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Candiel

Durante buena parte del siglo XX, en muchos lugares de Cádiz los niños tomaban un combinado a base de vino de Jerez, azúcar y yema de huevo. Los padres se lo proporcionaban para espabilarlos o abrirles el apetito. 

El candiel o candié fue una bebida tonificante que tomaron muchos niños gaditanos de mediados del siglo XX. Solo tenía un pequeño problema: llevaba alcohol. En una época de alacenas casi vacías y chiquillos enclenques, los padres y madres de entonces preparaban a sus hijos un combinado a base de vino de Jerez —oloroso o dulce, generalmente—, yema de huevo y azúcar para darles un chute de vitalidad. No era raro, por tanto, ver por las calles a críos de 10 u 11 años con más energía que un parque eólico, después de unos buenos lingotazos a aquel líquido de color anaranjado.

"Recuerdo que me lo preparaba mi madre con moscatel para que me viniera arriba o para abrirme el apetito. Tendría yo unos 12 añillos o así", comenta Pepi Morales, vecina de 58 años de Trebujena, una localidad muy cercana a Jerez de la Frontera. Al igual que ella, Mariángeles Jiménez, sanluqueña nacida en 1951, también se acuerda de su primera experiencia alcohólica: "Dos de mis tíos trabajaban en bodegas, y cuando venían de clarificar los vinos traían un montón de yemas de huevo sobrantes. Con ellas hacían candié, que me daban como revitalizante cuando tenía cinco o siete años". Como evidencian estos testimonios, en aquellos tiempos los Tribunales de Menores andarían muy liados con otras cosas.

Una bebida centenaria

Los orígenes del candiel se remontan, como poco, al siglo XVIII. En el segundo tomo del Diccionario de Autoridades, publicado en 1729, se definía como "espécie de caldillo o mojo, que se hace con vino blanco, hiemas de huevo, azúcar y otras espécies, y sirve para sazonar y guisar pollas, gallinas y otras aves cocidas. Es mui apetitoso y usado freqüentemente en Andalucia y otras partes [sic]". De esta entrada se deduce que en un principio se usaba para condimentar guisos de carne, y que el léxico fálico no era tan amplio como ahora. Ya en 1783 desaparece del diccionario de la Real Academia esa referencia como combinado sazonador, y en la acepción de candiel se lee: "Manjar delicado que se hace con vino blanco, yemas de huevo, azúcar y otras especies. Úsase freqüentemente en Andalucía y otras partes”.

"Es una bebida inglesa que no sé si en un principio elaboraban con jerez. Es de suponer que candiel provenga de la adaptación de las palabras candy (golosina, dulce) y egg (huevo)", afirma Beltrán Domecq, presidente del Consejo Regulador de las Denominaciones de Origen Jerez-Xérès-Sherry y Manzanilla de Sanlúcar. Una teoría con bastante fundamento, pues tal y como afirma Beltrán, "la presencia de ingleses en las bodegas de Jerez fue muy importante". "Mi familia materna es de origen inglés, y de hecho mi bisabuelo fundó Williams & Humbert". Además, la entrada británica en los vinos jerezanos coincide temporalmente con la aparición del combinado en el diccionario, ya que, según recoge la web del Consejo Regulador, ingleses, irlandeses y escoceses "se establecen en la zona durante los siglos XVII y XVIII".

Una muestra del arraigo que tenía este cóctel vigorizante en la sociedad británica está en los libros de Charles Dickens. Concretamente en el capítulo XXIII de su obra Dombey e hijo, publicada en la década de 1840, en el que un personaje le aconseja a Paul Dombey hijo que, si sufre de debilidad corporal, se tome “la yema de un huevo, batida con azúcar y nuez moscada, en un vaso de jerez”. Paul era menor, así que no era algo exclusivo de España eso de darle un copazo al crío para que se activara.

El peligro de que lo tomaran niños

Esta bebida nació hace siglos y en tierras británicas, pero no olvidemos que en España el consumo infantil del candiel llegó hasta los años setenta del XX. Bien a modo de elixir fortificante, o también como remedio para que el niño accediera a comer lo que se hubiese cocinado.

"Es posible que esta bebida abriera el apetito de los niños, porque el consumo de alcohol se relaciona con un incremento en el hambre a través de distintos factores", explica Beatriz Robles, dietista-nutricionista y tecnóloga de alimentos. Según cuenta, la ingesta alcohólica dificulta la transformación de glucógeno a glucosa por parte del hígado, "lo que reduce el nivel de glucosa en sangre y puede aumentar las ganas de comer". En cuanto a su supuesto poder tonificante, esta tecnóloga de alimentos opina que "probablemente lo que se conseguía era cierta desinhibición provocada por el alcohol, sin ningún matiz positivo".

Lo que sí está claro es la aberración que esto suponía: "Los efectos del alcohol en niños son más acusados que en adultos. Puede afectar al desarrollo de órganos vitales e interferir con los procesos hormonales, además de afectar a su desarrollo cognitivo", apunta Beatriz Robles. Y como con el candiel la oferta de peque-bebercio se quedaba corta, durante esta época también se puso de moda administrar a los chiquillos vinos quinados. El despiporre absoluto.

La quina, otro copazo infantil

Los vinos quinados, al igual que el candiel, se enmarcan dentro de esas bebidas alcohólicas "medicinales" que tanto se extendieron en España en el XIX y el XX, tal y como recogió el líder comidista Mikel López Iturriaga en este post. Ya en los setenta se empezó a tomar conciencia de los efectos nocivos que el alcohol tenía en los más pequeños, pero hasta entonces el desconocimiento general les dejó ciscarse sus copichuelas.

"La quina se hace mezclando vino con esencia del árbol de la quina, de donde se extrae la quinina. Además a esto se le añade almíbar o miel, dependiendo de si se usa vino dulce o seco, para contrarrestar el amargor de la quina", ilustra el bodeguero Antonio Barbadillo, que el año pasado sacó al mercado el vino K de Quina bajo su marca Sacristía AB. "Se les daba como tonificante a los niños débiles o para que les entrara hambre. Recuerdo que cuando de pequeño me daban quina me comía el almuerzo de un león", bromea este enólogo sanluqueño.

Aunque tradicionalmente se usa la corteza del árbol de la quina con ese fin, Beatriz Robles asegura que  "no hay evidencia científica que lo pruebe". "Así que, como en el caso anterior, es muy probable que el efecto sobre el apetito se deba a la presencia de alcohol", concluye esta nutricionista. En definitiva, era el componente etílico lo que hacía que los niños tuvieran hambre o se activaran. Lo mismo que le ocurre a muchos que, al salir de la discoteca, se comen un kebab del tamaño de un camión cisterna.

La quina aún se sigue comercializando bajo distintas marcas, como la Kina San Clemente de las bodegas Málaga Virgen. Por su parte, el candiel quedó como un recuerdo más que contar para una generación que creció dándole tragos. Mis padres pertenecen a ella y, aunque quizá no exista una relación causal, lo cierto es que en mi casa no falta la Cruzcampo. Maldito candié.

https://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2020/06/16/articulo/1592293291_720292.html