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El Chuico O Damajuana: ¿Un Símbolo Nacional Al Borde De La Extinción?

Chuicos con artística cobertura de mimbre
y doble asa rodeando las boquillas de vidrio.
Se puede advertir que su aspecto no ha
variado mayormente desde las mismas
botijas con cesto que se utilizaban en
tiempos coloniales. Imagen publicada por una
edición de la revista "En Viaje" de 1961
(Santiago de Chile).
Chuicas y chuicos, enormes botellas de vino otrora forradas en mimbre, son un símbolo de la rica actividad vitivinícola nacional y de las costumbres más arraigadas en nuestros rotos y huasos. Alguna vez fueron de sagrada presencia en las fiestas de fin de año, precisamente en el tránsito de festejos en que nos encontramos por estos días.
Han estado en Chile desde los tiempos coloniales y, si no, desde la conquista. A falta de vidrio, se las hacía inicialmente de cerámica, pero forradas en una canasta de mimbre que les da su aspecto característico. La llegada de las tecnologías de fundido y soplado de botellas permitió hacerlas de vidrio como las originales europeas, aunque su función siempre permaneció en nuestro país ligada al almacenamiento de vinos y chichas, además de piscos y aguardientes.
El nombre genérico que da el folklore chileno a los grandes envases es chuico. Proviene del mapudungún chuyko, nombre que daban los indígenas mapuches a las tinajas pequeñas o botijas para bebida.
Los españoles, sin embargo, las denominaban damajuana, nombre tomado del que los franceses usaban para esta clase de botellas, en alusión a la Reina Juana, la Dame Jeanne. La historia mezclada con leyenda señala que, tras buscar refugio en una aldea de Grasse mientras iba de camino a Draguignan, en el siglo XIV, la reina fue a mirar a un artesano del poblado que hacía botellas sopladas. Ante su presencia, éste decidió inflar una de enormes proporciones, quizás para lucirse ante la soberana, y la bautizó en su honor como reine-Jeanne, forrándola en mimbre tejido para aumentar su resistencia. Sin embargo, la propia reina le pidió que fuera llamada mejor dame-Jeanne... Es decir, damajuana.
Ilustración de Guamán Poma de Ayala en su
"Nueva Crónica y Buen Gobierno", mostrando
hacia 1615, en plena Colonia, la existencia
de chuicas con tejido de mimbre entre los
indígenas encomenderos y mayordomos del Perú
al servicio de los conquistadores españoles.
Esta explicación sobre el origen del nombre de la damajuana desmiente un mito popular chileno, que vinculaba la denominación de estas botellas a una relación con la Primera Dama doña Juana Aguirre Luco, esposa del Presidente Pedro Aguirre Cerda, que asumiera en 1939. Por su nexo con la industria de la producción de vinos, Aguirre Cerda era llamado "Don Tinto", por lo que doña Juana pasó a ser la "Dama Juana", según esta historia. Sin duda que esta asociación de la Primera Dama con la damajuana fácilmente habrá existido durante el Gobierno del Frente Popular, pero, como hemos visto, esta picardía es de tiempos más recientes y no puede ser el origen del nombre de las botellas referidas.
Internacionalmente, se reconocen a las damajuanas como todas las botellas que superan el tamaño tradicional de las que se comercian en el mercado regular del menudeo. Preferentemente, son producidas en un característico vidrio verdoso, pues era el color en que se hacían antes las botellas para evitar que la luz ambiental afectara al contenido de la misma.
Sin embargo, la costumbre ha establecido algunas diferencias específicas entre estos tipos de botellas y las denominaciones que reciben, aunque con alguna tendencia a la confusión:
  • El botellón es la botella de más de 1 litro pero menos de los 5 litros de la garrafa. Comparado con chuicas y damajuanas, su irrupción en el comercio es más bien novedosa, todavía. Algunos le llaman impropiamente chuico en nuestros días. Esto es un error, pues la característica del chuico es el canasto de mimbre que la envuelve, y que en este caso no existe. Otros les llaman "garrafines".
  • La chuica (así, en género femenino) es la denominación que en Chile se le da de preferencia a la garrafa tradicional, forrada en una canasta de mimbre (o plástico, más modernamente), con uno o dos mangos que rodean el cuello del envase y cuyo contenido suele ser de 5 litros, no obstante que existen algunas garrafas de 3 litros y otras de más de 5. Algunos también llaman chuicos a estos envases, aunque es más común reconocerlas como chuicas.
  • Comúnmente, se llama chuico o damajuana a la botella o envase que supera los cinco litros. Como en los casos anteriores, se da por entendido que su contenido es vino, pipeño o chicha. Los 10 litros son el promedio de estos contenedores, aunque existen algunas antiguas de 7 y 8 litros, y otras de 12 o más. También se les llama garrafones.
  • Las botellas de 10 litros o más, curiosamente suelen ser llamadas en Chile como damajuanas a secas y muy rara vez chuicos. Sólo en algunas partes del campo se rompe esta regla. Por su peso, no llevaban el mango de mimbre que sí tienen chuicas y chuicos, pues requieren necesariamente de ambos brazos y mucha energía para ser manipuladas. Es muy raro encontrar ejemplares de este tipo, ya que su tamaño es una limitante para el transporte y la seguridad del producto, además de ser menos convenientes que las barricas de madera para el almacenamiento.
Una cantina de principios del siglo XX, en fotografía
de Harry Grant Olds perteneciente al archivo fotográfico
del Museo Histórico. Nótese la chuica o garrafa forrada
en mimbre colocada sobre la mesa de los dos rotos.
Los chuicos y las damajuanas fueron parte del paisaje comercial de la ciudad de Santiago y de otros rincones de Chile, por varios siglos. Además de los barriles y las tinajas de vino y chicha, las fondas y las chinganas capitalinas solían arrinconar cientos de litros de alcohol para los comensales en innumerables envases de este tipo, hasta bien avanzado el siglo XX aún.
Los cantineros tenían sus propios procedimientos y estilos para levantar con elegancia tan enormes botijas y apuntarle con precisión de joyero a las jarras o a los vasos de caña, como sucede todavía en algunos lugares de nuestro país. Al final de cada jornada, los rotos cuequeros se las echaban al hombro para beber directamente de la boquilla.
Violeta Parra popularizó una canción en ritmo de refalosa titulada "El Chuico y la Damajuana", que escribiera como poema su prodigioso hermano Nicanor. Decía su letra lo siguiente:
El chuico y la damajuana
después de mucho quejarse
para acabar con los chismes
deciden matrimoniarse.
 
Subieron a una carreta
tirada por bueyes verdes,
uno se llamaba chicha
y el compañero aguardiente.
 
Como esto pasó en invierno
y había llovido tanto
tuvieron que atravesar
un río de vino blanco.
 
En la puerta de la iglesia
se toparon con el cura
que rezaba los misterios
con un rosario de uvas.
 
Como no invitaron más
que gente de la familia
el padrino fue un barril
y la madrina una pipa.
 
Cuando volvieron del pueblo
salieron a recibirlo
un fudre de vino blanco
y un odre de vino tinto.
 
Como estaba preparado
y para empezar la fiesta
un vaso salió a bailar
valses con una botella.
 
La fiesta fue tan movida
y dura duración
que según cuenta un embudo
duró hasta que se acabó.
 
Enormes chuicos o damajuanas siendo llenados
con vino por un trabajador de una planta. Fotografía
publicada en la revista "En Viaje" de abril de 1945
(Santiago de Chile).
Sin embargo, el avance de los procesos de industrialización de la actividad vitivinícola chilena que nos enorgullece, fue volviendo innecesarios a estos envases, haciendo que su producción se redujera progresivamente. La apariencia de abundancia de estas garrafas en chicherías y casas provinciales no es tan real: su industria de fabricación se ha ido reduciendo, y en algunas zonas del país las que existen son las mismas que han estado allí por 30 años o más, sin mucha renovación de ejemplares.
De acuerdo a las quejas de productores vitivinícolas que hemos conocido en Cauquenes y El Maipo, la irrupción de los vinos en caja y los botellones se llevaron casi todo el romanticismo de estas piezas de rústica belleza. Sólo las garrafas o chuicas siguen siendo producidas más masivamente, por necesidades comerciales a las que no se ha podido renunciar aún, como por ejemplo la venta mayorista del vino pipeño para los bares y restaurantes de la ciudad. Las otras van en reducción, según parece.
Garrafas antiguas aún utilizadas como contenedores de vino.
Forradas en rústico tejido de mimbre y con mangos laterales,
a diferencia de las más comunes en Chile con mangos rodeando
el cuello de la botella.
Imagen tomada del website picadas.bligoo.com.
Con los chuicos y las damajuanas que antes fueron comunes en Chile, cada vez más cerca de quedar convertidas en sólo un recuerdo, las piezas que han de quedar al alcance de la admiración no son más que las sobrevivientes de la extinción masiva que ha afectado a este especie, entonces. Algunos comerciantes las solicitan a pedido a ciertas vidrierías, de hecho, pues la producción es baja. Por eso, además, están siendo cotizadas hoy en día, por anticuarios y por decoradores que las consideran objetos de ornamentación.
Esperamos que esta interesante industria de vidrios y mimbres, tan relacionada con la cultura vinícola nacional, no desaparezca, por supuesto, y que su caída productiva se estabilice en algún momento, antes de aproximarse a la temida posibilidad de la extinción.

Aviso de oferta de damajuanas publicada en el diario "El Mercurio" del 27 de diciembre de 1902, en la proximidad del Año Nuevo, cuando no podían faltar en las fiestas.
Bebiendo en la propia bodega, entre barricas y damajuanas, al fondo. Imagen de principios de los años setentas, publicada en "Comidas y Bebidas chilenas", de Alfonso Alcalde.
Colección de chuicos y garrafines, en el bar-restaurante "El D'Jango" de calle Alonso Ovalle, cerca de Serrano.
Garrafas en la distribuidora "El Pipeño", de calle Tocornal con Biobío.
Damajuana gigante: 50 litros de pura chicha, también en "El Pipeño".