principios del XX. Y vayan si tenían con qué oficiar de cimiento, pues, producto de su cocción a altas temperaturas, podían jactarse de su resistencia. Y lo cierto es que el material ya tenía sus pergaminos: aunque entrado al país a inicios del siglo XIX, ya se usaba en el norte europeo desde hacía tres siglos. Pero lo cierto es que la Primera Guerra Mundial haría mella en su furor. El último ingreso de botellas de gres se produjo en 1918, habiendo sido fábricas inglesas y escocesas las principales proveedoras durante los años de importación. Hasta entonces, la durabilidad y capacidad para mantener la temperatura interna que poseían los envases eran su valor agregado. Al punto tal que, del otro lado del charco y en pleno conflicto bélico, llegaron incluso a usarse para calentar camas. ¿Qué tal?

De etiqueta

El caso es que el fin de las importaciones fue un cimbronazo para las envasadoras locales, en tanto se vieron obligadas a incrementar la producción de envases de vidrio de buenas a primeras, cuando el circuito de importación de botellas de gres ya estaba más que aceitado. Incluso, hasta se había considerado cómo agilizar los tiempos de demora propios de la travesía botellera por alta mar: reutilizando los envases, pues la vida útil del gres así lo permitía. De esta manera, fueron frecuentes los envases sin etiquetas de origen, aunque identificados con el contenido desde su estética: el uso de color miel (también llamado “baño de chocolate”) no solo impedía que los rayos solares afectaran el contenido; sino que era asociado al color de la malta contenida por la propia cerveza. Aún así, no faltaron las empresas cerveceras que solicitaran al fabricante botellas con la inscripción de su marca. Primeramente fueron las inscripciones en bajo relieve, sobre los “hombros” del envase. Luego, una suerte de escudo central en color celeste. Hasta que finalmente se dio paso a las clásicas etiquetas de papel, popularmente en color negro o azul.

Chau, chau, adiós

Para el año 1895, existían en el país 61 fábricas de cerveza, las cuales producían más de 15 millones de litros anuales. Y lo cierto es que la monopolización del negocio hizo que la cantidad de litros producido aumentara en inversa proporción: en 1914, 32 millones de litros anuales eran producidos por 29 fábricas. Dicho año, comenzó la sustitución de importaciones de botellas de gres por envases de vidrio. Proceso que, hemos dicho, finalizó con la última importación, cuatro años más tarde. Las más de 500 mil botellas de gres que promediaban su arribo a principios de siglo no fueron más que un recuerdo. ¿O sí? A juzgar por la arqueología y sus desvelos, así parece: cimientos de columnas, contrapisos y hasta aislantes contra la humedad. Reinventadas en su funcionalidad, las botellas de gres siguieron causando sensación.

Porque cuando el mundo capitalista y las vueltas de su historia parecían condenar a las botellas de gres, el ingenio humano dijo que no todo estaba perdido, desechado. Lupa arqueológica mediante, bienvenido sea este módico rescate.

Largo aguante: como las botellas de gres eran buenas para conservar la temperatura, tanto exploradores como llaneros de las pampas no dudaron en hacer uso de ellas como cantimplora. Y si de frío iba la cosa, a modo de termo también salía como piña. Gauchos, agradecidos.



BIBLIOGRAFIA
  • Schávelzon, D. 1991. Arqueología histórica de Buenos Aires. La cultura material porteña de los siglos XVIII y XIX. Volumen I. Editorial Corregidor. Buenos Aires.
https://pulperiaquilapan.com/botellas-de-gres-soplar-y-hacer-cimientos/https://pulperiaquilapan.com/aljibe-y-otros-hallazgos-en-una-vieja-casona-de-san-telmo-por-el-sol-de-san-telmo/




Se inauguró la exhibición de los pisos de la Cervecería Sexauer de Mercedes

El hallazgo en el año 2003

28 DICIEMBRE 2019 

Las miles de botellas excavadas bajo los pisos de la lo que fuera la cervecería Sexauer en la localidad de Mercedes, y que fueron rescatados en el año 2003, son nuevamente exhibidas en el Museo Histórico Municipal de Mercedes “Dr. Víctor Miguez”. Gracias un gran esfuerzo de el Museo y la comunidad se pudo reacondicionar el sótano del edificio y colocar allí las botellas. Incluyendo la posibilidad de ver la forma que tenían los antiguos pisos de madera y la forma en que estas botellas eran colocadas. Un trabajo notable por el patrimonio que invitamos a visitar y disfrutar.

Sótano acondicionado del Museo en que se exhiben las botellas actualmente.

Sótano acondicionado del Museo en que se exhiben las botellas actualmente.




La cerveza en el piso: arqueología de rescate en una cervecería en Mercedes (Buenos Aires, Argentina)

Piso de la habitación una vez limpio, se ve el sector de botellas, la parte saqueada adelante, el sótano y los pilares que sostenían el piso de madera.
Ponencia pubicada en el XVI Congreso Nacional de Arqueología Argentina, Arqueología Argentina en el Bicentenario de la Revolución de Mayo,  volúmen III, pps. 1077 a 1080, en la ciudad de Mendoza (Argentina), año 2010.

Resumen

Sector principal de botellas después
de retirarle los pilares de ladrillos
La sustitución de importaciones a inicios del siglo XX obligó a los fabricantes y envasadores de cerveza a descarar masivamente recipientes (botellas) de gres cerámico de alta dureza. Algunos les dieron funciones no habituales, como servir para evitar la humedad debajo de los pisos de viviendas. Se analiza un caso en  la localidad de Mercedes (Argentina), en que pudo rescatarse un piso hecho de esta manera. Si bien debieron ser comunes son muy raros de hallar ya que son  depredados por el alto valor comercial de ese tipo de botellas. Esto abre preguntas sobre los productos de consumo masivo que se descartan y su destino final, ya desde inicios del siglo XX.

¿Qué sucede en las sociedades de consumo masivo con el descarte de los objetos que no se rompen y quedan obsoletos? ¿A dónde fueron a parar los millones de envases para cerveza llegados a la Argentina desde Inglaterra y Escocia en el siglo XIX, cuando quedaron fuera de uso comercial? Pensemos que su ingreso era enorme, en el año 1912 entraron al país sólo por la aduana de Buenos Aires más de un millón de botellas cerámicas; y cuando comenzaron a ser remplazada por el vidrio a partir de 1900, aun en 1906 ingresaron 630.000 (Schávelzon 1991:62). Entonces, si primero el vidrio las fue dejando de lado y la luego la Primer Guerra Mundial las acabó, cabe preguntarnos dónde terminaron esos envases, ya que no todos se rompieron y se arrojaron a la basura, ya que en ese caso la arqueología los encontraría en cantidades. Si bien en las excavaciones en todo el país ha habido fragmentos de ellas o algunas enteras, jamás lo ha sido en cantidades exorbitantes.

Durante octubre 2004 fuimos informados por el Museo Míguez de la localidad de Mercedes, respecto a la existencia de un edificio propiedad de la Municipalidad, que al hacerse obras de remodelación aparecían cientos de botellas de cerveza de gres cerámico[1] bajo los entablonados de madera del piso, las que eran saqueadas. Este no era un tipo de información nueva, ya que hubo otro caso en la periferia de Buenos Aires, el Asilo Erézcano (Malbrán 1999 y 2002), en donde se hizo un rescate similar de miles de fragmentos de botellas de gres. Pero era la primera vez que se hacía factible estudiarlo desde la arqueología, aunque si bien como un rescate al menos  era resultado de un trabajo controlado; aun buena parte de las botellas estaban en su lugar. Lamentablemente sólo se nos autorizó trabajar en una habitación del primer patio y durante las horas laborables de un único día. Además de que había sido parcialmente destruida, las otras habitaciones aun continuaban en funcionamiento y sin fecha de obra. Podemos decir ahora que de todas formas nos metimos bajo los pisos de los otros espacios, de contrabando, haciendo agujeros en los entresuelos de una y otra pared y pasando por ellos: obviamente ya habían sido saqueados.

Otras excavaciones hechas en la misma ciudad mostraron un desarrollo estratigráfico normal para la zona, y nada hacía suponer un a construcción del tipo de la hallada (Schávelzon y Frazzi 2008).

El sitio era una de las oficinas usadas como Archivo y Laboratorio Municipal en la calle 29 entre 34 y 36, y que en origen había sido la casa y fábrica de Carlos Sexauer, quien tenía detrás su embotelladora de cerveza y agua gasificada. Por lo que sabemos, la empresa funcionó entre 1868 y 1923, los documentos adjuntos muestran que en 1898 esta funcionando a pleno, y seguramente para 1900-05 había dejado de usar botellas de gres cerámico, como tantas fábricas y envasadoras similares, por los problemas que luego veremos. Estaba ubicada en las calles 25 y 40 con acceso también en 29 y 36. No tenemos la fecha de construcción del edificio, pero por sus rasgos arquitectónicos lo ubicamos para 1910.

Detalle de la excelente colocación
de los envases en hileras paralelas
Recordemos que además la región pampeana no posee piedra en casi ninguna parte, por lo que es un recurso raro, extraño, y salvo unas pocas regiones es y era un material constructivo de altísimo costo. Tampoco existían tradiciones de vivienda fuera de la centro-europea de casas sobre el nivel de la tierra que, durante el siglo XIX, colocaban pilares de unos 20 o 30 cm de alto, para apoyar el piso de madera despegado del suelo original manteniendo una cámara aislante de la humedad, lo que era realmente un problema especialmente por el frío. Cualquier solución a esto era siempre bienvenida. Este es un caso en el que se adaptó un recurso excedente a una necesidad insatisfecha.

La habitación trabajada medía 4.50 metros de lado; aun tenía un piso hecho de tablas de pino, original, sostenido por pilares de ladrillo, para que hubiera una cámara de aire aislante de la tierra. La levantarse ese nivel se encontró que el nivel inferior estaba compuesto por dos mitades paralelas entre sí: una totalmente cubierto por botellas de gres cerámico clavadas de punta, la otra mitad se dividía entre un sector de tierra y un sótano. Lo saqueado dejó evidencias claras y fragmentos dispersos. El resto estaba intacto y permitió trabajar con todo cuidado. La totalidad de los materiales recuperados fueron guardados en el Museo Míguez.

El nivel sobre las botellas

Al levantarse el piso de madera se encontró un primer grupo de objetos. Un análisis de ese material, tras su limpieza y restauración parcial, permitió identificar un conjunto sumamente sugestivo de materiales culturales del siglo XX que entraron al espacio bajo las maderas, a través de sus agujeros o faltantes. Todo lo hallado tiene las dimensiones necesarias para penetrar por espacios reducidos y por consideramos que representa bien la vida cotidiana de una oficina administrativa municipal, no en sus aspectos burocráticos sino en su uso por el personal que pasa allí sus horas con diferentes funciones. Los objetos son de juegos infantiles (o adultos), de indumentaria y de uso personal (desde peines a cigarrillos), medicamentos de uso libre, cinturones, monedas y objetos de uso escolar. Todo puede ser interpretado como parte del uso del lugar. Un dato oral, fue que en ese sitio se dictaron clases de primaria en alguna oportunidad hacia 1950-60, lo que no dejaría de coincidir con lo hallado.

Los objetos de uso personal formaron un porcentaje del 59.78 % de un total de 276 objetos diversos; la indumentaria el 23.55 %, los materiales constructivos el 10.14 %, la alimentación el 7.24 %, la medicina el 6.72 % y del trabajo el 0.72 %. Por supuesto todo esto podría cambiar según cómo atribuyamos ciertos objetos: un frasco de pegamento puede ser de uso infantil o para trabajar en una oficina administrativa, lo mismo un lápiz, pero eso no cambia en forma sustancial las cifras: valen las 22 bolitas (canicas, una de acero y otra de loza, las demás de vidrio), 16 monedas fechadas entre 1942 y 1979, 52 botones (20 de plástico, 19 de nácar, cinco de vidrio, dos de metal y uno de hueso).

El nivel de las botellas

El perfecto nivel de las botellas formando
el piso aunque son de diferentes tamaños
El nivel inferior al del piso de madera y su cámara inferior de aire, era el ya citado determinado por las botellas de gres. Estaba dividido en dos mitades, una estaba hecho con los citados envases y la otra parte simplemente era tierra. En ese sector había  un sótano de dos metros de lado, que parece que pasó desapercibido por mucho tiempo ya que estaba vacío, los empleados locales no sabían de su existencia. Este sólo medía un metro de profundidad, al que aunque le sumemos la cámara de aire, el espacio de las vigas que sostenían el piso, todo eso da una altura  máxima de 1.75 cm, lo que es insuficiente para usar el lugar, salvo para guardar cajones de cerveza u otros productos de poco movimiento. Sus paredes estaban hechas con ladrillos de 29 cm de largo, por lo que creemos que es original.

Lo que resulta poco explicable es que la sección sin botellas haya sido nivelada con una primera capa de tierra apisonada y luego con polvo de ladrillo muy compactado, pero cuya altura está por encima del nivel estéril bajo las botellas; es decir que se excavó primero y con exactitud la parte donde se pondrían las botellas y luego se hizo el resto, con absoluta precisión. Ahora, cabe preguntarse el porqué de esta diferencia: ¿acaso no era necesario aislar ese sector de la habitación?, ¿habían dos actividades diferentes en el mismo sitio?

Se hicieron una cala bajo el piso de ladrillos del sótano, otra bajo las botellas y dos en la parte sin ellas, pero sin hallar más que tierra estéril. Es decir, esa casa fue la primera en el sitio. Suponemos que esta parte de la casa debió usarse como escritorio u oficina en una mitad –la aislada-, y de depósito la otra. Otra opción que hemos visto en arquitectura de época es que hubiera un mostrador que separaba a los empleados de la atención al público.

Los pequeños pilares de ladrillo que sostenían el piso elevado estaban apoyados tanto en la tierra como en las botellas, y por encima de ellos había vigas de madera de 15 cm de alto, las paredes tenían un zócalo original y revoque con varias capas de pintura. En al menos un sector quedó la pintura original color celeste a la vista. La altura de la cámara de aire era la correspondiente a cuatro hiladas de ladrillo

Tal como dijimos bajo el piso de madera sostenido por pilares, estaban colocadas boca abajo unas 1.900 botellas a un promedio de 150 por metro cuadrado. Fueron recuperadas enteras  o con pequeñas roturas en pico o base, mil cien de ellas más una cantidad en fragmentos que no fue posible cuantificar por la velocidad con que se hizo el rescate, el que debió completarse en pocas horas. Por suerte, todas las botellas enteras pudieron trasladarse al museo local.

Al limpiar el conjunto y quedar el piso a la vista resultó realmente de asombro, ya que jamás hubiésemos supuesto que fuera factible hacer un nivel de perfecto nivelado y tanta rigidez sin tecnología sofisticada. Las botellas no tenían entre sí mucho más de uno o dos milímetros de diferencia en su nivel superior, pese a que luego vimos que las había de tres diferentes tamaños, lo que hizo aun más complejo el trabajo del artesano; si bien en su mayoría eran del tipo sinusoidal también las había cilíndricas (para una tipología véase Schávelzon 1987, 1991 y 2001).

AñadElementos encontrados sobre el nivel
de envases, todo del siglo XX tardíoir leyenda
El sistema implementado para colocarlas para el piso fue el siguiente: tras nivelar perfectamente el nivela usar se procedió a colocar una capa de barro –tierra limpia y agua- de unos 5 cms; posiblemente sin dejarla secar se le agregó por encima cuatro centímetros de polvo de ladrillo muy fino. En forma inmediata se procedió a comenzar a clavar, pico hacia abajo, las botellas, de tal forma que se hundieran en el barro lo necesario para que la parte superior, la base, quedara nivelada una con otra. Es obvio que no había posibilidad de modificar mucho el envase una vez colocado por lo que el artesano debía tener buen entrenamiento en lo que hacía. Esto dejaba unos 20 cm libres del cuerpo de la botella, con lo que creaba una nueva cámara de aire, casi alvéolos entre un y otro envase; en algunos casos había un poco de tierra negra cernida como relleno, al igual que encontramos bastante polvo de ladrillo sobre la base de las botellas, aunque creemos que es suciedad de obra y no una decisión constructiva.

Todo esto haría el sitio realmente impermeable a la temperatura y humedad. Obviamente para controlar el nivel final se deben haber usadas vigas de madera –las llamadas reglas-, del largo total de la habitación, ya que si no hubiese sido imposible lograr esto sin instrumental de precisión. Luego de colocado todo, que debió hacerse a gran velocidad para que no se secara el barro inferior, se lo debe haber dejado quieto para que tomara consistencia como conjunto y se endureciera, ya que parte del líquido penetró en las botellas ayudando a sostenerlas. Una vez lograda la estabilidad estructural se le colocaron los pilares de ladrillos, luego las vigas de madera y finalmente el piso encima, sin lograr mover las botellas un milímetro durante casi un siglo de uso y con el peso del mobiliario, y sin mantenimiento alguno. Sólo una botella ubicada casi al centro se la encontró perforada, pero por lo observado lo debió estar de origen ya que no habían fragmentos en el interior (¿tuvo algún significado especial?). Esta botella nos da una posibilidad diferente para hacer la  nivelación, ya que si se clavó allí un elemento vertical era posible hacer rotar una madera y lograr darle a todo el mismo nivel. Si esto fue así, es aun más excelente el albañil que hizo esta obra. Resulta notable que aun hoy haya sido posible caminar y trabajar sobre esas botellas sin producir siquiera una fisura en ellas, tal es la dureza estructural que tienen al estar colocadas de esa manera, lo que aumenta la dureza que ya tiene el gres en sí mismo.

El origen y fechamiento de las botellas

El triste desarmado del piso para rescatar las botellas
para el museo antes de que se modifique el edificio
Todas las botellas tienen, como sucede habitualmente, una marca en la parte inferior externa que indica al fabricante de origen. En este caso los sellos pertenecían en su enorme mayoría a la fábrica Grovesnor que estaba en Bridgeton, Glasgow, Escocia, desde 1869 y se cerró en 1926. Pero desde 1896 pasó a llamarse Eagle Pottery, mientras que los sellos en que figura el hijo son posteriores al año 1906. Esto nos ayuda con el fechamiento del piso. También las había en mucho menor cantidad de la fábrica de H. Kennedy ubicada en Barrowfield, Glasgow; de MacIntyre & Co. de Burslem y de John Murray & Co.  de Liverpool.

En algunos pocos casos las botellas tenían etiquetas impresas de los envasadores locales, que reusaban una y otra vez las botellas sin marca impresa pegando etiquetas de papel. Así se encontraron botellas de Barbe (tres unidades), Buhler (2 unidades) y Bieckert (una); el primero funcionó en esa misma ciudad de Mercedes –esquina de 31 y 25- entre 1887 y 1894, Buhler trabajó entre 1845 y 1890 siendo estos envases de los tardíos, y Bieckert entre 1860 y 1890, los dos últimos en Buenos Aires.

Este tipo de botellas hechas de cerámica cochurada a alta temperatura eran un producto que, no por hacerse masivamente dejaban de ser artesanales y necesitaban gran cantidad de mano de obra, por lo que el gobierno inglés les daba a los fabricantes grandes franquicias económicas, en contra del vidrio que era el típico producto de la Revolución Industrial, para no crear un problema de desempleo. Pero la Guerra Mundial necesitó de esa mano de obra y la producción de gres decayó de manera casi absoluta, para transformarse en algo poco habitual desde ese entonces en Europa. En Argentina las importaciones caen abruptamente en 1914 y en tres o cuatro años pasan a ser casi nulas y las reemplazan las de vidrio ya de producción local.

Otros casos de pisos o paredes de botellas

Patente del año 1896 de los productos
de la fábrica de cerveza de Sexhauer
Desde la arqueología se ha hallado y estudiado sólo un piso hecho con botellas de gres en el país. Se trata del ya citado Geriátrico Erézcano, excavado bajo la dirección de América Malbrán en la localidad cercana a Buenos Aires de Almirante Brown (1999 y 2002). Si bien en ese caso el hallazgo se produjo al hacer una zanja para una cañería, lo que se observó es que se trataba de un estrato de botellas puestas horizontalmente. Esto muestra que había variedad de usos de estas botellas en la hechura de pisos. Para muros al menos hemos visto fotos de una pared, en gran medida hecha de esa forma. Sabemos por referencias orales que, por falta de piedra, llegaron a molerse en máquinas para mezclarse con asfalto para hacer carreteras.

Con las botellas de vidrio, aunque realmente no sirven para reemplazar ladrillos ya que no tienen capacidad para unirse con la cal o el cemento, conocemos al menos en la provincia de Santa Cruz dos casas cuyas paredes estaban hechas con botellas puestas horizontalmente aprovechando todo su ancho (Mónica Carminati, com. personal). Otra posible pared la encontramos, pero no pudo ser estudiada, en la localidad de la zona desértica frente a Puerto Deseado en 2007 y la fechamos para 1920. Por último se encontró en Puerto Santa Cruz una casa abandonada, fechada hacia el año 1900 o 1905, en la cual el pozo para la letrina (excusado) estaba recubierto de botellas de vino Chianti importado de Italia. También la bibliografía internacional muestra casos aislados en que se usaron botellas de vidrio para pozos de agua, del cual el más conocido está en la playa de New Smyrna en Estados Unidos (Ste. Claire, Moore y McKinney 1998; allí pueden verse algunos otros casos). Resulta interesante que el fechamiento sea muy coincidente, ya que son todas de 1880 a 1910, época de gran inmigración en Argentina y por ende de establecimiento de nuevos poblados en zonas casi no ocupadas anteriormente, en las que no había piedra u otros materiales disponibles.

Las botellas de gres cerámico

Diferentes tipos de envases de gres cerámico
hallados, cilíndricos y sinusoidales, con y sin escudo.
Estas botellas o recipientes, ya que hay de ambos tipos, estaban hechos de uno de los materiales cerámicas más comunes en la arqueología del siglo XIX, producto de la cocción cerámica a muy altas temperaturas, lo que les daba resistencia. Comenzaron a llegar al país a inicios del siglo XIX, posiblemente hacia 1820. El material era usado desde el siglo XVI en el norte europeo y se acabó como dijimos con la Primera Guerra Mundial. Esto produjo trastornos a los envasadores de cerveza locales en un primer momento, ya que por tantos años los recipientes eran retornables para su rellenado, obligando a la industria nacional a incrementar la producción de envases de vidrio; allí se definió el uso del color miel que no permitía que los rayos solares afectaran el contenido a la vez que asociaba la botella al color de la malta misma de la cerveza. La última importación a Buenos Aires se hizo en 1918. Estos envases provenían de fábricas inglesas y escocesas. Se caracterizaban por su gran durabilidad y su capacidad de mantener la temperatura interna, tanto es así que tenemos referencias históricas para su uso como cantimploras por el mismo ejército o para calentar agua y colocarlas dentro de las camas, entre tantos otros usos.

El caso de lo excavado en Sexauer es llamativo por la variedad de botellas que se usaron en el piso y que no todas fueran de su fábrica de sus fábricas, producto posible de la tradición de la recarga o rellenado de botellas al por mayor, sin fijarse demasiado en que fueran sólo de su propia marca o incluso de su competidor vecino. De las encontradas, los colores habituales son el blanco y el café claro, o ambos combinados. La cerveza se envasó primero en recipientes de color blanco, luego con un chorreado en la parte superior hecha con óxido de hierro de color café conocido como «baño de chocolate», que desapareció hacia 1850 para quedar cubiertos con un esmalte blanco opaco. Más tarde se hicieron comunes las botellas de forma cilíndrica, con diversos picos. Las hubo con sello impreso o con un escudo en relieve con la marca. En general los picos muestran aun la marca del alambre con el cual se ataba un corcho, aunque en ocasiones traía de fábrica una tapa hecha del mismo material con el corcho incluido.

Conclusiones

La suspensión del ingreso de botellas desde el exterior debió ser un golpe muy fuerte para estas empresas, más si se mantenía lo que nos dice el 2º Censo Industrial sobre este establecimiento, el que producía más de 71.000 litros anuales de cerveza, que eran colocados dentro de envases provenientes del exterior. El lento reemplazo por botellas de vidrio nacionales dejó fuera de uso millones, muchos millones de botellas de gres. Resulta así lógico haberlas usado, con inteligencia, para crear cámaras de aire debajo de los pisos de casas y darles mayor estabilidad térmica a la vez que para controlar la humedad, entre otros muchos usos que aun desconocemos.

La Villa de Mercedes fue considerada como ciudad a partir de 1865. No se trataba solamente de un cambio formal de estatus, si no que esta nueva denominación conllevaba todo un desafío para un pueblo que, en las décadas siguientes, sería conocido como La Perla del Oeste. Era un pueblo con una larga trayectoria como frontera y comandancia militar contra el indígena, que comenzó a vivir un proceso de desarrollo que pronto se vería reflejado en todos los aspectos de la vida cotidiana. La nueva sociedad local, heredera de los fortineros, se iba constituyendo a partir de la radicación de inmigrantes europeos en su mayoría italianos y españoles, lo cual imprimió a la zona un nuevo perfil social y económico. El Banco de la Provincia estaba establecido desde 1864. En la década de 1880 Mercedes era una ciudad mediana y no es raro que empezar a funcionar una cervecería y venta de aguas gasificadas que llegaría a ampliarse de forma rápida y eficiente. La presencia de inmigrantes significaba para 1869 el 24 %, llegando a un máximo del 29 % en 1881. Según el Censo Industrial de la Nación, hecho en 1895, la fábrica tenía siete trabajadores de los cuales seis eran varones extranjeros y la única mujer era Salomé Sexauer, propietaria. El capital en ese año llegaba a los $ 49.060, producían 71.300 litros de “cerveza sencilla y doble”, tenían cinco máquinas de soda y dos “hervidores”, la totalidad de los envases de gres (“varro”) y vidrio eran del exterior y aun importaban lúpulo y gelatina para la producción. El agua era de aljibe y de pozo semisurgente (sobre salubridad en Mercedes en esos años ver: Schávelzon y Frazzi 2008).

Una fábrica de esta naturaleza debió enfrentarse casi de golpe a la sustitución de importaciones. No sólo la empresa debía comprar envases de vidrio, aprender a manipularlos dada su fragilidad, si no también disponer de los cientos de miles de envases que quedaban fuera de uso. Actualmente eso ha sucedido varias veces con los envases “retornables” de vidrio, pero el caso es diferente ya que pueden fundirse y aprovechar el material. Una solución la encontró Sexauer para su propia casa., al igual que muchos otros lo debieron usar, en todo el país, con propósitos similares.

Referencias

[1] Lo que se denomina gres (del francés) es el material cerámico cocido a alta temperatura que en inglés se conoce como Stoneware; en tiempos coloniales fue llamado “loza de piedra”. En este caso son importados de Inglaterra. Fueron también comunes localmente para otros usos como la ginebra de Holanda.

Bibliografía
  • Malbrán, A. 1999. Salvamento arqueológico en el Geriátrico Erézcano, informe de trabajos 1998-1999 (Almirante Brown, prov. de Bs. As.), informes al Centro de Arqueología Urbana (inéditos), Buenos Aires.
  • Malbrán, A. 2002. Botellas de cerveza ¿un sistema constructivo?, Arqueología histórica argentina, pp. 589-592, Ediciones Corregidor, Buenos Aires
  • Ste. Claire, D.; D. Moore y R. McKinney. 1998. Ninety-nine bottles of beer in the wall: a turn of the century bottle well in New Smyrna beach. The Florida Anthropologist, vol. 51, no. 3, pp. 147-154
  • Schávelzon, D. 1987. Tipología de recipientes de gres cerámico para la arqueología histórica de Buenos Aires. Programa de Arqueología Urbana. Buenos Aires
  • Schávelzon, D. 1991. Arqueología histórica de Buenos Aires. La cultura material porteña de los siglos XVIII y XIX. Volumen I. Editorial Corregidor. Buenos Aires.
  • Schávelzon, D. 2001. Catálogo de cerámicas históricas de Buenos Aires (siglos XVI-XX) con notas sobre la región del Río de la Plata. CD. Fundación para la Investigación del Arte Argentina,  Telefónica, FADU. Buenos Aires.
  • Schávelzon, D. y P. Frazzi. 2008. Mercedes: excavaciones en el Hotel Nogués. Revista de Historia Bonaerense. no. 33. Pp. 36-44; Morón.


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