La jarra pingüino tuvo un uso cotidiano en la mesa de los argentinos y supo ser el fiel contenedor del vino suelto. No es claramente una jarra cualquiera sino una personificación simpática de un animal que aunque de ambientes fríos fue diseñada para contener el calor ardiente del alcohol.
La Jarra Pingüino es fabricada en loza o cerámica, blanca o pintada. Su diseño zoomórfico se le atribuye a inmigrantes italianos de final del 1930. El vino procedente de Mendoza, La Rioja, Córdoba y San Juan, llegaba a Buenos Aires contenido en damajuanas o barriles de madera de hasta 200 litros y eran los pulperos los encargados de mezclar el vino con agua y sustancias menos santas y fraccionarlo así en botellones y jarras de vidrio o cerámica para su comercialización. Con la promulgación de la ley de “embotellado en origen” esta vieja costumbre que daba de qué hablar a los consumidores barriales y frecuentadores de cantinas, quedaría en el olvido.
Quien haya usado alguna vez esta jarra sabrá que su pico juega entre la mezquindad o la abundancia. Esto significa que no siempre es placentero el ritmo en que cae el vino. Las particularidades de la jarra hace que no siempre se vierta el preciado líquido de la misma manera y así fueron naciendo las clásicas y añejas manchas de tinto en los manteles.