Un día como hoy, 5 de agosto, pero de 1717, el escribano público de Santiago Rodrigo Henríquez había despertado en un valle largo y angosto, rodeado de cerros y por el cual pasaba un estero con abundante agua. Se levantó temprano porque tenía que contabilizar muchos bienes durante la jornada; tomó papeles y pluma y partió recorriendo la casa patronal, anotando meticulosamente las herramientas del campo que iba encontrando, las vides plantadas, árboles frutales y una larga lista de enseres domésticos. Hasta que pasó a la bodega de la viña y continuó: tinajas, botijoncitos y "veinte y cinco botijas de pisco". Continuó hasta el mediodía, momento de la merecida merienda, y retomó después de la siesta hasta las horas de rezo. Todavía le quedaban algunos días para concluir con este inventario de bienes.
Desde luego, él no podía saberlo, pero había registrado con letra clara y firme el momento más antiguo del que se tenga memoria, hasta hoy, de presencia del aguardiente llamado pisco en el mundo.
El 16 de agosto, Henríquez terminó de recorrer la gran estancia de San Jerónimo de la Sierra de Alhué y volvió a Santiago llevando consigo estos valiosos documentos, que se conservan en el Archivo Nacional de Chile Archivo Nacional de Chile