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Calimocho y Goaßmass

El calimocho​ (del euskera kalimotxo) es un cóctel de vino tinto y refresco carbonatado de cola. La mezcla recibe muchos nombres: en España, mocho, Rioja libre o ribermocho en la Ribera del Duero, así como Bicicleta, La Chapa o DonIsau en tierras del centro de la Peninsula,​ en Argentina, como cascarudo, dos tonos, cachetiao, vinola, karimocho, rifle según un campero cordobés, o simplemente como vino con coca; en Brasil es conocido como vinhoca; en Chile, como jote (en referencia al ave jote), licor de ave, vino cola o tincola (vino tinto con bebida cola) y en Uruguay, como vino cortado (por analogía con el café cortado). Sin embargo, fueron los vascos quienes popularizaron la bebida con el nombre de kalimotxo (pronunciado calimocho) que es el más utilizado actualmente.

Preparación

Generalmente se emplea vino barato, aunque cuanto mejor sea el vino, mejor será la mezcla resultante.​ En cuanto a las proporciones y si se bebe frío, incluyendo hielo, o a temperatura ambiente, va a depender del lugar geográfico donde se esté consumiendo, como también del gusto personal. Un combinado normal consiste en servir el calimocho en un vaso ancho con hielos mezclando a partes iguales el vino y la cola.

Una de las versiones más frecuentes en España es el kali de botellón. Se prepara a partir de dos «cartones» de vino (formato habitual del vino barato) y una botella de dos litros de cola, ya que la proporción ideal es 1:1, en una garrafa de agua vacía para mezclarlo. Este formato es habitual en la zona norte de España (Asturias, Cantabria, País Vasco, Galicia, Navarra, Aragón, La Rioja, Burgos, Soria, Valladolid, Palencia y León), y también en Castilla-La Mancha y la Comunidad de Madrid.

En algunos lugares, para su elaboración, se utiliza una bolsa de plástico sin usar, y se abre completamente un cartón de vino y se echa en la bolsa de plástico, posteriormente se rellena el cartón con bebida de cola para separar la mitad de bebida necesaria para la proporción al 50% de cola. De nuevo se vuelca el contenido del cartón en la bolsa y, una vez hecho esto, se disponen dos litros de calimocho en la bolsa y rellenando la botella con el vino del otro cartón, otros dos litros en la botella. Luego cuidadosamente se hace un agujero en una esquina de la bolsa y se rellenan los dos cartones con el contenido de la bolsa, que será el exacto.

Hay una versión más agresiva y más barata denominada morta, que consiste en echar una lata de refresco en un cartón de vino. El tamaño es el exacto para que no se desborde, siendo la mezcla más fuerte. También existe otra versión llamada kalizer, cervino o cervemocho, que es la mezcla entre cerveza y calimocho; la mezcla varía entre el 50% cerveza y 50% calimocho, o 25% cerveza y 75% kalimotxo.

Otra forma de mezclar la bebida muy común en León consiste en comprar barreños, talegas o cualquier tipo de cubo de tamaño considerable. Se mezclan en él las partes de vino y cola, añadiendo hielo según va siendo necesario. Los comensales van rellenando del cubo sus vasos individuales. Esta práctica se la conoce en algunas regiones como «cubotellón».

El calimocho en España

El origen del nombre no está claro, pero ya antes del año 1970 existía esta combinación, y se le solía llamar rioja libre o cuba libre del pobre, dependiendo del lugar de España, antes de la leyenda popular. En la Barcelona de la década de 1970 también era conocido por El Cubata Gitano.

Según la leyenda popular, el nombre original vasco para la popular mezcla, kalimotxo, que dio origen a la españolización calimocho, se atribuye al grupo "Antzarrak" que inventó el término (en honor a un componente de dicho grupo apodado Calimero) en las fiestas de 1973 del Puerto Viejo de Algorta (Guecho, Vizcaya, País Vasco).4​ En una txosna (caseta con barra de bar) de dichas fiestas vieron que el vino comprado estaba picado y antes de tirarlo pensaron en mezclarlo con algo para no perder ese dinero. El nombre de la mezcla viene de dos miembros de dicha cuadrilla apodados Kalimero y Motxo. El término kalimotxo se fue extendiendo por el País Vasco popularizándose ya a principios de la década de 1980 y de ahí se extendió por las regiones vecinas y finalmente a toda España.

Actualmente también pueden escucharse las formas abreviadas motxo o kali. Junto al término del calimocho nace el de cachi (en euskera katxi forma abreviada de "Kattilu", tazón grande), para referirse a un vaso de plástico de gran tamaño, también llamado en otras zonas como mini, litro, maceta, cubalitro o megavaso.

Existe también la teoría de que el origen de esta mezcla, hecha a base de vino tinto y Coca-Cola, se remonta a Italia, durante la Segunda Guerra Mundial, época en la que los soldados americanos tuvieron la feliz idea de combinar el vino tinto de Chianti con Coca-Cola, con la idea de crear un sofisticado cóctel.

Es muy popular preparar el kalimotxo en el fenómeno juvenil del botellón. Hay muchas formas de beber el calimocho, a veces mediante juegos como el Caballero del tres o el Quinito, aunque hay muchos otros juegos con katxis. Por otra parte, el kalimotxo está presente en los bares juveniles cuando se juega a El duro.

En las fiestas patronales de los municipios de la Comunidad de Madrid es frecuente que los establecimientos y puestos de venta de bebidas alcohólicas sirvan calimocho en vasos grandes de aproximadamente 1 litro denominados minis.

El jote chileno

En Chile, este cóctel recibe su nombre en alusión al jote —un ave carroñera de plumaje negro y cabeza roja, colores que se asocian con el vino tinto y la bebida de cola, respectivamente—. Debido al origen de este nombre, esta preparación es también llamada, en tono lúdico, «licor de ave» o «avecor» [sic], este último como contracción de «ave cordillerana». También se le conoce como «tincola» por «vino tinto» y «bebida de cola».

Impacto social y cultural

Fácil de hacer, barato y refrescante, el calimocho tiene una gran presencia en todo tipo de fiestas, privadas o en la calle. Por tanto no es extraño que haya sido objeto de varias canciones de muy distintos estilos musicales.​

En lo referente a cocina, el sabor del calimocho ha sido protagonista en algunas recetas en las que el calimocho contribuye con el sabor del vino tinto (muy recurrido en cocina) pero con el característico toque dulce que aporta el refresco de cola. El rifle, sin lugar a dudas, es de las bebidas más refrescantes para disfrutar un hermoso verano.


Goaßmass, el calimocho alemán que mezcla cerveza y Coca-Cola

La combinación de cerveza con Coca-Cola y licor de frutas puede sonar a mezcolanza digna de fiestas universitarias, pero se trata de la receta de un curioso cóctel que podríamos definir como el calimocho -o la michelada- alemán. Es la Goaßmass o Goaß, una bebida muy popular en el sur de Alemania durante los años 80 y que ahora está resurgiendo con nuevas connotaciones.

El país germano no vive ajeno a la moda de las cervezas artesanas y otras bebidas a mendo asociadas a los millennials. Reivindicar hoy la Goaßmass es una declaración de intenciones frente a esas tendencias globalizadas, incluso se está convirtiendo en la bebida simbólica del activismo urbano contra la gentrificación, el cambio climático y otras problemáticas sociales del siglo XXI.

Para comprender la cultura alrededor de este cóctel es importante el contexto en el que surge. Alemania es un país muy grande con regiones claramente diferenciadas en las que los modos de vida, las costumbres y la gastronomía difieren mucho, también en las bebidas. Para el resto del mundo es un país cervecero -aunque no es el que más consume en Europa per cápita- que asociamos a la Oktoberfest, pero la gran fiesta de la cerveza es, sobre todo, un evento puramente bávaro.

Los propios alemanes consideran a Bavaria como una región algo especial en cuanto a gustos y costumbres, con Múnich como el gran epicentro del que habitualmente surgen tendencias que se extienden al resto de regiones. Y aunque algunos medios vaticinan la inminente llegada de la Goaßmass a bares de todo el país, quizá sea una bebida demasiado local para convencer a otros paladares.

Bebida popular y humilde que se recuerda con nostalgia

Los años 70 y 80 vivieron la edad de oro de este cóctel de cerveza y refresco de cola, casi siempre aderezado con un buen chupito de licor de cerezas -Kirsch-. Era un trago popular entre la juventud de la época alejada de la pretenciosidad de las clases altas, muy común en las discotecas y fiestas de estudiantes.

Se tomaba en los bares sin tener que aparecer necesariamente en ninguna carta y también era muy consumida en festivales y eventos locales, fiestas de barrio y en las Stammtisch, una especie de mesas redondas o reuniones comunitarias de gente con algún interés en común, muy típicas en Múnich y alrededores.

Su nacimiento concreto no está muy claro, como ocurre con tantas especialidades de origen humilde. Se relaciona con los jesuitas de Múnich que en el siglo XVIII elaboraron una variante más ligera de la cerveza Bock. Tenía un sabor más dulce y la bautizaron como Gais, cabra, Goaß en dialecto bávaro. Se dice que la bebida adquirió su forma y nombre definitivo en el festival Gäubodenvolksfest de Straubinger.

Y como tantos productos populares, la bebida se conoce por otras denominaciones en distintas zonas; además de las variantes Goaßnmaß y Goaßmaß, los suevos la llaman Goißmaß, en la Alta Franconia se suele encontrar como Gaaßmoß, Bumber o Bumbaraparece más en la Franconia media, incluso hay quien la llama, sencillamente, Schwarze (“negra”).

La receta básica y sus variantes

¿Cómo se prepara una Goaßmass canónica? La receta no tiene mucho misterio, si bien, como el calimocho, admite variaciones y toques personales al gusto del consumidor.

  • 0,5 l de cerveza negra o rubia oscura.
  • 0,5 l de refresco de cola, habitualmente Coca-Cola.
  • 1 chupito tipo Stamperl (4 cl) de Kirsch (licor de cereza) o brandy.

Se utiliza una jarra de cerveza de tipo Maß, que hoy en día tiene aproximadamente 1 litro de capacidad. Primero se llena la mitad con la cerveza, después se agrega el refresco, y se termina con el licor.

Por supuesto, también hay defensores del orden inverso, vertiendo primero la Coca-Cola y luego la cerveza, y versiones más creativas en cuanto al licor se refiere. En teoría a los jóvenes les gusta más un licor afrutado y dulce, pero hay versiones con whisky, licor de huevo o incluso huevo crudo.

En principio, una jarra de Goaßmass tiene menos alcohol que una cerveza “completa”, siempre que no se nos vaya la mano con el licor. Pero es una bebida muy calórica, con unas 526 kcal por ración.

¿Una cerveza activista?

La popularidad de este peculiar cóctel de cerveza empezó a decaer poco a poco desde la década de 1990, si bien se mantuvieron algunos “templos” donde ya en los 2000 conservaban una clientela fiel, sobre todo en la Baja Baviera. Pero hace un par de años que su consumo ha experimentado un notable repunte, como han señalado diversos medios del país.

Es inevitable que a las nuevas generaciones de jóvenes alemanes, en sus primeros contactos con la cerveza y el alcohol, esta bebida les llame la atención. La cerveza puede resultar muy amarga para bebedores novatos, pero la Goaßmass es más dulce y suave, con tiene este toque familiar de la Coca-Cola. Además, es divertida de preparar por la reacción del refresco carbonatado con la cerveza. Aunque pasada la curiosidad inicial, no parece calar a fondo entre la juventud.

Sin embargo, es entre los alemanes bávaros de mediana edad -o ya rondando la cincuentena- entre los que resurge esta bebida. Tiene el inevitable halo nostálgico de la juventud pasada, pero también está cobrando un matiz activista.

En Múnich, como en casi toda Alemania y tantas otras grandes capitales, la gentrificación se ha convertido en un grave problema que está disparando el precio de la vivienda. Vecinos de toda la vida y gente más humilde no puede asumir los costes de los alquieres, que siguen en alza mientras se transforman los barrios.

Locales y productos de moda como las cervezas artesanas y tantas bebidas que son “tendencia” se asocian a esta gentrificación, por eso recuperar algo tan popular y local como la Goaßmass tiene algo de simbólico. Es una forma de reivindicar la cultura propia, lo autóctono, y de reconectar con un tiempo pasado en el que había más conciencia de lucha social.

También, como exponen en ze.tt, pedir una jarra de Goaßmass en lugar del Spritz o cualquier otro aperitivo extranjero de moda es una declaración de intenciones como protesta por la huella ecológica. Frente a la obsesión por viajar y coger un avión a las primeras de cambio, se elige algo puramente local.

Una bebida aún muy localista

La oferta de Goaßmass está volviendo a recuperar su sitio en bares, Biergartens y festivales, pero aún le queda terreno por reconquistar fuera de sus consumidores habituales. Prácticamente desconocida entre los turistas, tampoco parece gozar de gran popularidad entre los treinteañeros que no la conocieron en su época, menos todavía entre quienes no son bávaros de pura cepa.






El pipeño: historia de un vino típico del sur del Valle Central de Chile

Imagen ilustrativa
 Pablo Lacoste1* , Amalia Castro2, Félix Briones3, Fernando Mujica4
1 Universidad de Santiago de Chile, USACH. Santiago, Chile.* Autor por correspondencia: pablo.lacoste@usach.cl
2 Universidad Finis Terrae. Santiago, Chile.
3 Universidad del Bío Bío. Chillán, Chile.
4 Escuela Nacional de Sommelier. Santiago, Chile.

RESUMEN

Se estudia la historia del pipeño, vino típico del centro-sur de Chile. Se trata de un vino elaborado a partir de Uva País, Moscatel de Alejandría y otras variedades criollas. Debe su nombre a las "pipas", barriles de roble chileno, que se comenzaron a usar en el siglo XVIII. Se trata de vinos elaborados con métodos artesanales, con profundo arraigo en las capas populares y campesinas de Chile. Durante mucho tiempo fue valorado negativamente por los enólogos y especialistas. Pero en los últimos años se ha comenzado a descubrir a partir de su identidad, su historia y su arraigo social.

Introducción

El pipeño es un vino chileno, nacido en el siglo XVIII, dentro de un contexto mayor en el que surgieron también otros productos típicos, como el vino Asoleado de Cauquenes y Concepción, el queso curado de oveja llamado "Queso de Chanco", y los jamones de Chiloé, entre otros. Lo notable es que estos productos han tendido a desaparecer o deformarse. El jamón de Chiloé, famoso en la mesa del virrey del Perú en Lima, ya no tiene prácticamente vigencia; lo mismo ocurre con el vino Asoleado, desaparecido de los mercados. Más triste es la historia del queso de Chanco, que de un producto de alta calidad, elaborado a partir de leche de oveja, cuidadosamente curado, se ha degradado en una caricatura, por medio de la cual, grandes empresas nacionales e internacionales se han apropiado del prestigio de su nombre, destruyendo su calidad e identidad (Lacoste et al., 2014).

A diferencia de los otros productos típicos, el pipeño ha logrado mantenerse vivo y vigente hasta hoy. En efecto, el pipeño se ha convertido en un fenómeno notable dentro de Chile. Hasta hace pocas décadas era un vino marginal, propio de campesinos pobres, elaborado a partir de uvas criollas y conservado en barricas de roble chileno, llamadas pipas. Para las élites, era un vino menor, de escaso interés. Los grupos dirigentes del país y las corrientes principales de la enología nacional se han focalizado principalmente en las variedades de uva francesa (Pszczólkowski, 2013, 2014, 2015). Hasta ahora, las variedades criollas, los métodos artesanales y los vinos típicos han ocupado un espacio muy menor en la investigación académica, reflejo del papel subalterno de estos productos en la vida social y económica.

En los últimos años, esta tendencia comenzó a revertirse. La coctelería dio un primer paso al crear, a partir del pipeño, un trago de gran popularidad en Chile: el "terremoto", bebida elaborada a partir de este vino, helado de piña y fernet u otro bitter, edulcorante o destilado. Según las tradiciones orales, este cóctel surgió en oportunidad del terremoto de 1985, en algún restaurant tradicional de Santiago. Desde allí se difundió al resto del país, con gran aceptación entre los jóvenes.

El pipeño se mantiene vigente entre las cocinerías tradicionales, lugares que preservan el patrimonio culinario del país (Carstens y Soto, 2011). Además de vender el terremoto, también se promocionan otros tragos como la réplica (solo un vaso corto de terremoto) y el chichón (mezcla de chicha y pipeño). Muchas de estas picadas han hecho honor a este vino y han bautizado sus tiendas con el nombre del mosto o con el del recipiente donde se conserva. Conocidas, entre el mundo de las picadas populares, son el "Pipeño de Franklin", "Las Pipas de Einstein", "Las Pipas de Macul", "Las Pipas de Serrano", entre otros.

A ello se suma la valoración del pipeño como vino propio de la cultura nacional. Es notable el éxito comercial del pipeño promovido por los enólogos franceses Louis-Antoine Luyt y David Marcel, quienes, en la segunda década del siglo XXI, comenzaron a posicionarlo nuevamente en los mercados centrales del vino chileno. Cada uno de ellos se interesó por estos vinos y buscó la manera de reivindicarlo. El reconocimiento del mercado los premió con precios de entre 10 y 15 dólares la botella. En restaurantes, el vino pipeño se vende hasta 30 dólares la botella actualmente en Santiago de Chile. Además, gracias a la aceptación y la buena crítica por parte de los periodistas especializados en ámbitos vitivinícolas, y a la exposición de este vino en vitrinas del mundo de la restauración y de las ferias de especialidad como el "Chancho Deslenguado", el pipeño ocupa un espacio importante en el mercado agroalimentario, alcanzando buenas puntuaciones entre los críticos del vino. De esta manera, los pipeños, encabezados por Maitía, Tipaume, Cacique Maravilla y Louis-Antoine Luyt, se consolidan en el escenario vitivinícola nacional. El vino Aupa de Maitía fue galardonado con el título de vino revelación del 2014 y los pipeños de Manuel Moraga, Cacique Maravilla cosecha 2012 y Burdeos Pipeño cosecha 2013, obtuvieron, respectivamente, 92 y 94 puntos en la guía Descorchados (Tapia, 2014).

La persistencia del pipeño contrasta con otros productos típicos chilenos que, tras una destacada trayectoria en los siglos XVIII y XIX, desde la guerra del Pacífico han tendido a desaparecer. Dentro de este patrón general, el pipeño surge como un vino particular porque ha logrado mantenerse vivo y ello requiere una explicación.

El objetivo del presente artículo es aportar al conocimiento de la historia del Pipeño en Chile. Se trata de conocer y explicar los orígenes de este producto y la configuración de su identidad. Se espera aportar así al fortalecimiento de la identidad del pipeño, como base y punto de partida para su futuro desarrollo como vino típico de Chile.

Las referencias parciales de la literatura especializada en la historia del vino chileno trazan algunos antecedentes para conocer este producto. Pero han dejado muchas preguntas abiertas. Por un lado, conviene identificar qué uvas se utilizaban para elaborar estos productos. Gay (1855), Reyes Coca (2003) y Del Pozo (2014) los asocian con las uvas criollas, pero conviene definir con mayor claridad el concepto. También es importante determinar el área geográfica de estos productos. Reyes Coca afirma que el pipeño se elaboraba en el valle del Itata, pero es conveniente identificar el área con más precisión. Queda pendiente sistematizar la información disponible, enriquecerla con nuevas fuentes y establecer con mayor precisión la historia, identidad y ubicación geográfica de estas bebidas, objetos del presente artículo.

Materiales y Métodos

Para despejar estas incógnitas, es necesario utilizar el método propio de la historia (heurístico crítico) y compulsar los corpus documentales que permitan conocer la trayectoria histórica del pipeño en Chile. En primer lugar, se examinan los inventarios de bienes, testamentos y demás registros notariales y judiciales referidos al mundo de los viticultores en Chile, durante los siglos XVIII y XIX; estos documentos se conservan en el Archivo Nacional de Santiago y permite conocer el origen del uso de las pipas, recipiente que sirvió de base para el nombre del Pipeño. El segundo corpus lo constituyen los relatos campesinos, conservados en la Colección Fucoa de la Biblioteca Nacional; a partir de ellos se pueden conocer las prácticas de consumo de pipeño en la sociedad tradicional chilena.

De la pipa española al vino pipeño de Chile

El pipeño debe su nombre al recipiente donde se conservaba: la pipa. La pipa era un barril de madera empleado en España y desde allí, en el siglo XVIII, llegó al reino de Chile, para asentarse por largo tiempo en el Valle Central. Así como el pisco adoptó su nombre, según algunas versiones, del recipiente en el cual se almacenaba, algo parecido ocurrió con el pipeño. Por lo tanto, la historia de este nombre se remonta a la introducción del recipiente.

El concepto de "pipa" ya se usaba en España a fines de la Edad Media. Según el primer diccionario en español, se definía como pipa "la civeta para vino". Luego se agrega que debe su nombre a la "espita que es a modo de teta que bebiendo por ella se chupa" (Covarrubias, 1611). Con el correr del tiempo el concepto evolucionó y, un siglo más tarde, el diccionario de autoridades entraba una nueva definición de pipa: "El tonel o candiota que sirve para transportar o guardar el vino" (RAE, 1737: 280). Esta definición tendió a consolidarse, como se reflejó en la edición del diccionario oficial de español de mediados del siglo XIX y fines del XX (RAE, 1852;1991).

La pipa ingresó de España a Chile en el segundo tercio del siglo XVIII, por Mendoza, la capital de la provincia de Cuyo del reino de Chile. El registro más antiguo corresponde al testamento de Juan de Godoy (1744), el que poseía siete pipas españolas con sus cinchos de fierro. En Mendoza y San Juan, las pipas se incorporaron rápidamente para transportar el vino. En efecto, los vinos cuyanos tenían sus mercados en Buenos Aires, mil kilómetros al este, y el transporte se realizaba en carretas por las suaves planicies pampeanas. En la segunda mitad del siglo XVIII se verificó el gradual proceso de sustitución de las botijas de greda por las pipas de madera como principal recipiente para transportar el vino de los lugares de producción (Cuyo) a los centros de consumo (Buenos Aires). En la década de 1770 se completó este proceso: a partir de entonces, las pipas y barriles se impusieron definitivamente como recipientes de conservación y transportes de los vinos de Mendoza y San Juan (Lacoste, 2007).

El rol de la pipa en la industria del vino fue muy diferente al otro lado de la cordillera. En Chile cisandino, las características del terreno no permitían el transporte del vino en carretas por largas distancias. Las fuertes pendientes de la cordillera de los Andes y la cordillera de la Costa, sumada a los torrentosos ríos de montaña, constituyeron un paisaje muy diferente al de las suaves planicies pampeanas: no hubo caminos carreteros en Chile colonial, con la sola excepción de la ruta de Santiago a Valparaíso, construida por los ingenieros de don Ambrosio O'Higgins a fines del siglo XVIII. Por lo tanto, el transporte se realizaba casi exclusivamente a lomo de mula, para lo que el recipiente más adecuado era el odre de cuero y no la pipa de madera.

La tríada conceptual de tinajas de greda, arrieros y odres de cuero fue la base del sistema de almacenamiento y transporte del vino en Chile, desde la llegada de los españoles, a mediados del siglo XVI, hasta la modernización de mediados del siglo XIX. Se trata de tres objetos emblemáticos que dominaron los paisajes del vino en Chile durante tres siglos. Las características del terreno chileno, con sus montañas y ríos, no eran compatibles con las carretas y con las pipas como envase para el transporte.

Impedida de servir como recipiente para transportar el vino, en Chile, la pipa se utilizó para conservarlo dentro de las bodegas, almacenes y pulperías. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la pipa comenzó a formar parte del paisaje de las viñas y bodegas chilenas. Lentamente, estos recipientes de madera comenzaron a convivir con las tinajas tradicionales. No hubo una sustitución de un objeto por el otro; simplemente se amplió el sistema, con la incorporación de un nuevo recipiente, sin perder vigencia el anterior. Las tinajas chilenas se mantuvieron vigentes en la industria del vino hasta la segunda mitad del siglo XIX.

La difusión de las pipas en Chile se vio facilitada por la acción de los toneleros locales que desarrollaron las técnicas para fabricarlas a partir de las maderas disponibles. Los toneleros se dedicaron a fabricar pipas con madera de alerce en Santiago o de raulí (roble chileno) en Concepción (Gay, 1855).

La evidencia documental muestra que las primeras pipas se comenzaron a usar en la zona sur del Valle Central, en particular en las inmediaciones del valle del Itata. Concretamente, uno de los registros más antiguos corresponde a la Hacienda Cucha Cucha, propiedad de la Compañía de Jesús. En efecto, con motivo de la expulsión de esta orden religiosa, al levantarse los inventarios de bienes de las temporalidades se detectó, precisamente, "una pipa con sus arcos de fierro".1

Las pipas mostraron sus ventajas debido a su menor peso y mayor transportabilidad que las tinajas. Evidentemente, la madera resultaba más práctica para mover que la greda, sobre todo para objetos de grandes tamaños. Como resultado, estos recipientes se comenzaron a difundir por el reino de Chile. En Santiago, don Agustín del Castillo era viticultor de un viñedo de 37.700 cepas, incluyendo uva país, uva de Italia y moscateles. En sus bodegas tenía "cuatro pipas europeas de 14 arrobas de buque, con sus arcos de fierro, bien tratados, a $16 cada una".2 Poco después, en una hacienda de San Felipe se registró una pipa con cinchos de fierro, de 8 1/2 arrobas de capacidad, valuada en $12.3 En el mismo siglo XVIII, en la Hacienda de Apoquindo, en Santiago de Chile se registró "una pipa de madera con fajas de lo mismo, con buque de más de cinco arrobas, algo servida (tasada), en dos pesos y cuatro reales".4

Los documentos demuestran que en la segunda mitad del siglo XVIII se difundieron las pipas en Chile. Se hallaban en la zona central y sur, de San Felipe y Santiago hasta el Itata, pero no en el norte (no se registraron en el corregimiento de Coquimbo). Las pipas eran recipientes tamaño variable, de entre cinco y quince arrobas de capacidad; era un equipamiento de alto costo, pues se tasaban a un valor de entre 10 y 15 reales por arroba.

En la primera mitad del siglo XIX, el uso de las pipas se hizo cada vez más frecuente en la región y bajaron los precios. En cierta forma, se produjo la estandarización de este recipiente para la conservación del vino en las bodegas chilenas. En Santiago, don Marcelo Amaya tenía una pipa vacía valuada en ocho reales.5 Agustín Díaz tenía siete pipas de entre doce y catorce arrobas de capacidad (valuadas a $ 7 cada una) y otras cinco pipas de cinco a siete arrobas de buque (tasadas a $ 4 cada una). Las siete grandes se tasaron a $ 49 y las cinco medianas en $ 20.6 La bodega del convento de San Agustín tenía tres pipas.7 Don Francisco Prats, propietario de una viña de 11.000 plantas, tenía en su bodega una pipa de 15 arrobas y tres pipas de 78 arrobas; en ambos casos se tasaron a 5 reales por arroba, llegando a $ 9 con dos reales la primera y a $ 48 con seis reales las tres restantes.8 En la misma capital, Francisco Hidalgo tenía siete pipas de 8 arrobas de capacidad cada una y otras 2 pipas que contenían 24 arrobas de licor, valuado a 4 reales por arroba.9 Don Mateo Besoin también tenía este equipamiento en su bodega, donde las pipas de madera tenían en conjunto 44 arrobas de capacidad.10 Cien kilómetros al nordeste de la capital, en San Felipe, se registró poco después una pipa de 24 arrobas de capacidad, valuada a tres reales por arroba.11 En líneas generales, se nota que hubo una expansión de las pipas y una caída de los precios. En la primera mitad del siglo XIX las pipas se hicieron cada vez más comunes en las viñas chilenas, y el precio cayó a la mitad: si en la centuria anterior se tasaban entre 10 y 15 reales por arroba, en la primera mitad del XIX bajaron a cerca de tres reales por arroba. La pipa se hizo cada vez más popular.

A mediados del siglo XIX, la pipa estaba consolidada como el recipiente de conservación del vino en las pequeñas viñas artesanales chilenas. Las grandes empresas se apartaron de este modelo, con la importación desde Francia de las grandes cubas de roble francés. En cambio, las viñas artesanales consolidaron la tradición de la pipa, recipiente que mantuvieron vigente a lo largo de todo el siglo XX. Sobre la base de esta tradición se generaron las condiciones para el surgimiento del vino pipeño.

El concepto de "vino pipeño" surgió en forma paralela al de "uva país", como respuesta identitaria frente al avance del proceso de afrancesamiento de la vitivinicultura de Chile. En efecto, hasta mediados del siglo XIX, estas denominaciones no existían. Las viñas chilenas cultivaban principalmente la llamada uva misión en California, negra corriente en Perú y negra en Chile y Argentina. En la década de 1840 comenzó a llegar la uva francesa a Chile y hacia 1913 ya había 20.000 hectáreas de estas variedades frente a 50.000 de uva país. Las cepas francesas se hallaban en las grandes viñas, ubicadas entre Santiago y Talca, mientras que las uvas criollas se ubicaban principalmente en los pequeños minifundios artesanales, entre el Maule y el Itata. Las variedades francesas cambiaron el paisaje del viñedo en Chile y también los usos y costumbres de hablar y hacer. Si las cepas de cabernet, merlot, syrah, malbec y carmenere se denominaban "uva francesa", la tradicional uva negra requería un nuevo nombre para distinguirse; por eso se comenzó a llamar uva país en Chile y criolla chica en Argentina. Lo mismo ocurrió con el "vino pipeño". A partir de la segunda mitad del siglo XIX, de las cepas francesas se comenzó a elaborar un vino llamado comúnmente "burdeos" en Chile. El vino que provenía de las uvas criollas era llamado simplemente vino o mosto. Faltaba un nombre más específico. Surgió entonces el nombre de pipeño, porque este era el recipiente más difundido en las viñas del sur del Valle Central de Chile, donde no penetraron las grandes fábricas de vino con sus cubas de roble francés. Quedó entonces la tradición del vino pipeño, para denominar al que se elaboraba con uva país, se pisaba con pie de hombre, se fermentaba en lagares abiertos y se conservaba en pipas de roble chileno (Reyes Coca, 2003).

Aunque la vinificación era artesanal, la producción aumentó y los pipeños vendimiados "a pata y chala limpia", tenían excelentes ventas, en Coelemu, Ninhue, Quirihue, Portezuelo, Cerro Negro, Quillón, Ñipas, etc., tanto dentro como hacia afuera de los lugares de producción. En la provincia de Ñuble se consolidó un polo de producción y consumo de vinos pipeños, lo mismo que en el secano costero e interior de la región de Maule. En la actualidad, en estos territorios de Coelemu, Quillón, Guarilihue, Quirihue, Cerro Negro y Las Raíces, aledaños a la cuenca del Itata, en la Región del Biobío, la viña forma parte importante del paisaje cultural agroalimentario y continúa arraigada a las tradiciones de la vida campesina (Mariángel y Moya, 2013; Mariángel y Vega, 2013).

También se hacía mención al acompañamiento del vino con las comidas típicas chilenas, por ejemplo, vino blanco de Coelemu, vino tinto y vino blanco de San Carlos; los caldos de Ñipas, Guarilihue y Cerro Negro y los vinos de Guarilihue y San Carlitos; se habla de vino tinto, del vino tinto de Coelemu, y, por último, los vinos pipeños, pipeño de Portezuelo y vinos de la zona (Alcalde, 1972).

Cabe mencionar un oficio único que existía relacionado con los envases de vino: los limpiadores de pipas. El relato acerca de este oficio es el siguiente: "Nolberto Iglesias tiene contratado a Juan de Dios Andrade, que apenas se empina sobre el metro y es el encargado de la hazaña. Debe subir una escalera y meterse en el interior de la pipa y provisto de un escobillón y un traje protector para lavarla por dentro y sacarle 'la madre del vino', que es la borra acumulada. Trabajo peligroso porque muchas veces las emanaciones del alcohol reseco producen vómitos y desmayos. Juan de Dios Andrade después de tomarse su correspondiente caña y la aspirina para 'evitar el resfriado', se despide como un pasajero que va a emprender un largo viaje. Un ayudante le alumbra y le descuelga una ampolleta: 'Chico, ¿estái vivo?' La voz de Juan de Dios retumba con eco: '¡Sí, oh!' A la salida le pagan su trabajo con otra caña, otra aspirina y diez lucas" (Alcalde, 1972).

El desarrollo del pipeño se encuentra integrado en la historia social, económica y cultural de Chile desde el periodo colonial hasta la actualidad, particularmente en las capas populares de la población, sobre todo en las zonas rurales.

Los tecnócratas afrancesados y la demonización del pipeño

La valoración y el desarrollo del pipeño se vieron fuertemente afectados por la campaña de desprestigio que pusieron en marcha los tecnócratas europeos y sus seguidores chilenos, que tendieron a sobrevalorar el estilo francés de vinos y a minimizar los vinos típicos chilenos.

Este movimiento comenzó a mediados del siglo XIX, liderado por tecnócratas europeos que, a partir de la posición de prestigio que ocupaban en Chile, impusieron una visión muy proclive a valorar el estilo francés como único paradigma válido en la industria del vino. Referentes como Claudio Gay, Julio Menadier y René Le Feuvre construyeron un discurso que tendía a valorar todos los elementos franceses como los únicos válidos, y a la vez, negar los méritos que la viticultura chilena había construido durante tres siglos.

En el discurso de los tecnócratas solo tenían valor enológico las cepas francesas; en cambio las uvas criollas (Uva País, Moscatel de Austria, Pedro Giménez, Torontel) no merecían ninguna consideración. Lo mismo ocurría con los medios de elaboración: para estos tecnócratas, solo tenían significado las técnicas y equipamientos europeos, particularmente franceses, mientras que los métodos artesanales chilenos carecían absolutamente de interés. Dentro de esta corriente se valoraban las barricas de roble francés, a la vez que se negaba valor a las pipas de roble chileno. Esta tendencia fue continuada después por los agrónomos, enólogos y referentes chilenos, comenzando por Manuel Rojas, autor del más importante manual de enología y vinificación de Chile, reeditado recurrentemente entre 1891 y 1950. En los últimos años, esta mirada ha sido renovada por nuevos autores, como Alvarado Moore, ingeniero agrónomo muy consultado por los especialistas del mundo vitivinícola. Sus palabras profundizan la tendencia a estigmatizar este vino típico:

"El pipeño es un vino bruto, es decir, sin clarificación, filtración ni decantación alguna. Se trata de un vino que tiene todas las impurezas, llamadas borras o heces. (...) "El expendio de vino pipeño debería estar absolutamente prohibido. Conviene saber que todas las impurezas descritas, maceradas con el alcohol y ácidos naturales del vino, desarrollan una serie de compuestos químicos muy complejos que son desconocidos para nuestro organismo, al margen de que la estabilidad biológica del producto es más que sospechosa". El autor respalda sus comentarios en una investigación que realizó en distintas partes del país sobre la cirrosis. "Los resultados preliminares fueron muy alarmantes: la más alta incidencia se daba en las comunas vitivinícolas apartadas, en las que, virtualmente, todo el vino consumido era el dichoso pipeño" (Alvarado Moore, 1997).

El discurso de Alvarado Moore es la culminación de la tendencia a minimizar el valor de los productos típicos chilenos, iniciada a mediados del siglo XIX por Claudio Gay, Julio Menadier y René Le Feuvre, y continuada después por los enólogos chilenos como Manuel Rojas. Fue una corriente poderosa, hegemónica dentro del pensamiento vitivinícola de Chile y América Latina en general, desarrollado en el marco de un proceso de intoxicación identitaria y colonialismo consumista. Esta corriente tendió a demonizar, debilitar y destruir muchos productos típicos chilenos de gran valor, como el queso de Chanco, el vino asoleado de Cauquenes y el pisco entre otros. Como se examina en profundidad en otros textos (Lacoste et al., 2014).

Es importante señalar que el discurso de los tecnócratas afrancesados atacó a todos los productos típicos chilenos, incluyendo el queso de Chanco, el vino asoleado de Cauquenes, entre otros. Las élites chilenas se manifestaron muy vulnerables a ese discurso, y tendieron a abandonar el consumo de estos productos. Como resultado, los productos típicos chilenos de alta calidad y precio, destinados al mercado de alto poder adquisitivo, perdieron sus clientelas. Después de la guerra del Pacífico, los consumidores comenzaron a sustituir los productos típicos chilenos por productos importados o bien, por productos nacionales que eran copia de aquellos, como el vino "Burdeos de Talca", el "Champagne de San Felipe" y el "Queso Brie de Quillota". Abandonados por su mercado objetivo, los productos típicos chilenos dirigidos a las élites, entraron en decadencia hasta desaparecer, como en el caso del asoleado y el queso de Chanco.

La situación del pipeño fue distinta porque no era un producto para las élites, sino para el pueblo. Y el pueblo resistió mejor que las élites el discurso de los tecnócratas, salvando así un producto típico chileno.

Pipeño en la vida campesina

A pesar de la posición hegemónica del discurso de los tecnócratas, el pipeño luchó durante un siglo para mantenerse vivo en Chile, apoyado por los pequeños productores artesanales y los consumidores del pueblo chileno, que no se dejaron someter por las corrientes principales de la industria.

El pipeño ha sido, a lo largo de la historia de Chile, parte importante de la vida social en los sectores populares del Valle Central. Es el reflejo del esfuerzo de los pequeños propietarios, que han mantenido encendida la llama de la tradición y la cultura de la vid y el vino en torno a paisajes cargados de cepa País y Moscateles, proceso que la antropología moderna define como endoculturación. La endoculturación "es una experiencia de aprendizaje parcialmente consciente y parcialmente inconsciente a través de la cual la generación de más edad incita, induce y obliga a la generación más joven a adoptar los modos tradicionales de pensar y comportarse. (...) Cada generación es programada no solo para replicar la conducta de la generación anterior, sino también para premiar la conducta que se adecue a las pautas de su propia experiencia de endoculturación y castigar, o al menos no premiar, la conducta que se desvía de éstas" (Marvin Harris (2013). Así se explica, en términos antropológicos, la lucha desesperada que sostienen los viñateros del pipeño por perpetuar su tradición. En un espacio paralelo al que construyeron las grandes marcas mediante la publicidad y el marketing, el pipeño mantuvo su influencia en la vida cotidiana, en los encuentros sociales y en las reuniones familiares. Se integraron en el corazón mismo de la vida de las personas. Y si bien en las zonas urbanas perdieron protagonismo por el control de las cadenas de distribución ejercido celosamente por las grandes firmas, en las zonas rurales lograron mantener su presencia.

Los relatos campesinos de la Colección Fucoa, atesorada en la Biblioteca Nacional de Santiago, constituyen una interesante fuente para reconocer la presencia del pipeño en la vida social del Valle Central de Chile. En efecto, esta colección se formó de manera relativamente espontánea, a partir de la convocatoria anual del Ministerio de Agricultura. La colección Fucoa reúne diez mil cuentos originales donados desde 1992 por la Fundación de Comunicaciones del Agro (Fucoa) del Ministerio de Agricultura. Estos relatos surgieron como resultado de los concursos de cuentos e historias campesinas realizados anualmente por este organismo. Después de más de dos décadas de funcionamiento, se ha creado un fondo documental que rescata los usos y costumbres de las zonas rurales de Chile. Por lo general se trata de relatos de gente de la tercera edad y, en algunos casos, los autores refieren historias aprendidas de labios de sus mayores, al calor de la chimenea en noches de invierno. Estos relatos no tienen una fecha precisa, pero en buena medida, representan usos y costumbres de la primera mitad del siglo XX, con un margen de proyección anterior y posterior a esa fecha.

El pipeño es mencionado en cuatro oportunidades en los cuentos de la colección FUCOA12. Aparece en estos relatos dentro de un mismo patrón sociocultural: es parte del ambiente de fiesta y celebración que gustan construir los campesinos. Alrededor del pipeño se crea el ambiente de sociabilidad, de amores, de encuentros y desencuentros, de dramas y sucesos memorables. Cuando la cosecha era fructífera, las bodegas se llenaban de frutos que se convertirían en espumosos vinos.13 En el relato, esta bebida sirve como parte del escenario dentro del que se desarrollan los sucesos que merecen la pena recordar y relatar.

El pipeño surge como elemento de cohesión y socialización. Es parte de la estructura de la vida social; ofrece el marco dentro del que se desenvuelven historias que se reconocen como valiosas e interesantes para la comunidad de referencia. A la vez, representa un tramo decisivo dentro de los ciclos anuales de vida agrícola de trabajo, cultivo y cosecha.

En el ámbito de la fiesta campesina, el alcohol y comida juegan roles fundamentales. El consumo del pipeño representa el momento de la celebración por la buena cosecha. Luego, esa tradición de celebrar la fecundidad del año agrícola se proyectó a los otros motivos de fiesta, tanto por motivos familiares (matrimonios, bautizos, cumpleaños) como en las celebraciones cívicas. Para las fiestas del 18 de septiembre (aniversario de la independencia de Chile), los hombres tomaban el pipeño tinto14. Las sabrosas comidas preparadas para estas celebraciones se acompañaban de pipeños con olor a "roble viejo"15. Tanto era así, que en estas fiestas, en que cocinaban las mujeres, los hombres "trocaban penas por alegrías"16.

Esta bebida se reconocía como parte indispensable del ambiente de fiesta. Sin ella, simplemente, no había celebración. El espacio de encuentro se construía, precisamente, a partir de la posibilidad de compartir este producto. Además, el pipeño no solo se bebía; también tenía una función de maridaje con la gastronomía. Servía para acompañar las comidas más sabrosas y condimentadas, como la empanada y la cazuela. También se valoraba para elaborar pescados y mariscos. En un relato se ponderaba los "inolvidables camarones cocidos en tres hervores de pipeño blanco con un cacho e' cabra"17. Si los varones se lucían con sus buenos vinos, las mujeres se destacaban con la gastronomía y el maridaje.

Posteriormente Pablo de Rokha, en su Epopeya de comidas y bebidas de Chile, menciona puntualmente el pipeño: "no comamos la ostra en ese ambiente, en el que relumbran y descuellan los congrios-caldillos o flamea la bandera de un pipeño incomparable". Pero la referencia más llamativa es la de Raúl Rivero, en su poema "Quilmo", en el que el pipeño forma parte de una escena muy melancólica: "Doña Cleofilda me invitó a comer/ un domingo de invierno. (...)/ En el momento trascendente y clásico/ de escanciar ambas copas/ se apagaron las luces./ Dejó de hablar la radio./ Se produjo un silencio./ Algo pasó en el aire./ Me tomé el vino en sombras./ Un vino de Chillán, pipeño, claro,/ con sabor a nostalgias o a naranjas".

El mundo popular y campesino logró mantener viva la tradición del pipeño como producto típico de Chile. Le dio la fuerza necesaria para hacer frente a la estigmatización de los tecnócratas. Los chilenos modestos, sobre todo del campo, no cedieron a las corrientes ideológicas que, desde el poder, trataron de destruir los productos típicos chilenos, como hicieron con el queso de Chanco (el mejor queso del Cono Sur en los siglos XVIII y XIX, elaborado con leche de oveja) y el vino Asoleado de Cauquenes (el mejor de Chile en el siglo XIX). A diferencia de estos productos, el pipeño logró mantenerse con vida, precisamente, apoyado por las capas populares chilenas.

Conclusiones

El pipeño es un vino con profunda tradición histórica en Chile. Sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se difundió la pipa como recipiente para conservación de los vinos en el reino de Chile. Desde entonces, se ha mantenido como un vino típico de la zona sur del Valle Central, sobre todo entre los ríos Maule y Biobío.

Consistente con sus orígenes coloniales, el pipeño se elabora a partir de las uvas que se cultivaban en el siglo XVIII en Chile: Moscatel de Alejandría, para los blancos, y Uva País, en el caso de los rosados y tintos. También se emplean variedades derivadas de las dos anteriores, como Torontel (Moscatel Amarillo), Moscatel de Austria y Moscatel Rosado. El pipeño es un vino artesanal, elaborado con métodos tradicionales. No se emplean en su elaboración equipamiento ni instalaciones sofisticadas. Se elabora en forma sencilla, sin barrica de roble francés ni guarda en botellas. Se debe emplear la pipa de roble chileno (raulí).

El pipeño nació en el marco general de los productos típicos chilenos de los siglos XVIII y XIX, como el jamón de Chiloé, el queso de Chanco y el vino Asoleado de Cauquenes y Concepción. Todos estos productos fueron parte de la historia social, económica y cultural del país. Fueron elaborados en Chile con materias primas chilenas y mano de obra chilena para el mercado nacional, principalmente. La diferencia entre ellos se hallaba en los segmentos de mercado a los que iba dirigido: mientras que los jamones de Chiloé, los quesos de Chanco y los vinos Asoleados de Cauquenes eran productos de alto costo y elevado precio, se dirigían a un mercado de alto poder adquisitivo (élites). En cambio el vino pipeño se colocaba en los mercados populares.

A partir del último tercio del siglo XIX, todos los productos típicos chilenos fueron cuestionados y estigmatizados por los tecnócratas europeos y sus seguidores nacionales. Desde sus posiciones de poder, estos tecnócratas construyeron un discurso demonizador que debilitó estos productos y propició su sustitución por productos importados y sus copias nacionales (Champagne de San Felipe o queso Brie de Quillota). Las élites fueron muy permeables al discurso de los tecnócratas, y tendieron a cambiar sus hábitos de consumo. Como resultado, los productos típicos chilenos perdieron sus mercados y desaparecieron.

A diferencia de los productos típicos de élites, el pipeño logró mantenerse vivo en Chile, sostenido por los consumidores de extracción popular y campesina. El Chile profundo se reveló más resistente ante el discurso de los tecnócratas, y mantuvo su cultura y valoración de los productos típicos. El pipeño se siguió elaborando, valorando y consumiendo, muchas veces en la clandestinidad. Se comercializaba para los clientes que querían un "vino de la casa" en restaurantes, en las cocinerías, en las picadas y en los clandestinos. De esta forma se conservó el mercado interno, local. Se mantuvo viva la tradición de la viticultura más antigua de Chile, y sobre todo, se logró asegurar la persistencia del pequeño viticultor artesanal que, con sus pequeñas viñas y su modesto equipamiento, ha sido capaz de defender su derecho a mantener su identidad y su estilo de vida. De esta manera logró mantener vivo el pipeño.

En los últimos años se produjo la revaloración del pipeño, a partir del renovado interés por los productos identitarios y los valores del patrimonio agroalimentario nacional. En realidad, este resurgimiento es parte de un proceso mayor, signado por la valoración de los productos con identidad, arraigados a un territorio determinado (Coello, 2008). En el Cono Sur, estas corrientes se reflejan también en el creciente interés por productos como el pisco en Perú (Huertas, 2004 y 2012) y Chile (Cortés, 2005; Lacoste, 2013 y 2014). En esta corriente se ubica también la reivindicación de la Uva País para elaborar vinos espumantes, como han logrado con éxito Miguel Torres en Curicó y Capel en Coquimbo. En las últimas décadas, la producción de pipeño se ha consolidado principalmente en el secano costero e interior del Maule y en el valle del Itata. El pipeño, a partir de 2013 se comenzó a fraccionar en botellas de vidrio y con originales marcas y etiquetas para venderlo en las grandes ciudades; como resultado, el pipeño llegó a los comercios especializados (Mundo del Vino) y a las mesas de los más selectos restaurantes de Santiago. La historia está de nuevo presente.

Notas

  1. Inventario de bienes de la Hacienda Cucha Cucha, 26 de octubre de 1767. Archivo Nacional, Fondo Jesuítas de Chile, pieza 3, folio 199v.
  2. Tasación del sitio de don Agustín del Castillo, Santiago, 8 de marzo de 1785. AN, Fondo Judiciales de Santiago, legajo 226, pieza 7, foja 14v.
  3. Inventario de bienes de Pedro Antonio Pérez, San Felipe, 3 de octubre de 1787. AN, Fondo Judiciales de San Felipe, legajo 42, pieza 18, foja 43.
  4. Inventario de la Hacienda de Apoquindo, propiedad de los herederos del finado José Antonio Grez. Santiago de Chile, 2 de mayo de 1795. AN, Fondo Judiciales de Santiago, pieza 9, folio 19v.
  5. Tasación de bienes de don Marcelo Amaya, Santiago 18 de febrero de 1812. AN, Fondo Judiciales de Santiago, legajo 45, pieza 5, foja 47.
  6. Inventario de bienes de Agustín Díaz, Santiago de Chile, 16 de junio de 1827. AN, Fondo Judiciales de Santiago, volumen 304, pieza 9, foja 27.
  7. Tasación de la quinta de los Agustinos, Santiago, 20 de febrero de 1826. AN, Fondo Judiciales de Santiago, pieza 9, foja 1v.
  8. Tasación de bienes de don Francisco Prats, Santiago, 10 de julio de 1837. AN, Fondo Judiciales de Santiago, Legajo 177, pieza 4, foja 1v.
  9. Partición de bienes de Francisco Hidalgo, Santiago de Chile, 1846. AN, Fondo Judiciales de Santiago, volumen 496, pieza 11, fojas 5v y 17.
  10. Inventario de bienes del finado don Mateo Besoin, Santiago, 23 de noviembre de 1848. AN, Fondo Judiciales de Santiago, volumen 150, pieza 10, foja 3v.
  11. Cobro de pesos por deuda impaga. San Felipe, 26 de junio de 1849. AN, Fondo Judiciales de San Felipe, Legajo 50, Pieza 16, foja 27v.
  12. Fundación de Comunicaciones, Capacitación y Cultura del Agro.
  13. Gastón Pérez Verdugo. El hombre que fabricaba ríos. Rancagua, VI Región, 2007, Carpeta 200, cuento 10.204.
  14. María Magdalena Rubio Sepúlveda "Tradicionales Chilenas" Huilco, Melipilla, RM, 2007, Carpeta 204, cuento 10.377. Autora nacida en 1926.
  15. Eliana Silva Lizana. La guitarrera. Chillán , 2002, Carpeta 73, cuento 2932.
  16. Eliana Silva Lizana. La guitarrera. Chillán, 2002, Carpeta 73, cuento 2932.
  17. Luis Samuel Campos Pinto. "Fiesta de los tres camarones". San Pedro de la Paz, 2007, Carpeta 199, cuento 10.126.

Agradecimiento

Los autores agradecen al proyecto Fondecyt 1130096.

Literatura Citada

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Fecha de Recepción: 12 Enero, 2015. Fecha de Aceptación: 14 Mayo, 2015.

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-34292015000300013#:~:text=Santiago%2C%20Chile.,-RESUMEN&text=Se%20estudia%20la%20historia%20del,usar%20en%20el%20siglo%20XVIII.
https://scielo.conicyt.cl/pdf/idesia/v33n3/art13.pdf





El francés que rescata y defiende a los vinos campesinos de Chile

“No creo que el vino sea personal, a pesar de que todos los enólogos son egocéntricos y se creen artistas”, dice Louis-Antoine Luyt. Foto: Manuel Herrera / El Mercurio

De Nueva York a Tokio valoran a Louis-Antoine Luyt por su trabajo en la olvidada cepa país.

Por: Eduardo Moraga - El Mercurio (Chile) - GDA 08 de abril 2018.

Hay varias reglas para ser exitoso en el mundo del vino. Número uno: ser amable con los escritores y críticos de vino. Número dos: llevarse bien con el resto de los viñateros. Número tres: ponerles tu sello a los vinos que haces. Louis-Antoine Luyt no sigue ninguna de esas normas.

No envía sus botellas a los críticos. Tiene casi nula relación con sus colegas viñateros. Y este año dejó de hacer vino para comercializar ‘pipeño’ hecho solo por campesinos. Sin embargo, tiene fama mundial.

“Es el viñatero más excitante del mundo”, dijo de él Levi Dalton, el influyente podcaster de ‘I’ll Drink to That!’

La subida es para terminar con el corazón en la mano. En la cumbre de la colina están esparcidas parras de la uva país y algunas de variedades blancas. Cada una crece como una planta aislada, no existen las ordenadas filas de viñedos que se pueden ver desde la carretera en los valles de Casablanca o Colchagua. Louis-Antoine Luyt apunta a una colina que está al frente, y dice: “Por ahí anda don Raúl, trabajando sus parras”.

Raúl Martínez vive y trabaja en Panguilemu. No es fácil dar con él ni con sus parras. Hay que recorrer 35 minutos desde Chillán (400 kilómetros al sur de Santiago) rumbo a la costa, primero por caminos asfaltados y luego de tierra. Cada tanto, aparecen árboles quemados. Son las cicatrices de los megaincendios forestales del último verano. Es fácil perderse. No es una tierra para turistas.

Pequeños viñateros como Martínez son el último eslabón en una cadena que partió en el siglo XVI, cuando los conquistadores españoles trajeron parras de país y de moscatel. Su rusticidad les permitía sobrevivir solo con las lluvias y pocos trabajos agrícolas. Ideales para gente que vivía en la frontera austral del imperio.

La larga herencia, eso sí, resultó ser una bendición maldita. Esos viñateros, vendimia tras vendimia, reciben los peores precios. Hace dos años se llegó a pagar 80 pesos (370 pesos colombianos) por el kilo de esa uva: un tercio de lo que se pagó por un kilo de cabernet sauvignon del tipo más básico. El vino que sale de esas uvas es considerado rústico por el grueso de los paladares actuales. Por lo menos, el de los chilenos. Porque afuera, otra es la historia.

La casa de Don Raúl queda en el minivalle que está entre las dos colinas en las que cultiva. Y junto a ella, una bodega de adobe. Luyt pide permiso para inspeccionarla. Adentro hay varios fudres tamaño XL. Uno de ellos, con capacidad para tres mil litros, tiene un vino blanco que Luyt pretende vender. Se encarama y saca las cenizas que lo cubren, por motivos sanitarios, y con una manguera llena un vaso.

El vino es corpulento y aromático. Luyt cree que de ahí puede salir uno de los grandes blancos de la vendimia 2017. No solo de la cepa país vive el viñatero.

En Noma y el Celler

Los vinos de Luyt están en los restaurantes más reputados del mundo, como el Noma, de Dinamarca (reabierto en marzo), o el Celler de Can Roca, en España. Una de las distribuidoras de vino más importantes de Estados Unidos, la neoyorquina Louis Dressner, rompió su costumbre de vender solo vino europeo y comenzó a importar sus botellas. Por estos días, Luyt trabaja junto a José Pastor Selections, un importador de San Francisco, especializado en vinos españoles, para hacer lo mismo en la costa oeste.

Luyt se hizo un nombre como viñatero gracias al rescate de la uva país. En España se la conoce como Listán Prieto y terminó arrinconada en Canarias, frente a África. En América, sin embargo, tuvo varios siglos de esplendor: colonizó desde California, donde se la conoce como ‘Mission’, hasta Chile, donde la llamaron país.

A partir del siglo XIX, la búsqueda de vinos más corpulentos y refinados llevó a imitar a Francia, y a reemplazar las centenarias parras de uva país por cabernet sauvignon o merlot. Al término del siglo XX, la país ya había desaparecido casi totalmente de la zona central (el corazón del vino chileno) y sus últimas trincheras estaban en zonas como Cauquenes o Itata, en las regiones del Maule y Biobío (sur), en que la falta de canales de riego dificultó su reemplazo por otra actividad agrícola. Sin embargo, durante todos estos años los campesinos de esa zona la siguieron cultivando de la misma forma que sus padres, sus abuelos y bisabuelos, haciendo un vino conocido como pipeño.

De mochilero a viñatero

Luyt llegó a Chile en 1998. Tenía 22 años y de vino solo sabía beberlo. Su objetivo era recorrer Suramérica como mochilero. Se había criado en Saint Malo, en la costa de la Bretaña francesa. Su estancia en Chile se fue alargando, empezó a trabajar como mesero en un restaurante en Lo Barnechea, en Santiago. Allí le llegó la noticia de que la Escuela de Sommeliers, creada por el master ‘sommelier’ Héctor Vergara, iba a dictar su primer curso. Y se inscribió.

A Luyt le molestaba que los vinos chilenos se parecían, a pesar de provenir de diferentes valles. Y que, además, casi todos eran de cepas francesas. Veía en el pipeño un vino con identidad local. Una vez le preguntó a uno de sus profesores si se podían hacer vinos interesantes a partir de la uva país. Y la respuesta del profesor fue un rotundo ‘no’. “Él es el culpable de que esté haciendo vinos de uva país”, dice Luyt.

Hace una década, Louis-Antoine empezó a hacer vinos con la uva de pequeños viñateros sureños. Eso sí, dobló la apuesta, no solo usó cepas despreciadas, sino que las trabajó con una enología de mínima intervención, tal como lo dicta la tendencia de los vinos naturales, en boga entre productores rebeldes de Francia e Italia. El resultado rompió los márgenes de lo que era posible en el vino chileno.

Su Clos Ouvert, de uva país del Maule, llevó al crítico inglés Tim Atkin, famoso por señalar que el vino chileno era aburrido como un Volvo, a exclamar (mayo de 2010) que era “el vino chileno más excitante que he probado en años. ¡Wow!”.

Una nueva etapa

Luyt se convirtió en un profeta fuera de Chile. Sus vinos de uva país, a los que sumó otras cepas, lograron un público fiel entre los consumidores de vinos alternativos de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Japón. “Usan iPhone para todo, pero quieren un vino lo más natural posible”, dispara el francés.

Las ventas aumentaron vendimia tras vendimia. Logró cerrar negocios con importadores inaccesibles para otras viñas chilenas. Pero todo se fue al carajo en 2016. La bodega donde elaboraba sus vinos sufrió una contaminación por hongos y prefirió no vender su producto para no matar el prestigio. Afirma que perdió casi 200.000 dólares.

Decidió reinventarse como viñatero. Comenzó a adquirir directamente el vino a los campesinos. Ahora su participación se reduce a embotellarlo y colocar una etiqueta que solo dice pipeño y el lugar de origen. Su nombre como autor desapareció del frontis de la botella. “Son personas que llevan 30 o 50 años haciendo vino. Es gente que sabe hacer pipeño mejor que yo”.

Luyt decidió concentrarse en lo que hacía mejor: conectar a viñateros como Raúl Martínez, de Panguilemu, con los ‘winegeeks’ de Nueva York, Tokio, Londres o París. De hecho, sus botellas son casi imposibles de probar en Chile.

De Tokio hasta Chillán

Yazuko Goda es pionera de la importación de vinos naturales en Japón y viajó hasta Chillán para conocer ‘in situ’ a Luyt. En Tokio, su empresa ocupa un edificio de cinco pisos.

El lugar de la reunión es una mezcla de restaurante y sede social, vecino a la cárcel de Chillán. Se ingresa por un pasillo en semipenumbra. Un par de parroquianos sentados junto a la barra conversan con el dueño. Es pasado el mediodía y las mesas están vacías. Según Luyt es el mejor restaurante de Chillán. Recomienda los platos de liebres y conejos.

Sobre la mesa, Luyt pone botellas de pipeño. Son de uva país y vienen de viñedos en Carrizal, Pichihuedque y Laja.

Sugiere comer algo liviano y pide un par de chupes: uno de jaibas y el otro de locos. Son contundentes y sabrosos.

Cada vino es un animal distinto. Carrizal es calmado; Pichihuedque es salvaje, y Laja, delicado.

Solo se venden en una pequeña tienda de vinos en Chillán y en un puñado de restaurantes de Santiago. El resto de las botellas abandona Chile. Luyt dice que no quiere perder el tiempo peleando con clientes que no pagan y con consumidores que no entienden sus vinos.

El francés ignora a casi todos los críticos de vino. Una jugada extrema en un mundo donde los puntajes son una de las herramientas de márketing más potentes para los productores. “Si quieren probar mis vinos, que los compren”, anota con firmeza.

“Mi nombre es secundario. Yo, Louis-Antoine Luyt, soy secundario. No quiero ser la parte visible del iceberg. No quiero estar adelante... No creo que el vino sea personal. A pesar de que todos los enólogos son egocéntricos y se creen artistas”.

–¿Y usted (le pregunto), no es egocéntrico?

–Obvio que soy egocéntrico. Pero comparto.

Quienes han trabajado con él le critican un trato duro y un carácter explosivo. Sin embargo, reconocen que marcó un antes y un después en el vino chileno. Luyt se queja de pocos le han reconocido su aporte.

Cuando él empezó no había espacio en las guías para la cepa país. En la última edición de ‘Descorchados’, la principal de Chile, se recoge en una categoría propia a los vinos de esa variedad, tal como sucede con el cabernet sauvignon o el pinot noir. Fueron 13 las botellas de cepa país que obtuvieron altos puntajes.

“Mi proyecto es un proyecto social. Si puedo haber cambiado algo en la historia del vino en Chile, estoy muy orgulloso. Empujé, provoqué la rabia, el celo, que la gente se metiera … Y para mí todo eso significa que sacudí algo”.

Hace poco hizo una gira promocional por Estados Unidos. Calcula que en promedio pasa 80 días al año fuera del país. En Chillán lo esperan su mujer y sus tres hijos.

Luyt termina su chupe.

“Chile me ha dado todo. Lo mejor y también las mayores cachetadas”.

https://www.eltiempo.com/cultura/gastronomia/el-frances-que-rescata-y-defiende-a-los-vinos-campesinos-de-chile-202434





Vinos típicos de Chile: ascenso y declinación del chacolí (1810-2015)

Pablo Lacoste1*, Amalia Castro2, Félix Briones3, Felipe Cussen1, Natalia Soto4, Bibiana Rendón5, Fernando Mujica6, Paulette Aguilera1, Carolina Cofré1, Emiliano Núñez1, Michelle L. Adunka1

1 Universidad de Santiago de Chile, USACH. Santiago, Chile.* Autor por correspondencia: pablo.lacoste@usach.cl
2 Universidad Finis Terrae. Santiago, Chile.
3 Universidad del Bío Bío. Chillán, Chile.
4 Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza, Argentina.
5 Universidad de Chile. Santiago, Chile.
6 Escuela Nacional de Sommelier. Santiago, Chile.

RESUMEN

Este artículo examina el surgimiento, consolidación y decadencia del chacolí, vino típico chileno elaborado en el siglo XIX y parte del XX. Heredero de la tradición española colonial, el chacolí chileno se elaboraba a partir de Uva País, Moscatel de Alejandría y variedades criollas, sobre todo Torontel. En el último tercio del siglo XIX llegó a representar el 28% de la producción chilena de vinos. Con posterioridad comenzó a decaer, muy criticado por los tecnócratas europeos y sus seguidores chilenos, que negaron todo valor enológico a las variedades utilizadas y los métodos artesanales. De todos modos, el chacolí se ha mantenido latente en pequeños segmentos de consumidores, sobre todo de segmentos populares y campesinos; además, desde 1975 se reivindica en la Fiesta del Chacolí, celebrada anualmente en Doñihue, en el corazón profundo de la huasa provincia de Colchagua.

Introducción

El chacolí es un vino típico de la vitivinicultura popular de Chile, elaborado desde el Huasco, en el Norte Chico, hasta el Valle Central. Se trata de una bebida de singular tradición, ampliamente difundida en las masas populares, sobre todo en las celebraciones de fin de cosecha, carnaval y fiestas patrias. Para muchos chilenos, esta bebida es parte importante de su vida social y de su identidad cultural.

La gran industria vitivinícola chilena ha dedicado escaso interés al desarrollo de estas bebidas. Ha priorizado el enfoque angloamericano de los puntos Parker y la estandarización de los productos. No se ha preocupado por la identidad territorial ni histórica de los vinos. Esta situación ha adquirido relevancia por la fuerte concentración de la industria en las grandes empresas. Basta recordar que la mayor de ellas, Concha y Toro, controla el 25% del mercado nacional; y las diez mayores manejan el 50% de las exportaciones. Para aprovechar su posición dominante, estas grandes empresas han optado por promover los vinos estandarizados, sin interesarse por las denominaciones de origen y los productos típicos.

Esta bebida típica no ha sido estudiada hasta el momento con suficiente profundidad por la académica. Los trabajos de Claudio Gay (1855) trazaron un perfil un tanto despectivo de este producto y sentaron las bases de su valoración negativa, reiterada después por los autores posteriores (Couyoumdjian, 2006; Del Pozo, 2014). Algunos trabajos dedicados a la historia del vino chileno se han focalizado principalmente en las grandes viñas (Del Pozo, 2014), el problema del alcoholismo (Fernández Labbé, 2010) y el proceso de modernización impulsado por los franceses en la segunda mitad del siglo XIX (Briones, 2006; Coujoumdjian, 2006), el terroir y las cepas francesas (Pszczólkowski, 2014 y 2015). Naturalmente, estos autores se focalizaron en la corriente principal de la industria vitivinícola chilena, dejando para más adelante las ramas secundarias, dentro de las que se encuentran, precisamente, el chacolí.

Las referencias parciales de la literatura especializada en la historia del vino chileno trazan algunos antecedentes para conocer estos productos. Pero han dejado muchas preguntas abiertas. Por un lado, conviene identificar qué uvas se utilizaban para elaborar el chacolí. Gay (1855) y Del Pozo (2014) lo asocian con las uvas criollas, pero conviene definir con mayor claridad el concepto. También es importante determinar el área geográfica del chacolí, considerando también los estudios de Morales (1896) para la zona del Huasco. Otro elemento que conviene aclarar es el ciclo histórico de estos productos. Uno de los estudios entrega datos de la rentabilidad económica del chacolí por hectárea de viña en 1874 en Los Andes y San Felipe (Aránguiz, 1995). Queda pendiente sistematizar la información disponible, enriquecerla con nuevas fuentes y establecer con mayor precisión la historia, identidad y ubicación geográfica de esta bebida, objetos del presente artículo.

Para alcanzar estos objetivos, el presente artículo ha examinado cuatro corpus documentales principales: a) inventarios de bienes y testamentos de los viticultores chilenos de la primera mitad del siglo XIX, conservados en el Archivo Nacional (AN); b) Fondos de Tesorería y Aduana de Chile en el segundo cuarto del siglo XIX (AN); c) medios de prensa gráfica editados en Santiago, Valparaíso y otras ciudades chilenas, entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX; y d) Archivo del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI). Se ha utilizado el método propio de la historia (heurístico crítico) para confrontar las hipótesis con los referentes empíricos mencionados. Todo ello se ha interpretado a la luz de la bibliografía especializada sobre el tema. Como resultado, se ha podido reconstruir el itinerario cultural de este producto en Chile.

Del chacolí vasco al chileno

El chacolí chileno tiene un sinónimo en el chacolí español. En realidad, se trata de dos vinos diferentes con el mismo nombre. La homonimia se produjo debido a un largo proceso cultural signado por la inmigración de vascos a Chile, quienes viajaron acompañados por sus usos, costumbres y tradiciones, entre las que se encontraba el chacolí. Una vez arraigados en Chile, los inmigrantes vascos trataron de recrear las condiciones de vida de su país de origen y, entre otros productos, impulsaron la elaboración del chacolí. Pero era un nuevo producto, resultado de la interacción entre las tradiciones españolas y las realidades del nuevo mundo.

En España se conoce como "Chacolí al vino de poco cuerpo, ácido y de baja graduación y con cierta agujilla de carbónico, producido en los tres territorios del País Vasco, zonas de Cantabria y mitad septentrional de la provincia de Burgos, lugares todos ellos donde la uva no alcanzaba una maduración completa. El Chacolí es un vino ligero, ácido y afrutado de poco grado, se ha producido desde hace más de mil años en los territorios vascos y zonas de Burgos y Cantabria. El factor común de los caldos de los distintos territorios ha sido la falta de madurez adecuada de la uva" (Hidalgo, 2012).

En cambio el chacolí chileno es un producto algo distinto. Se elabora a partir de uvas maduras de cepa país, es un vino joven, sin envejecimiento en barrica ni guarda en botella. La valiosísima Cartilla de campo y otras curiosidades, dirigidas a la enseñanza y buen éxito de un hijo, interesante instructivo que comprende los años 1808 a 1817 y en el que se educa sobre las costumbres y labores del campo chileno, hace mención a este brebaje precisando que: "Es el caldo que la uva produce en la primera pisa, en la segunda, y de la estruja que se le hace con la tabla en un lado del lagar" (Fernández Niño, 1817). En su segunda edición anuncia de modo más claro: "Mosto Chacolí. Es el caldo que la uva produce en la primera y segunda pisa, y el de la estruja que vierte la tabla antes de levantarse el orujo al suncho" (Fernández Niño, 1867).

De todos modos existe una diferencia importante entre los dos productos: los vascos han puesto en valor su chacolí con el desarrollo de tres Denominaciones de Origen: Chacolí de Getaria-GetariakoTxakolina (1989); Chacolí de Bizkaia-BizkaikoTxakolina (1994) y Chacolí de Ávala-ArabakoTxacolina (2001) (Hidalgo, et. al. 2012). En cambio en Chile, el chacolí ha quedado marginado como un vino de tercera o cuarta clase.

Pero no siempre fue así. El capitán inglés Ricardo Longueville Vowell, quien se encontraba al servicio de Chile entre 1821 y 1829, en su recorrido por el territorio apreció favorablemente los subproductos de las viñas, señalando que: "En Chile las viñas son abundantes y de sus uvas se hace muy buen vino y aguardiente. Se fabrican otras bebidas como el Chacolí y el sancochado" (Hanisch, 1976). En el exquisito detalle que brinda de una cena a la que fue invitado en Tabolango, comuna de Quillota, el chacolí también se hace presente: "Grandes cachos de chacolí y vino circulaban de mano en mano en rápida sucesión" (Hanisch, 1976). Otro viajero, esta vez francés, el capitán Lafond, explica otro de los usos de este brebaje: "En la tarde se come arroz con leche y galletas y como postre las frutas de la estación, melones, brevas, fresas. Todo regado con abundante chacolí" (Pereira, 2013).

Mayor espacio en sus escritos le brindó Claudio Gay (1855), el cual definió el chacolí en los siguientes términos: "es el mosto fermentado que no contiene arrope ni cocido. En algunos puntos se le prepara pisando las uvas sobre una estera y en seguida se hace fermentar el jugo en una tinaja, pudiéndose beberle al cabo de seis días. Privada como se ve de un suplemento dulce no puede conservarse mucho tiempo, acaso porque los riegos extremadamente fecundos en Chile dan una fuerza tal que hace que las uvas contengan demasiadas sustancias azotadas para ser enteramente absorbidas por la fermentación, y este exceso es lo que la deteriora al cabo de cinco a seis meses. También la falta de tanino ocasiona este daño y en este caso se la haría más duradera si el racimo con su escobajo se pusiese a fermentar. Esta bebida es delgada, suave y de un sabor agridulce que la asemeja a la sidra. Su consumo es muy grande, sobre todo, poco después de la vendimia" (Gay, 1855).

En el ciclo de auge de los productos típicos del campo chileno, algunos viticultores se especializaron en elaborar este tipo de vino. Los documentos han permitido detectar evidencia sobre algunos productores y comerciantes relevantes dedicados al chacolí.

El Norte Chico fue uno de los principales centros de producción de chacolí. El registro más antiguo corresponde a Antonio Zavala, quien hacia 1810 elaboraba 100 @ de chacolí en el Huasco. Poco después, en 1824, se detectó que en Vallenar se elaboraban entre 2.000 y 3.000 @ de vino, entre mosto y chacolí (Morales, 1896). Posteriormente, en 1832 se levantó un nuevo registro, el que permitió comprender la relevancia que el chacolí había alcanzado en el valle del Huasco (Tabla 1).

Tabla 1. Productores de chacolí en el valle del Huasco (1824-1832)

 Fuente: elaboración propia a partir de los datos entregados por Joaquín Morales sobre el informe de 1824 y el informe estadístico de 1832 (Morales, 1981: 221-226).

El chacolí también se elaboró con fines comerciales en la zona central de Chile desde las primeras décadas del siglo XIX. Entre los registros más antiguos figuran Joseph Galdame (1834), Francisco Prats (1837), Alejo Lemus (1841-1844), José Dolores Chacón (1845), Ceciliano Álvarez (1845) y Pedro Figueroa (1844).

Hacia 1837 don Francisco Prats, propietario de una viña de 11.000 plantas, tenía en su bodega 471,5 @ de chacolí, valuado a siete reales cada arroba.1 La chacra de Miraflores (Ñuñoa), propiedad de don Alejo Lemus, fue otro centro productivo de chacolí. Entre 1841 y 1844 esta propiedad fue arrendada y se generó un pleito, gracias al cual se registró la producción de la hacienda. Los documentos señalan que "En el año de 1842 (se elaboraron) 73 arrobas de chacolí a 12 reales arroba: $ 109 con 6 reales; en el año de 1843 del chacolí que se vendió le entregué 461 pesos, cuyo precio fue el de 10 reales arroba: $ 461".2 En este segundo año, la producción llegó a 370 @ de chacolí.

Una década más tarde se produjo el registro de la operación de Chacón. El 11 de julio de 1845 en Santiago de Chile, don José vendió a don Ceciliano Álvarez tres cubas de chacolí de 100 @, por valor de $ 157 con cuatro reales. Poco después, don Ceciliano se declaró en quiebra, sin haber alcanzado a pagar el precio convenido. Por lo tanto, don José solicitó la anulación de la venta y la recuperación de su chacolí.3 Mientras tanto, para hacer frente a sus acreedores, Álvarez propició un inventario completo de sus bienes, entre los que había mil @ de chacolí, tasadas a siete reales por arroba, totalizando un valor de $ 1500.4

Fuera de Santiago, 100 kilómetros al nordeste de la capital, en San Felipe, también se documentó la presencia del chacolí. En la hacienda de Joseph Galdame se inventariaron 20 @ de chacolí, valuadas a 12 reales por arroba, con un total de $ 30.5 Entre los bienes de Pedro Figueroa se registraron 16 @ de chacolí, valuadas a ocho reales por arroba.6 A mediados de la década de 1850, Claudio Gay ponderó que la arroba de chacolí valía ocho reales en 1841 (Gay, 1855).

La extensión de la navegación de cabotaje, a mediados del siglo XIX, facilitó la distribución del chacolí por todo el país. En 1842 el bergantín Castro zarpó de Coquimbo, con escala en Valparaíso y destino final en Chiloé, donde llegó con "dos barrilitos de chacolí moscatel" (Ankud, 31 de diciembre de 1842, Fondo Tesorería y Aduana de Chiloé, vol 50, comprobantes 1842 p. 21). En 1849 llegaron a ese puerto una pipa de chacolí procedente de Talcahuano y tres barriles de chacolí de Coquimbo (Intendencia Chiloé, Fondo Ministerio del Interior, vol 251 p. 536).

A medida que la expansión del transporte alentaba el comercio, los productores se animaron a fortalecer la oferta de chacolí. Uno de los centros productivos más interesantes fue el fundo San Pedro, pequeño viñedo de dos hectáreas dedicado exclusivamente a elaborar y comercializar chacolí. La viña tenía atributos para entroncarse dentro de la viticultura tradicional de Chile. Estaba cercada por muros de tapia, de dos metros de altura. Solo se cultivaba cepa de Uva País. El método de cultivo era el de cabeza doble (dos parras juntas), con parras altas (1,40 metros). El único producto que se fabricaba era el chacolí y como producto accesorio se destilaba el orujo para sacar aguardiente. Junto a la viña se hallaban los edificios de vivienda y bodega, donde se encontraban las cubas de fermentación, con 25 @ de capacidad, y los toneles, con 60 @ de capacidad.

La vendimia del "Fundo San Pedro" se realizaba en abril y duraba de tres a seis días. Participaban diez a doce mujeres, lideradas por el mayordomo. La uva se cortaba con cuchillo y se recogía en canastos de mimbre de 20 litros de capacidad. Una vez en la bodega, la uva se presionaba sobre una estera de coligües colocada sobre las cubas fermentadoras. Esta operación la ejecutaban con la mano dos individuos colocados uno en frente del otro. Cuando se llenaba una cuba se trasladaba el aparato a otra y se repetía ahí la operación.

La elaboración del vino se realizaba en la artesanal bodega. 48 horas después de la vendimia comenzaba la fermentación y se prolongaba hasta cuarto o quinto día. Posteriormente el vino se retiraba de las cubas fermentadoras para pasarlo a los toneles, donde permanecía durante un mes. Cumplido este plazo, el vino se trasegaba y ya se lo consideraba producto terminado. De este modo se obtenía el chacolí, que se vendía a 2 pesos la arroba en la misma bodega. Los toneles se rellenaban cada 15 días. Las tapas se ajustaban bien y se les ponía una mezcla de ceniza y agua que, al secarse, impedía la entrada de aire (Alessandri, 1885).

El caso del "Fundo San Pedro" tiene singular interés para comprender el significado social, económico y cultural del chacolí en el Valle Central de Chile. Era un producto artesanal, elaborado con métodos tradicionales, sin incorporación de productos químicos ni aditivos para "corregir" el color, aroma y sabor. No se elaboraba en un gran establecimiento industrial, como se estilaba en el modelo de grandes fábricas de vino que se estaba asentando en esa época en el Cono Sur de América. Tampoco requería instalaciones ni equipamientos sofisticados traídos de Francia, como las moledoras mecánicas de uva o los grandes toneles de roble. Además, el chacolí se vendía al público en la misma bodega, sin depender de las grandes cadenas comercializadoras. Era un paradigma de pequeños viticultores que cultivaban la viña y elaboraban sus propios vinos.

La edad dorada del chacolí en Chile

El siglo XIX fue la edad dorada del chacolí en Chile. Justo antes del proceso de afrancesamiento de la viticultura chilena, este producto alcanzó su ciclo de apogeo. Mientras los enólogos y viticultores de las nuevas tendencias se empeñaban en incorporar las uvas francesas en Chile para elaborar los "vinos tipo burdeos", la viticultura tradicional siguió elaborando chacolí con los métodos de siempre, hasta alcanzar volúmenes importantes.

El chacolí ocupó un lugar relevante en la industria vitivinícola nacional en el último tercio del siglo XIX. Fue un producto central de la agroindustria nacional. El Estado ordenó levantar datos permanentemente sobre las cantidades de producción. El análisis de estos relevamientos muestra que los viticultores chilenos dedicaron una parte sustancial de sus energías productivas al chacolí. En efecto, su producción anual llegaba muy cerca de la producción de vinos y mostos. Así se desprende de los Anuarios del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 1861 y 1890 (Tabla 2).

Tabla 2. Producción vitivinícola de Chile (1861-1890) (en litros).


Fuente: Anuario Estadístico de la República de Chile, 1861-1890.

La visión de conjunto de estas tablas permite comprender la importancia relativa del chacolí dentro del escenario general de la industria vitivinícola chilena. En las tres décadas examinadas, sobre un total de 1.724 millones de litros de vinos y chichas, se elaboraron 487 millones de litros de chacolí, lo que representa el 28,2% del total. En otras palabras, el chacolí comprendía casi un tercio de la industria vitivinícola de Chile.

El chacolí se destacaba no solo por el volumen de producción, sino también por su voluntad de alcanzar mejores niveles de calidad, presentarse y competir en las exposiciones de la época. En efecto, en la segunda mitad del siglo XIX, a pesar del desprecio generado por las élites intelectuales y los tecnócratas, los productores de estos vinos típicos lograban destacarse en las competencias. Por ejemplo, en la Exposición Departamental de Los Andes, los chacolíes tuvieron trece exponentes, obteniendo un segundo premio y tres menciones honrosas (Le Feuvre et al., 1886).

El chacolí se dividía en dos clases: blanco y morado, que luego derivó en rosado. A mediados del siglo XIX, Claudio Gay explicaba la diferencia en los siguientes términos: "Hay de dos clase, una blanca, fermentada sin hollejos, y la otra morada por haberse mezclado estos hollejos y escobajos en gran abundancia al tiempo de la fermentación" (Gay, 1855). Décadas más tarde se produjo un refinamiento. Una valoración especial merecía el chacolí blanco elaborado con uvas torontel (El Mercurio, 9 de octubre de 1915; 16 de octubre de 1915). También se ofrecía el "chacolí Morado de Superior Clase" (El Comercio de San Felipe, 20 de agosto de 1888) en el aviso de la Hacienda San José. Posteriormente, en el siglo XX, se comenzó a usar la expresión chacolí rosado. La bodega del Patriarca Noé, ya mencionada, promovía el chacolí rosado. Más adelante, otro aviso promovía el "chacolí Rosado de Molina", en venta en una casa de comercio ubicada en calle Riquelme N° 258, entre las calles Huérfanos y Agustinas, en pleno centro de Santiago (El Mercurio, 3 de noviembre de 1914).

La importancia del consumo de estos productos queda de manifiesto en los avisos comerciales publicados en la segunda mitad del siglo XIX y en el primer tercio del XX. Para aquellos que "necesitaban de un chacolí bueno, podían con confianza dirigirse a la calle San Isidro de la Cañada segunda cuadra, en la Barraca de Madera", y allí lo hallarían en venta.

Los pequeños viticultores al promover sus productos típicos reflejaban la actitud de orgullo que sentían como vignerons, como artífices de sus propios vinos. Ellos asociaban sus vinos con la calidad de vida, se esforzaban por elaborar de la mejor manera posible sus vinos, se comprometían con sus trabajos y luego los promocionaban desde el orgullo y la satisfacción de haberlo hecho bien. Esa convicción los estimulaba para elaborar, promover y comercializar sus propios vinos.

Los tecnócratas europeos y el desprecio de los productos típicos chilenos

Los tecnócratas europeos lideraron la transformación de la viticultura chilena en la segunda mitad del siglo XIX. Revestidos del prestigio que irradiaban sus países de origen, lograron posicionarse en el centro de la formación de opinión sobre la valoración de los productos del campo y la jerarquía de los alimentos en todo el país. Ellos realizaron sus acciones en un ambiente sociocultural de admiración ilimitada de las élites chilenas por la cultura europea en general y francesa en particular, proceso que fue vivido también en el resto de América Latina. En este contexto, ellos gozaron de un poder y una influencia decisivos en el proceso de modelar los gustos y tendencias. Tanto Claudio Gay (1865) como René Le Feuvre (1877 y 1890), Julio Menadier (1874), Riveros (1881) y Charlin (1881) participaron de esta corriente. Ellos dirigieron institutos de formación técnica y publicaciones especializadas desde donde marcaron una línea de pensamiento que se convirtió en hegemónica. Las élites adoptaron los criterios propuestos por estos tecnócratas, lo que se hizo notar en la vida económica, comercial y cultural, particularmente en las pautas de consumo de alimentos y bebidas.

En el plano de la vitivinicultura, los tecnócratas europeos instalaron dos tendencias: por un lado, la sobrevaloración de las cepas francesas y los vinos imitación, tipo burdeos, borgoña, champagne, etcétera. Por otra parte, esta tendencia se vio acompañada con una actitud de desprecio hacia las variedades de uva criollas (Uva País, Moscatel de Alejandría, Moscatel Amarillo, Torrontés, Moscatel de Austria, entre otros). Para aquellos tecnócratas esas variedades no tenían valor enológico y no era posible elaborar con ellas vinos de buena calidad. Instalaron una cultura de la minimización del valor de las variedades criollas, concepto que se transformó en paradigma hegemónico en las ciencias agrarias chilenas y mantuvo esta posición durante más de un siglo. Recién se comenzaría a revertir a comienzos del siglo XXI, con exitosos ensayos de vinos, espumantes y piscos de Uva País y Moscatel de Alejandría.

Además de despreciar las variedades criollas, los tecnócratas europeos del siglo XIX despreciaron la viticultura tradicional en su conjunto. En lugar de valorar la diversidad de métodos y estilos, propiciaron que solo fuera aceptable la aplicación de los sistemas franceses. Negaron el valor de las viñas de rulo y las cepas de cabeza. También censuraron el equipamiento y las instalaciones de los viticultores artesanales, como lagares de cuero y pipas de roble chileno. Finalmente, negaron todo valor a los productos típicos como el chacolí. En líneas generales, para estos autores estos productos eran de mala calidad por provenir de viñas mal cultivadas y usar deficientes métodos de elaboración, particularmente el chacolí (Le Feuvre, 1884). Los textos dedicados a analizar la situación chilena del agro y recomendar cambios para el "mejoramiento" de la industria insistían en cuestionar estos productos:

"Los productos más comunes de nuestros viñedos: los chacolíes son de tan imperfecta elaboración que por su mala calidad y aun por su insalubridad debieran proscribirse en lugar de permitir que cada año se aumente su producción y consumo" (Menadier, 1874).

El repetido martilleo de los tecnócratas extranjeros se extendió también a los enólogos y agrónomos chilenos. Los manuales de estudio y los centros de enseñanza, al tratar los temas de viticultura y vinificación, terminaron por consolidar el paradigma afrancesado propuesto. Como resultado, en el siglo XX se impuso en la viticultura chilena una tendencia a reproducir el modelo de las viñas centradas en variedades francesas, con métodos franceses, adaptados al estilo de las grandes fábricas de vino, en manos de un reducido número de familias ricas.

Hasta fines del siglo XIX, la producción de los vinos típicos seguía siendo importante, pero a partir de entonces comenzó a perder terreno frente al avance de los vinos al estilo francés. "En 1883 se producían en Chile 41,7 millones de litros de vino contra 31 millones de chacolí; en 1923, las cifras eran de 243 millones de litros de vino contra 57 millones para el chacolí, respectivamente" (Del Pozo, 1998).

Las décadas de 1850, 1860 y 1870 fueron una fase de transición, en la que el vino país, así como el chacolí y el aguardiente eran expuestos en el mismo escenario con el vino "de imitación francesa" que estaba lejos de predominar. En efecto, según cifras de 1869, la casi totalidad del vino producido en Chile era el del primer tipo que alcanzaba a 651.000 @ o 25 millones de litros, de los que casi la mitad se producían en Concepción, con 250.000 @, seguida de Maule con 113.000 @; Santiago solo rendía 19.000 @. Del "vino Burdeos", del que se hacía contabilidad aparte, se produjeron 22.800 @, casi todas en Santiago. La producción de chacolí seguía siendo muy importante, con cifras de 507.000 @, la mitad de lo que se elaboraba en Santiago (Del Pozo, 1998).

El chacolí en la cultura popular

Tanto en la poesía recogida en la Lira Popular como en aquella de tradición más letrada, encontramos algunas menciones al chacolí. En estos versos de Patricio Miranda Venegas, editor de La Lira Porteña, el chacolí forma parte del recuento de varias comidas y bebidas: "Quesitos de Putaendo,/los calabozos de ají,/ en casa del falte León,/ chicha, vino y chacolí (...) quién no tomaría así,/ aguardiente con anís/ a cuartillo la medida,/ y en las Coimas se vendía/ chicha, vino y chacolí". Resulta interesante, por cierto, el modo en que "chacolí"' se utiliza al final de los versos para proponer llamativas combinaciones de una rima poco común, por ejemplo con "ají". José Hipólito Casas Cordero, en cambio, lo menciona como parte de una escena más trágica como consecuencia de una fiesta: "El crimen fué horrible i feo/ Como lo escribo en mi plana/ Chicha en una damajuana/ Tenian i chacolí/ Luego una muerte hubo allí/ Estando en una jarana".

El vínculo del chacolí con la vida cotidiana y la cultura popular se reflejó también en las campañas comerciales por medio de la prensa. En este contexto se produjo la difusión de "La Cueca del chacolí Rosado", publicada en El Mercurio el 21 de septiembre de 1914. El objetivo era promover las ventas de "El Patriarca de Noé", casa de comercio ubicada en Santiago, y apeló a este formato popular para llamar la atención de su clientela (Figura 1):

Figura 1. Promoción de " la Cueca del chacolí rosado" para motivar ventas de Bodega del Patriarca Noé (El Mercurio, 1914).


Un Chacolí rosado/ vende "El Patriarca"/ uno que no he probado/ en mi comarca. Ese Chacolí, ¡ay, sí!/ es de lo rico; / y solito me bebí/cántaro y pico. Cántaro y pico, sí/ y más quisiera / ¡Si se parece a ti/ china hechicera!...

¡Como tú, rosadito/ también es él,/ y semeja un traguito/ de pura miel! Yo te tragara a ti/ tal como a él./ ¡Eres de Chacolí/ lindo tonel! Un dieciocho tomé/ tanto "rosado" / que al tope me piqué. Quedé curado.

Y a la pampa, después/ en carretela/ rápido las eché/ con mi chicuela, sí Y me saquearon/ y hasta el poncho a mi/ ¡Ah! Me robaron/ el Chacolí rosado.

Con mi chicuela/ con mi chicuela, sí/ y me saquearon/ y hasta el poncho a mi ¡Ah!, me robaron./ El Chacolí rosado/ nunca aflojó pues todo lo robado/ apareció. Él protege a sus clientes/ en todo caso/ todos son sus parientes./ ¡Es tan buenazo! Con Chacolí rosado/ este Dieciocho/ yo quedaré curado/ por siete u ocho. Celebrando las glorias de O'Higgins, Carrera/ y todas las victorias/ que Dios nos diera.

Chacolí del "Patriarca"/ no tiene nada igual/ si tiene en sí la marca/ ¡Es celestial! ¡Celestial!/ ¡Ay! ¡Sí!/ Prenda del alma/ yo te compraré a ti/ por damajuana/ y pipas grandes/ Sí! Ay! Ay! Ay!

Esta "Cueca del Chacolí Rosado" refleja la mixtura de esta bebida con la cultura popular, como medio eficiente de celebración de las fiestas patrias del 18 de septiembre en Chile. El poema recorre el panteón de los padres fundadores de la Patria chilena, comenzando con Bernardo O'Higgins y José Miguel Carrera, enemigos en su tiempo, reconciliados en el alma chilena por medio de la celebración patria y el chacolí. Ambos personajes se enhebran en una historia con la mujer amada, con quien se unen, y con los ladrones, de quienes protegen. El chacolí tiene entonces tres funciones: une al hombre y a la mujer; une a los chilenos en su historia; y protege al pueblo del delincuente. Todo ello se asocia con la marca de la casa comercial "Patriarca Noé". El chacolí es la hebra mágica que logra todos estos objetivos.

Posteriormente Pablo de Rokha, en su Epopeya de comidas y bebidas de Chile, lo menciona varias veces, con naranjas, y siempre en cantidades copiosas: "la persona está sentada principalmente en un espino del Sur, quemado, pero con viento tremendo,/ no tomando, sino bañándose en el buen Chacolí de octubre, que gritará lleno de banderas" (21); "el causeo de patitas, que debe comerse en Codegua, no después de beber bastante Chacolí con naranjas amargas" (9); "el trago no bébalopuro, bébalo puro y con torrejas de naranja de la más agri-acida que encuentre, naturalmente en el naranjo más anciano de la aldea,/ báñese en Chacolí fuertón y corajudo" (14).

El chacolí en la prensa

Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, la prensa chilena dedicó un espacio considerable a la promoción del chacolí. Los avisos eran contratados por las empresas comerciales que se interesaban en comprar y vender chacolí. La colección de estos avisos constituye un rico corpus documental, a partir del cual se pueden inferir las prácticas culturales en torno a este producto.

En la década de 1870 el chacolí estuvo muy presente en los medios. Se publicaban avisos de compra y venta de esta bebida. El interés por ella se reflejaba en el espíritu de estos avisos. Un buen ejemplo fue el anuncio que se publicó reiteradas veces en enero de 1878 en El Ferrocarril. El texto señalaba "Vinos, chichas y Chacolíes, cualquiera que sea su estado, compran calle de Picarte N° 4". El lenguaje del anuncio denota cierta ansiedad por adquirir el producto. El aviso se publicó en forma reiterada los días 11, 19 y 21 de enero de ese año (Figura 2).

Figura 2. Anuncio Publicado repetidas veces en enero en El Ferrocarril (1878).


Respecto de la materia prima, los avisos solían destacar las uvas con las que se elaboraba el chacolí. Un papel destacado tuvieron el Torontel, o Moscatel Amarillo (llamado Torrontés en Argentina). Se trata de una uva criolla, nacida del cruce entre Moscatel de Alejandría y Uva País. Un aviso ofreciendo "Chacolí Torontel de pura uva" se publicó en El Mercurio el 9 de octubre de 1915. Poco antes, el 10 de agosto de 1915, en ese mismo medio otra casa demandaba la compra de chacolí blanco torontel. Posteriormente, el 16 de octubre de 1915, la empresa Ribas y Compañía demandaba la compra de 4.000 a 5.000 @ de chacolí torontel.

Otro aspecto al que poner atención son las referencias al lugar de origen como argumento de venta y valoración del producto. Esta fue una práctica ampliamente difundida en esa época. A veces, no era un lugar general, sino una hacienda particular, que trataba de fortalecerse como símbolo de garantía de calidad. Un buen ejemplo fue el chacolí de la Hacienda Almahue, que se vendía en el depósito que poseía en el centro de Santiago, en calle Chacabuco N° 61. El aviso formulaba los argumentos de venta de este chacolí: "La pureza de este chacolí, su exquisito sabor y la modicidad de su precio, hacen de él una bebida indispensable y un elemento insustituible para las Fiestas Patrias" (El Mercurio, 15 de septiembre de 1915). La Hacienda destacaba tres características centrales de su chacolí: pureza, exquisito sabor y bajo precio. Estos eran los argumentos para aspirar a ocupar un papel central en los días más importantes del año para los chilenos: las Fiestas Patrias de septiembre.

Respecto de los precios y envases, los avisos de prensa también entregan información relevante. El chacolí se vendía en pipas de madera o en damajuanas de vidrio. No se comercializaba en botellas. Los precios variaban según la cantidad. En cuestión de precios, también aparecen datos de interés. Como se ha señalado, en las décadas de 1830 y 1840, el chacolí se valuaba alrededor de ocho reales la arroba, según los registros notariales y las observaciones de Claudio Gay (1855). Después de la Guerra del Pacífico los precios fueron en aumento. Por ejemplo, en 1888, se ofrecían 1000 @ de chacolí blanco, a 18 reales por arroba en el Valle del Aconcagua (El Comercio de San Felipe, 7 de abril de 1888). La tendencia se profundizó en el siglo XX. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el chacolí rosado se vendía a $ 0,50 el litro, $ 8,50 la damajuana y $ 16,50 la arroba (El Mercurio, 1 de octubre de 1914).

Los avisos comerciales publicados en la prensa de la época y conservados en las hemerotecas de las principales bibliotecas públicas de Chile, son un reflejo del período de auge del chacolí como producto típico chileno, el que se vio proyectado en los medios masivos de comunicación y en la vida cotidiana del país (Figura 3).

Figura 3. Etiqueta de chacolí registrada en el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial el 26 de septiembre de 1922, por Carlos Costa Descat, productor de vinos y chacolíes en la localidad de Los Ángeles (500 km al sur de Santiago de Chile). Fuente: Archivo del INAPI.


Vinos típicos y cultura popular: la Fiesta del Chacolí

Con el avance del siglo XX, los hábitos de consumo de vino en Chile tuvieron una tendencia a priorizar los vinos de tradición francesa y a dejar de lado los productos típicos tradicionales, entre ellos, el chacolí. Este producto perdió la posición hegemónica que tuvo en el tercer tercio del siglo XIX, cuando llegó a representar el 28% de la producción vitivinícola nacional. La producción se retrajo, lo mismo que el consumo y la comercialización. La importancia relativa del chacolí experimentó un fuerte retroceso.

De todos modos, su valoración como producto típico se mantuvo presente en las zonas rurales del Valle Central, particularmente en las zonas más tradicionales. El ejemplo más representativo fue el municipio de Doñihue, localidad de 20.000 habitantes, ubicado en la provincia de Colchagua, en la VI Región. En 1975 esta comuna comenzó a celebrar la Fiesta del Chacolí, en la que se ponía en valor el conjunto de las tradiciones y productos artesanales y tradicionales de la región. Junto con el chacolí, en esta fiesta se exponían comidas típicas y tejidos de profundo arraigo regional, como los chamantos. También se incluyeron presentaciones artísticas de música popular. La iniciativa tuvo su continuidad y se ha mantenido vigente durante 40 años, como homenaje y reconocimiento a un vino típico chileno, que a pesar de no tener actualmente el peso comercial de otros tiempos, sigue vivo en la tradición de Chile profundo.

Conclusiones

El chacolí fue un vino liviano y popular, elaborado en Chile en los siglos XIX y XX, a partir de uvas criollas y de profundo arraigo popular. El Chacolí emergió como un vino típico, dentro del proceso general que se ha estudiado para el caso europeo (Coello, 2008). En los últimos años, el chacolí ha sido revalorizado en el País Vasco (Hidalgo, Buruaga y Ocete, 2012). En Chile ha tenido también su propio itinerario histórico.

El chacolí se hizo visible en las viñas chilenas desde comienzos del siglo XIX. Los registros más antiguos corresponden al valle del Huasco, en 1810. Poco después se extendió también al Valle Central. En los años siguientes experimentó un fuerte ascenso, hasta ocupar un lugar central en la industria vitivinícola nacional. En su momento de apogeo, durante la segunda mitad del siglo XIX, se elaboraban 16 millones de litros anuales de chacolí, lo que representaba un tercio de la industria vitivinícola chilena. Dentro de este ciclo de auge, el chacolí se extendió hacia la vida económica, social y cultural del país. Inspiró poemas y canciones populares, particularmente, cuecas, lo que muestra el profundo arraigo cultural que alcanzó en el alma chilena.

El auge del chacolí se extendió desde el siglo XIX hasta comienzos del XX, cuando comenzó a decaer. En el siglo XX se produjo su desplazamiento por los vinos de uvas francesas. Duramente criticado por los tecnócratas europeos, el chacolí fue estigmatizado y marginado por los mercados. Los consumidores lo abandonaron masivamente, y quedó reducido a un pequeño segmento del mercado, con bajo poder adquisitivo y concentrado en las zonas rurales. De todos modos, todavía se nota la persistencia del chacolí en espacios muy específicos. Su principal referencia se visualiza en la Fiesta del Chacolí, celebrada por el Municipio de Doñihue desde 1975 hasta la actualidad. Esta celebración es considerada parte del patrimonio intangible de Chile, y sirve de catalizador para valorar también la música popular con sus artistas, la gastronomía típica y las artesanías (en particular los chamantos).

Desde el punto de vista del mercado, la relevancia actual del chacolí es marginal en Chile. De todos modos, su tradición de más de doscientos años, su profundo arraigo en el alma del pueblo y su carácter de producto típico, lo sitúan en un lugar relevante como parte del patrimonio inmaterial de la nación, y esto representa una base considerable para su futuro desarrollo. El chacolí tiene un potencial digno de tener en cuenta.

Notas

  1. Tasación de bienes de don Francisco Prats, Santiago, 10 de julio de 1837. AN, Fondo Judiciales de Santiago, Legajo 177, pieza 4, foja 1v.
  2. Don Bernardo González con don Mateo Campos sobre cobre de pesos, Santiago, 1844. AN, Fondo Judiciales de Santiago, Pieza 9, foja 18v.
  3. Anulación de Venta de tres cubas de chacolí, Santiago de Chile, 11 de julio de 1845. AN, Fondo Judiciales de Santiago, Legajo 35, Pieza 7, tomo 1.
  4. Cesión de bienes a acreedores por parte de Ceciliano Álvarez, Santiago, 13 de junio de 1845. AN, Fondo Judiciales de Santiago, legajo 35, pieza 1, foja 3v.
  5. Inventario y tasación de bienes de don Joseph Galdame, San Felipe, 26 de junio de 1834. AN, Fondo Judiciales de San Felipe, Legajo 24, Pieza 7, foja 23v.
  6. Partición de bienes de don Pedro Figueroa, San Felipe, 25 de julio de 1844. AN, Fondo Judiciales de San Felipe, Legajo 21, Pieza 20, Foja 6v.

Agradecimiento

Los autores agradecen al proyecto Fondecyt 1130096.

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  • 1Fecha de Recepción: 14 Enero, 2015. Fecha de Aceptación: 15 Mayo, 2015.

versión On-line ISSN 0718-3429
Idesia vol.33 no.3 Arica ago. 2015
http://dx.doi.org/10.4067/S0718-34292015000300014 
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-34292015000300014#:~:text=El%20chacol%C3%AD%20es%20un%20vino,cosecha%2C%20carnaval%20y%20fiestas%20patrias.



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