El oxígeno es el peor enemigo de la cerveza, más aún de las lupuladas. Una mínima fracción de oxígeno o algún agente oxidante en contacto con la cerveza deteriorará la calidad significativamente.
Existen varias técnicas que se pueden implementar en escala casera para minimizar el ingreso del oxígeno al fermentador (recordemos que el único momento en el que es positivo el ingreso de oxigeno es antes del inicio de la fermentación, para que la levadura pueda dividirse sanamente).
Nos vamos a detener en este caso en el embarrilado. Al trasvasar la cerveza a un barril se debe garantizar un mínimo de oxígeno en el envase. Eso se puede lograr de varias maneras (no abrir un tubo de CO2 sin su regulador, como muestra la foto pequeña del post)
Una buena pero no tan efectiva es presurizar el barril vacío, quitar aire del interior por la válvula de alivio (el aire tiende a subir por tener menor densidad que el CO2), volver a presurizar, volver a quitar una fracción del aire y repetir este procedimiento 3 o 4 veces. El interior del barril se irá enriqueciendo en CO2 y empobreciendo en aire y por ende en oxígeno.
Sin embargo la manera más efectiva es llenar previamente el barril con un sanitizante no oxidante (como el starsan), y luego empujar con CO2 el sanitizante hacia otro recipiente, a la vez que el barril objetivo se completa con CO2 libre prácticamente de aire (ver foto principal del post)
Es un método no tan práctico, algo tedioso pero fundamental para mejorar la estabilidad y calidad de nuestras cervezas.
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