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El Chuico O Damajuana: ¿Un Símbolo Nacional Al Borde De La Extinción?

Chuicos con artística cobertura de mimbre
y doble asa rodeando las boquillas de vidrio.
Se puede advertir que su aspecto no ha
variado mayormente desde las mismas
botijas con cesto que se utilizaban en
tiempos coloniales. Imagen publicada por una
edición de la revista "En Viaje" de 1961
(Santiago de Chile).
Chuicas y chuicos, enormes botellas de vino otrora forradas en mimbre, son un símbolo de la rica actividad vitivinícola nacional y de las costumbres más arraigadas en nuestros rotos y huasos. Alguna vez fueron de sagrada presencia en las fiestas de fin de año, precisamente en el tránsito de festejos en que nos encontramos por estos días.
Han estado en Chile desde los tiempos coloniales y, si no, desde la conquista. A falta de vidrio, se las hacía inicialmente de cerámica, pero forradas en una canasta de mimbre que les da su aspecto característico. La llegada de las tecnologías de fundido y soplado de botellas permitió hacerlas de vidrio como las originales europeas, aunque su función siempre permaneció en nuestro país ligada al almacenamiento de vinos y chichas, además de piscos y aguardientes.
El nombre genérico que da el folklore chileno a los grandes envases es chuico. Proviene del mapudungún chuyko, nombre que daban los indígenas mapuches a las tinajas pequeñas o botijas para bebida.
Los españoles, sin embargo, las denominaban damajuana, nombre tomado del que los franceses usaban para esta clase de botellas, en alusión a la Reina Juana, la Dame Jeanne. La historia mezclada con leyenda señala que, tras buscar refugio en una aldea de Grasse mientras iba de camino a Draguignan, en el siglo XIV, la reina fue a mirar a un artesano del poblado que hacía botellas sopladas. Ante su presencia, éste decidió inflar una de enormes proporciones, quizás para lucirse ante la soberana, y la bautizó en su honor como reine-Jeanne, forrándola en mimbre tejido para aumentar su resistencia. Sin embargo, la propia reina le pidió que fuera llamada mejor dame-Jeanne... Es decir, damajuana.
Ilustración de Guamán Poma de Ayala en su
"Nueva Crónica y Buen Gobierno", mostrando
hacia 1615, en plena Colonia, la existencia
de chuicas con tejido de mimbre entre los
indígenas encomenderos y mayordomos del Perú
al servicio de los conquistadores españoles.
Esta explicación sobre el origen del nombre de la damajuana desmiente un mito popular chileno, que vinculaba la denominación de estas botellas a una relación con la Primera Dama doña Juana Aguirre Luco, esposa del Presidente Pedro Aguirre Cerda, que asumiera en 1939. Por su nexo con la industria de la producción de vinos, Aguirre Cerda era llamado "Don Tinto", por lo que doña Juana pasó a ser la "Dama Juana", según esta historia. Sin duda que esta asociación de la Primera Dama con la damajuana fácilmente habrá existido durante el Gobierno del Frente Popular, pero, como hemos visto, esta picardía es de tiempos más recientes y no puede ser el origen del nombre de las botellas referidas.
Internacionalmente, se reconocen a las damajuanas como todas las botellas que superan el tamaño tradicional de las que se comercian en el mercado regular del menudeo. Preferentemente, son producidas en un característico vidrio verdoso, pues era el color en que se hacían antes las botellas para evitar que la luz ambiental afectara al contenido de la misma.
Sin embargo, la costumbre ha establecido algunas diferencias específicas entre estos tipos de botellas y las denominaciones que reciben, aunque con alguna tendencia a la confusión:
  • El botellón es la botella de más de 1 litro pero menos de los 5 litros de la garrafa. Comparado con chuicas y damajuanas, su irrupción en el comercio es más bien novedosa, todavía. Algunos le llaman impropiamente chuico en nuestros días. Esto es un error, pues la característica del chuico es el canasto de mimbre que la envuelve, y que en este caso no existe. Otros les llaman "garrafines".
  • La chuica (así, en género femenino) es la denominación que en Chile se le da de preferencia a la garrafa tradicional, forrada en una canasta de mimbre (o plástico, más modernamente), con uno o dos mangos que rodean el cuello del envase y cuyo contenido suele ser de 5 litros, no obstante que existen algunas garrafas de 3 litros y otras de más de 5. Algunos también llaman chuicos a estos envases, aunque es más común reconocerlas como chuicas.
  • Comúnmente, se llama chuico o damajuana a la botella o envase que supera los cinco litros. Como en los casos anteriores, se da por entendido que su contenido es vino, pipeño o chicha. Los 10 litros son el promedio de estos contenedores, aunque existen algunas antiguas de 7 y 8 litros, y otras de 12 o más. También se les llama garrafones.
  • Las botellas de 10 litros o más, curiosamente suelen ser llamadas en Chile como damajuanas a secas y muy rara vez chuicos. Sólo en algunas partes del campo se rompe esta regla. Por su peso, no llevaban el mango de mimbre que sí tienen chuicas y chuicos, pues requieren necesariamente de ambos brazos y mucha energía para ser manipuladas. Es muy raro encontrar ejemplares de este tipo, ya que su tamaño es una limitante para el transporte y la seguridad del producto, además de ser menos convenientes que las barricas de madera para el almacenamiento.
Una cantina de principios del siglo XX, en fotografía
de Harry Grant Olds perteneciente al archivo fotográfico
del Museo Histórico. Nótese la chuica o garrafa forrada
en mimbre colocada sobre la mesa de los dos rotos.
Los chuicos y las damajuanas fueron parte del paisaje comercial de la ciudad de Santiago y de otros rincones de Chile, por varios siglos. Además de los barriles y las tinajas de vino y chicha, las fondas y las chinganas capitalinas solían arrinconar cientos de litros de alcohol para los comensales en innumerables envases de este tipo, hasta bien avanzado el siglo XX aún.
Los cantineros tenían sus propios procedimientos y estilos para levantar con elegancia tan enormes botijas y apuntarle con precisión de joyero a las jarras o a los vasos de caña, como sucede todavía en algunos lugares de nuestro país. Al final de cada jornada, los rotos cuequeros se las echaban al hombro para beber directamente de la boquilla.
Violeta Parra popularizó una canción en ritmo de refalosa titulada "El Chuico y la Damajuana", que escribiera como poema su prodigioso hermano Nicanor. Decía su letra lo siguiente:
El chuico y la damajuana
después de mucho quejarse
para acabar con los chismes
deciden matrimoniarse.
 
Subieron a una carreta
tirada por bueyes verdes,
uno se llamaba chicha
y el compañero aguardiente.
 
Como esto pasó en invierno
y había llovido tanto
tuvieron que atravesar
un río de vino blanco.
 
En la puerta de la iglesia
se toparon con el cura
que rezaba los misterios
con un rosario de uvas.
 
Como no invitaron más
que gente de la familia
el padrino fue un barril
y la madrina una pipa.
 
Cuando volvieron del pueblo
salieron a recibirlo
un fudre de vino blanco
y un odre de vino tinto.
 
Como estaba preparado
y para empezar la fiesta
un vaso salió a bailar
valses con una botella.
 
La fiesta fue tan movida
y dura duración
que según cuenta un embudo
duró hasta que se acabó.
 
Enormes chuicos o damajuanas siendo llenados
con vino por un trabajador de una planta. Fotografía
publicada en la revista "En Viaje" de abril de 1945
(Santiago de Chile).
Sin embargo, el avance de los procesos de industrialización de la actividad vitivinícola chilena que nos enorgullece, fue volviendo innecesarios a estos envases, haciendo que su producción se redujera progresivamente. La apariencia de abundancia de estas garrafas en chicherías y casas provinciales no es tan real: su industria de fabricación se ha ido reduciendo, y en algunas zonas del país las que existen son las mismas que han estado allí por 30 años o más, sin mucha renovación de ejemplares.
De acuerdo a las quejas de productores vitivinícolas que hemos conocido en Cauquenes y El Maipo, la irrupción de los vinos en caja y los botellones se llevaron casi todo el romanticismo de estas piezas de rústica belleza. Sólo las garrafas o chuicas siguen siendo producidas más masivamente, por necesidades comerciales a las que no se ha podido renunciar aún, como por ejemplo la venta mayorista del vino pipeño para los bares y restaurantes de la ciudad. Las otras van en reducción, según parece.
Garrafas antiguas aún utilizadas como contenedores de vino.
Forradas en rústico tejido de mimbre y con mangos laterales,
a diferencia de las más comunes en Chile con mangos rodeando
el cuello de la botella.
Imagen tomada del website picadas.bligoo.com.
Con los chuicos y las damajuanas que antes fueron comunes en Chile, cada vez más cerca de quedar convertidas en sólo un recuerdo, las piezas que han de quedar al alcance de la admiración no son más que las sobrevivientes de la extinción masiva que ha afectado a este especie, entonces. Algunos comerciantes las solicitan a pedido a ciertas vidrierías, de hecho, pues la producción es baja. Por eso, además, están siendo cotizadas hoy en día, por anticuarios y por decoradores que las consideran objetos de ornamentación.
Esperamos que esta interesante industria de vidrios y mimbres, tan relacionada con la cultura vinícola nacional, no desaparezca, por supuesto, y que su caída productiva se estabilice en algún momento, antes de aproximarse a la temida posibilidad de la extinción.

Aviso de oferta de damajuanas publicada en el diario "El Mercurio" del 27 de diciembre de 1902, en la proximidad del Año Nuevo, cuando no podían faltar en las fiestas.
Bebiendo en la propia bodega, entre barricas y damajuanas, al fondo. Imagen de principios de los años setentas, publicada en "Comidas y Bebidas chilenas", de Alfonso Alcalde.
Colección de chuicos y garrafines, en el bar-restaurante "El D'Jango" de calle Alonso Ovalle, cerca de Serrano.
Garrafas en la distribuidora "El Pipeño", de calle Tocornal con Biobío.
Damajuana gigante: 50 litros de pura chicha, también en "El Pipeño".





Barricas


Afincados en la fría y húmeda Europa central, allá por el año 500 a.C., los celtas no tendrían mar; pero si bosques, y madera de la buena con la que construir recipientes destinados a la producción, almacenamiento y transporte de cerveza. Por su parte, a orillas del Mediterráneo, jarras y anáforas de barro eran quienes posibilitaban el comercio del vino, una actividad desarrollada ya unos dos mil años a.C. Sin embargo, no tardarían en ser reemplazadas por obra de la inventiva celta, pues sus recipientes se fueron perfeccionando hasta calzar como anillo al dedo a las necesidades vineras. De los primitivos ejemplares, constituidos por troncos ahuecados con tapa, hasta aquellos elaborados a base de duelas (tablillas curvas) y aros de mimbre, la evolución hizo el negocio. O, más bien dicho, lo perfeccionó en cuestiones insospechadas.
Ya expandido el uso de las barricas, allá por el siglo XVIII, los bodegueros franceses detectaron que la conservación y transporte del vino en ellas no solo era óptima; sino que éstos mejoraban sus cualidades. Ningún misterio para éstos tiempos si recordamos que la madera no solo permite la entrada de oxígeno, haciendo madurar el  vino, sino que la transferencia de taninos lo estabiliza al tiempo que lo suaviza; sin olvidar los aromas  y sabores que de ella se desprenden… Pero el caso es que para entonces resultaba revelador. Especialmente, el hecho de que la forma de las barricas contribuía al depósito de partículas y residuos propios del vino en el fondo de las mimas, otorgando mayor limpidez a la bebida en cuestión. De todas maneras, el quid pasaba por el tipo de madera a utilizar. Y tras pruebas, aciertos y desaciertos, se llegó a una valerosa conclusión: al roble no había con qué darle.
Sobre robles no hay nada escrito, ¿Francés o americano?. Mientras el primero aporta notas más sutiles y delicadas, lo que se traduce en una mayor elegancia, el segundo ofrece aromas más potentes, ya que los poros de su madera son de mayor tamaño, por lo que también más rápida la transmisión de propiedades. Eso sí, la velocidad no hace a la calidad. Y en esto el roble americano corre de atrás, en tanto aporta menos taninos que el francés. Éste último, ciertamente más blando, de allí que el desperdicio de madera en la fabricación de barricas sea mayor, así como su costo. ¿Lógica proporcional al valor de los vinos? Más por equilibrio y distinción que por valores en sí, el roble francés se utiliza en vinos de mayor gama. Aunque, claro está, la última palabra siempre corre por gusto de bodegueros y enólogos. Y sí, también de bebedores.
Como buena hija de inmigrantes –al menos, en buena parte de su filiación–, la Argentina fue tras las huellas de italianos y españoles que, siguiendo la pista francesa, se afincaron en nuestro territorio. De todas maneras, las barricas apenas aterrizaron en suelo nacional en los años ’90, para recién desatar su masividad allá por los años 2000. Desde entonces, las barricas y sus mentadas virtudes son parte del ABC del la producción vitivinícola local. Pues si hay vino que venga en barrica, y si hay barrica que sea de roble.

  • Un antes y después marcaron las barricas y toneles no solo en transporte de vinos… Vea usted que los depósitos de barcos y aviones comenzaron a llamarse “bodegas” y la capacidad de transporte “tonelaje”, en base a la cantidad de toneles de vino capaz de cargar. Desde luego, la costumbre continúa.


BIBLIOGRAFIA
  • Argentina, un gran viñedo. Arévalo, Gustavo – Córdoba, Cristina. Editorial Albatros. Buenos Aires, 2008.




Botellas de gres, soplar y hacer cimientos


Vedettes de la industria cervecera, las botellas de gres hallaron en su ocaso su mejor reinvención: un destino 100% constructivo.

No le vamos a decir que la cosa era tan sencilla como soplar y hacer botella, pero de algo así se trató la historia. Pues la pasta cerámica de gres es uno de los materiales comodín en lo que la arqueología de Buenos Aires respecta. Con la cerveza y ginebra a la cabeza, las botellas de gres abundantemente halladas en excavaciones no solo dan cuenta de las preferencias etílicas del siglo XIX; sino de su bondad para con el rubro de la construcción. Nunca tan bien dicho, todo un hallazgo…

La base está

Corría el mes de septiembre de 2015 cuando en una casona del barrio de San Telmo -más precisamente,  en Defensa 1344- se hallaron botellas de gres en plan constructivo. En las profundidades, éstas componían un contra piso que, aunque en estado fragmentario, fue datado entre siglo XIX y principios del XX. Y vayan si tenían con qué oficiar de cimiento, pues, producto de su cocción a altas temperaturas, podían jactarse de su resistencia. Y lo cierto es que el material ya tenía sus pergaminos: aunque entrado al país a inicios del siglo XIX, ya se usaba en el norte europeo desde hacía tres siglos. Pero lo cierto es que la Primera Guerra Mundial haría mella en su furor. El último ingreso de botellas de gres se produjo en 1918, habiendo sido fábricas inglesas y escocesas las principales proveedoras durante los años de importación. Hasta entonces, la durabilidad y capacidad para mantener la temperatura interna que poseían los envases eran su valor agregado. Al punto tal que, del otro lado del charco y en pleno conflicto bélico, llegaron incluso a usarse para calentar camas. ¿Qué tal?

De etiqueta

El caso es que el fin de las importaciones fue un cimbronazo para las envasadoras locales, en tanto se vieron obligadas a incrementar la producción de envases de vidrio de buenas a primeras, cuando el circuito de importación de botellas de gres ya estaba más que aceitado. Incluso, hasta se había considerado cómo agilizar los tiempos de demora propios de la travesía botellera por alta mar: reutilizando los envases, pues la vida útil del gres así lo permitía. De esta manera, fueron frecuentes los envases sin etiquetas de origen, aunque identificados con el contenido desde su estética: el uso de color miel (también llamado “baño de chocolate”) no solo impedía que los rayos solares afectaran el contenido; sino que era asociado al color de la malta contenida por la propia cerveza. Aún así, no faltaron las empresas cerveceras que solicitaran al fabricante botellas con la inscripción de su marca. Primeramente fueron las inscripciones en bajo relieve, sobre los “hombros” del envase. Luego, una suerte de escudo central en color celeste. Hasta que finalmente se dio paso a las clásicas etiquetas de papel, popularmente en color negro o azul.

Chau, chau, adiós

Para el año 1895, existían en el país 61 fábricas de cerveza, las cuales producían más de 15 millones de litros anuales. Y lo cierto es que la monopolización del negocio hizo que la cantidad de litros producido aumentara en inversa proporción: en 1914, 32 millones de litros anuales eran producidos por 29 fábricas. Dicho año, comenzó la sustitución de importaciones de botellas de gres por envases de vidrio. Proceso que, hemos dicho, finalizó con la última importación, cuatro años más tarde. Las más de 500 mil botellas de gres que promediaban su arribo a principios de siglo no fueron más que un recuerdo. ¿O sí? A juzgar por la arqueología y sus desvelos, así parece: cimientos de columnas, contrapisos y hasta aislantes contra la humedad. Reinventadas en su funcionalidad, las botellas de gres siguieron causando sensación.

Porque cuando el mundo capitalista y las vueltas de su historia parecían condenar a las botellas de gres, el ingenio humano dijo que no todo estaba perdido, desechado. Lupa arqueológica mediante, bienvenido sea este módico rescate.

Largo aguante: como las botellas de gres eran buenas para conservar la temperatura, tanto exploradores como llaneros de las pampas no dudaron en hacer uso de ellas como cantimplora. Y si de frío iba la cosa, a modo de termo también salía como piña. Gauchos, agradecidos.



BIBLIOGRAFIA
  • Schávelzon, D. 1991. Arqueología histórica de Buenos Aires. La cultura material porteña de los siglos XVIII y XIX. Volumen I. Editorial Corregidor. Buenos Aires.
https://pulperiaquilapan.com/botellas-de-gres-soplar-y-hacer-cimientos/https://pulperiaquilapan.com/aljibe-y-otros-hallazgos-en-una-vieja-casona-de-san-telmo-por-el-sol-de-san-telmo/




Perinola Cervezal

Introducción, caracterización y espíritu filosóficos del juego

La Perinola Cervezal es un simple pasatiempo que toma de base el antiguo y tradicional jugo de la Perinola o del Dreidel ya que sugerimos dos posibilidades, la de 6 y la de 4 caras. Simplemente basta con hacer girar una peonza facetada con no mas de esas dos cantidades posibles de caras y dejar que la suerte indique cual sera nuestra fortuna. Este juego no requiere de un premio final pero damos oportunidad a que se implemente uno.
Se basara en la unidad de bebida denominada Liso en clara alusión a la medida y forma de servicio (tiraje) de cerveza de barril que implementara Otto Schneider en la provincia de Santa Fè, Argentina y que es un clásico cervecero del país río platense pese la irrupción de la Pinta Gringa (imperial británica o americana).
Esta variante cervecera de la perinola no pretende ser un gran invento ni viene a dar muestras de un gran ingenio por parte de quien diseña sus reglas  ni de quienes deseen implementarlo y dar lugar a su juego, simplemente es un pasatiempo y nada mas. Las bases aquí expuestas son escritas el día Jueves 28 de Mayo de 2020 y fijaremos como hora oficial de su gestación las 12 del mediodía según UTC+3 correspondiente al horario de Argentina (Buenos Ares). Curiosamente, siendo que es una modalidad de entretenimiento lúdico para 2 o mas participantes, nace en medio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (vulgarmente, cuarentena) establecido en Argentina por la Pandemia de Covid19 que imposibilita las reuniones que no sean estrictamente familiares y entre quienes conforman el grupo que cohabita el mismo hogar. Será entonces, y sin pretenderlo, un convite a un futuro distinto en el cual, sea por los avances científicos que puedan permitir controlar el virus o por la igualmente necesaria re-formulación de nuestros modos de vida y relaciones sociales, podamos encontrar la forma de volver a reunirnos alrededor de una mesa, beber y conversar con el paisanaje aquellos temas absurdos de siempre con el habitual tono solemne que toda actividad pasatista y de amistad requiere; porque de algún modo u otro volveremos a dar lugar a aquellas charlas donde con diferentes argumentos e interpretaciones del mundo y el sentido de nuestras fugaces existencias no solucionaremos nada tal y como corresponde salvo que estemos planeando una revolución de carácter socialista-feminista que es el unico fin valido y que merece atención, lo demás va y viene.
Quizás no abunden fotos del juego en Instagram, no habrá tik-tok que registre el giro de la peonza de la fortuna cervezal o, por el contrario, exista algo mas que eso, puede que terminemos implementando la modalidad por salas de videollamada donde cada participante lanzara su suerte mientras sus contrincantes a distancias observaran por webcam el cumplimiento de los diferentes lances del juego.
¡Salú la barra!

Reglamento de juego

Jugadores mínimos: 2
Peonza facetada de 6 caras (para 4 caras, solo las primeras posibilidades)
  1. Toma 1 liso
  2. Ofrece 1 liso
  3. Toma 2 lisos
  4. No Toma Nada (la perinola pasa al próximo jugador)
  5. Retrocede 1 (lo toma nada y la perinola vuelve al jugador anterior)
  6. Saltea 1 (no toma nada y la perinola saltea al próximo jugador pasando al jugador subsiguiente)
Liso: Vaso de vidrio fino, liso (sin textura) y alargado de 250 a 255 cm.
La peonza: Lo ideal seria el uso de una peonza facetada de material solido como madera o plástico con las inscripciones necesarias en cada una de las caras, sin mas lujo que lo estrictamente necesario para el desarrollo del juego. Considerando que no existe materialización formal de este entretenimiento y por tanto no se fabrican peonzas de manera oficial, se aconseja la creación artesanal de las dichas perinolas para lo cual ofreceremos un ejemplo que grafiquen una manera de improvisarlas en casa.
Quienes posean impresora 3D pueden imprimir perinolas.
Cantidad de cerveza necesaria: Dependerá de la cantidad de personas y partidas deseadas, pero no menos de 3 litros de cerveza para 1 partida de 4 a 6 participantes.
Dinámica: el juego no requiere de beber los lisos haciendo "fondo blanco", puede hacerse en medio de la charla pero sin excederse mas de 5 minutos por cada consumo ya que esto imposibilita el normal desempeño de esta destreza.
Premio: el juego base no posee premio mas si se desea una modalidad que lo incluya se sugiere que en caso de empate entre dos participantes, ambos deban pagar por partes iguales 1 porrón (750 ml) de cerveza cada dos participantes restantes. De no existir empate, el ganador obtendrá 1 porrón de cerveza pagado en partes iguales por cada dos contrincantes restantes.
Las medida de los premios, en caso  de que se decida su implementación, será el porrón y que a fines de posibilitar el cumplimiento de pago podrá calcularse como su equivalente en litros (1000 ml) o en damajuanas (5 litros). Si a la hora de la cancelación del premio resulta un excedente en la cantidad de cerveza disponible, esa dicha sobra será ofrecida al participantes que menos haya bebido durante la partida a modo de ofrenda de caridad por su mala fortuna.
De existir algún vicio en alguno de los lances, quien haya sufrido o favorecido el yerro perderá su turno y si acumula mas de dos "metidas de pata" quedara excluido de los premios pero no de la obligación de aportar para el pago de los mismos.
Del mismo modo que con las metidas de pata, cualquier abandono, sea por las causas que sean, no eximirá el aporte para el pago de los premios.
Acción opcional: Quienes participan en estas partidas podrían optar de común acuerdo, beber un liso de agua cada dos vueltas de ronda, a fin de menguar los efectos alcohólicos.
Violaciones graves a la ética del espíritu perinolero cervezal: En este juego, a diferencia de otros, la participación de la mujer no podrá verse ligada a servir la cerveza ni a decorar la escena con ropa ceñida o diminuta a fin de deleitar la vista de, principalmente, los contertulios hombres y posibles asistentes en calidad de espectadores. Quienes participen y/o promuevan una situación contraria a esta normativa especifica deberán recibir el repudio general de los y las demás participantes pudiendo ser depositarios de esputos, si la situación lo requiere, perdiendo además y de forma inexorable todo tipo de reconocimiento por su desempeño histórico anterior cambiando sus títulos por la denominación de "lumpen". Su participación en futuras contiendas queda prohibida absolutamente de manera indefectible.
Quienes sufran padecimientos en la alteración de su conducta por efectos nocivos del alcohol, en lugar de jugar, deberán asistir a Alcohólicos Anónimos para el bien propio y de toda la comunidad. Siendo conocida la situación de alguien en estas circunstancias se le prohibirá terminantemente participar.
Esta disciplina no es para emborracharse, aunque pueda suceder, ni es para beber de manera descontrolada ya que estas no son virtudes de los y las deportistas de la perinola cervezal.
Cervezas que se prefieren y las que se prohíben terminantemente: Se permiten todas las cervezas artesanales y de micro-cervecerías como también las industriales de calidad no siendo un inconveniente aquellas en las que se utilizan trigo, arroz, el maíz o cualquier otro tipo de adjunto. Prefieran cervezas ligeras y fáciles de beber.
Se prefieren cervezas rubias del tipo Lager como las pilsen, cervezas doradas, golden y similares del tipo Ale.
Mientras no causen malestares etílicos, cualquier cerveza de marca blanca de cadenas comerciales de supermercados pueden ser utilizadas.
No se prohíben otros tipos de cervezas negras, rojas e incluso, blend's.
Esta terminantemente prohibido beber cerveza "Quilmes" en cualquiera de sus variantes que posean esa marca denominativa, no siendo un problema otras cervezas de la misma empresa y sus marcas satélites mientras guarden una calidad respetable superior a su marca insignia. Esto es así por el daño que esta marca ha causado a generaciones de jóvenes a lo largo de varias décadas. Es una cerveza "lima bocho" que potencia comportamientos agresivos. Quien prefiera consumir esta marca será denominado "Carroña" siendo poco confiable en el circulo deportivo de perinola y bebedores de cerveza.






Beber cerveza sin emborracharse


Jim Koch, famoso en todo el mundo por ser el fundador y co-presidente de Boston Beer Company, ha revelado el secreto para tomar cerveza sin emborracharse: levadura activa seca (sí, como la que venden en el supermercado), de preferencia marca Fleischmann, la cual revuelve con un poco de yogurt para hacerla más agradable al paladar.
“Una cucharadita por cerveza, justo antes de empezar a beber”, afirmó el maestro Koch, quien lo aprendió de su amigo, el doctor Joseph Owades, un doctor en bioquímica del Brooklyn Polytechnic Institute, experto en procesos de fermentación.
La Enzima ADH: Owades sabía que la levadura seca tiene una enzima llamada alcohol deshidrogenasas (ADH), capaz de romper las moléculas de alcohol en partes constituyentes de carbono, hidrógeno y oxígeno, esto es lo mismo que sucede en el cuerpo cuando el hígado metaboliza el alcohol.
Al consumir levadura, el AHD descompone el alcohol ingerido antes de que se integre al torrente sanguíneo, y por lo tanto, llegue al cerebro, mitigando así sus efectos.
Incluso Owades patentó un producto al que llamó Prequel, una píldora de origen natural para tomar antes de ingerir alcohol. En su momento ninguna empresa se interesó por el proyecto y él murió en el 2005, a la edad de los 86 años.





Encededor con destapador de botellas



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