LOS
ENCUENTROS Y LAS BASES
PARA
LA
ADMINISTRACIÓN POLÍTICA
WARI*
Patrick
Ryan
Williams,a
Donna
J.
Nash,b
Michael
E.
Moseley,c
Susan
deFrance,d
Mario
Ruales,e
Ana
Mirandaf
y
David
Goldstein
g
Resumen
En el presente trabajo se analiza el rol de los encuentros y reuniones de diversa escala en la colonia wari de Moquegua, Perú (600-1000 d.C.). El papel de los festines cambió sustancialmente con la expansión de las entidades políticas Wari y Tiwanaku, e involucró múltiples lugares y numerosos tipos de congregaciones. La evidencia resulta de excavaciones en dos sitios principales, Cerro Baúl y Cerro Mejía, y se comparan los contextos de festines en ambos sitios con el argumento de que las reuniones o encuentros públicos fueron fundamentales en múltiples escalas y en muchos lugares diferentes. Mediante el estudio tanto de los lugares de producción como los de consumo se busca aclarar el mecanismo de la especialización de instalaciones en diversos contextos, así como los roles que los diversos miembros de la sociedad wari desempeñaron en la producción de festines. Finalmente, por medio de la comparación del acceso diferenciado a productos alimenticios y el empleo de alimentos únicos en lugares especiales, se aborda la diferenciación social en el acceso a los recursos en la colonia wari de Moquegua. También se analiza la relación entre la cocina y la identidad en lo que constituía un encuentro colonial muy cosmopolita en la sierra sur andina.
*
Traducción del inglés al castellano: Mónika Barrionuevo
a
The
Field Museum, Chicago. Correo electrónico: rwilliams@fmnh.org
b
University
of Illinois, Department of Anthropology. Correo electrónico:
djnash@uic.edu
c
University
of Florida, Department of Anthropology. Correo electrónico:
moseley@anthro.ufl.edu
d
University
of Florida, Department of Anthropology. Correo electrónico:
sdef@anthro.ufl.edu
e
Instituto
Nacional de Cultura. Correo electrónico: masega@terra.com.pe
f
Museo
Contisuyo, Moquegua. Correo electrónico: amq_miranda@yahoo.com
g
Southern
Illinois University, Department of Anthropology. Correo electrónico:
djgoldst@siu.edu
Introducción
El rol de los encuentros o reuniones en el
desarrollo de la administración política andina ha sido, por años,
el centro de gran parte de la discusión académica en los estudios
arqueológicos. En los Andes prehispánicos, los festines han sido
estudiados como un componente importante de las relaciones políticas
y sociales
de las
sociedades complejas (Morris
y Thompson
1985; Gero 2001; Cook y Glowacki 2003).
De hecho, muchas reuniones sociales incluyen la preparación y
consumo de alimen- tos de una naturaleza especial, de modo que pueden
ser descritas como festines y están enmarcadas en un ámbito
supradoméstico. Los modelos arqueológicos que describen la economía
política de los estados andinos tempranos (Rowe 1946, 1982; Morris
1985; Rostworowski 1999; Moseley 2001) incorporan ideas de
reciprocidad e intercambios asimétricos de comida por trabajo o
«festines de trabajo» (work
feasts, cf.
Dietler y Herbich 2001). Sin embargo, las evidencias de estas
actividades son esquivas en el registro
arqueológico.
Los líderes acumularon obligaciones laborales
de sus seguidores por medio de la celebración de
«festines de patrocinio» (patron-role
feasts, cf.
Dietler 2001). Estos pueden haber sido organizados en lugares
públicos o en asociación con eventos rituales. Esta forma de
manifestación de generosidad fue una importante fuente de poder por
medio de la cual las elites gobernantes acumulaban excedentes y
riquezas
(Murra
1980,
1982;
D’Altroy
y Earle
1985;
D’Altroy
2001).
Es
posible
que
eventos
simila-
res, pero a una escala menor,
fueran celebrados por parte de las
elites locales para legitimar y mante- ner el carácter de
requerimiento y aprovechamiento de la reciprocidad entre los
administradores y sus subordinados (Isbell 1997; Kolata 2003a).
De esta manera, los festines cumplen un papel impor- tante en las
descripciones de la interacción política del pasado andino, por lo
que es de esperar que estas prácticas
estén bien
representadas
en el
registro
arqueológico.
Los modelos de administración política
andinos que incluyen festines están ampliamente basados en los
registros etnográficos de los campesinos andinos y también en los
registros históricos de las prácticas estatales inka. Los registros
etnohistóricos de los inka describen ceremonias a gran escala, como
el Inti Raymi, que restablecían la jerarquía de las obligaciones en
intervalos regulares (Garcilaso de la Vega
1966 [1609]). Esta festividad anual,
mayormente realizada en el Cuzco o en cualquier lugar en donde se
encontrara el emperador (cf.
Ramírez 2005), reunía a las elites de todo el ámbito inka. Había
intercambio de obsequios, se servían comidas especiales y los
invitados, que eran entretenidos y agasajados, presenciaban
representaciones ceremoniales a gran escala, todo ello enmarcado en
estas reuniones, que reforzaban las relaciones de estatus entre las
elites imperiales y los líderes locales. Por
otro lado, el Inka también alimentaba a
grandes grupos de individuos comunes del pueblo durante los proyectos
de trabajo. Algunos cronistas describen que el Inka proporcionaba
comida, alojamiento, ropa y herramientas para aquellos que estaban
al servicio del Estado (Guamán Poma 1980 [1615- 1616]; Betanzos 1996
[1551]).
Por lo general, gran parte de la evidencia arqueológica correspondiente a la política de celebración de banquetes (commensal politics) en los Andes tempranos sugiere eventos compartidos por un grupo relativamente pequeño de personas (cf. Brewster Wray 1989) o relacionados con depósitos rituales (cf. Kolata 2003b). Estos hallazgos podrían representar lo que Dietler (2001) describe como un «festín facultativo» (empowering feast), un evento en el que las autoridades de igual jerarquía operaban para conseguir potestades específicas. Los acontecimientos en los cuales los líderes demostraban su rela- ción con los ancestros u otros seres sobrenaturales fueron objetivos potencialmente significativos para algunos banquetes y festines en los estados andinos tempranos. Sin embargo, como los motivos para celebrar una reunión podían, muchas veces, encubrir algo, es difícil entender del todo las rela- ciones sociopolíticas subyacentes que eran exteriorizadas en los diferentes eventos festivos. En con- secuencia, para comprender el proceso político en general de la fundación del Estado wari es importante que se tome en cuidadosa consideración los contextos en que se realizaron estos encuentros o reunio- nes especiales. El presente trabajo examina su papel en las actividades sociopolíticas de la sociedad wari en el centro provincial de Cerro Baúl y sus alrededores, pero primero se describirá el panorama social del Horizonte Medio y la colonia wari en Moquegua con el fin de establecer un marco regional para estas interacciones.
Por lo general, gran parte de la evidencia arqueológica correspondiente a la política de celebración de banquetes (commensal politics) en los Andes tempranos sugiere eventos compartidos por un grupo relativamente pequeño de personas (cf. Brewster Wray 1989) o relacionados con depósitos rituales (cf. Kolata 2003b). Estos hallazgos podrían representar lo que Dietler (2001) describe como un «festín facultativo» (empowering feast), un evento en el que las autoridades de igual jerarquía operaban para conseguir potestades específicas. Los acontecimientos en los cuales los líderes demostraban su rela- ción con los ancestros u otros seres sobrenaturales fueron objetivos potencialmente significativos para algunos banquetes y festines en los estados andinos tempranos. Sin embargo, como los motivos para celebrar una reunión podían, muchas veces, encubrir algo, es difícil entender del todo las rela- ciones sociopolíticas subyacentes que eran exteriorizadas en los diferentes eventos festivos. En con- secuencia, para comprender el proceso político en general de la fundación del Estado wari es importante que se tome en cuidadosa consideración los contextos en que se realizaron estos encuentros o reunio- nes especiales. El presente trabajo examina su papel en las actividades sociopolíticas de la sociedad wari en el centro provincial de Cerro Baúl y sus alrededores, pero primero se describirá el panorama social del Horizonte Medio y la colonia wari en Moquegua con el fin de establecer un marco regional para estas interacciones.
El asentamiento
Cerro Baúl es una
meseta geológica que
se eleva 600
metros sobre el
río Torata, en
la árida sierra de
la cuenca del
río Moquegua, en
el sur del Perú (17,116°
de latitud
sur, 70,85°
de longitud
oeste, cf.
Fig. 1).
Cuando las fuerzas imperiales procedentes de la ciudad de Wari,
ubicada a 600 kilómetros al norte,
entraron en la región un poco antes de 600 d.C., tomaron la cima de
la meseta y dos cerros adyacen- tes, Cerro Mejía y Cerro Petroglifo,
para implantar la colonia más sureña del imperio dentro del
territorio dominado por Tiwanaku, cuya capital se ubicaba cerca del
lago Titicaca, en Bolivia. Duran- te aproximadamente cuatro siglos, y
con una población que llegaba a más de 1000 habitantes, este puesto
de avanzada fue único en su carácter debido que impulsó el
contacto directo entre ambos imperios (Williams 2001). En otras
áreas, los dos regímenes estuvieron separados por zonas interme-
dias (buffer
zones)
de un
ancho de
casi 100
kilómetros
(Lumbreras
1974).
Esta colonia califica plenamente como un
«centro administrativo» establecido
por un Estado,
definido por la presencia de cánones
imperiales de arquitectura monumental y arte suntuario wari. Todos
los otros centros creados por el Estado
fueron establecidos en las pampas cerca de la base de los valles.
Cerro Baúl rompe este patrón de una forma tan drástica que parece
haber sido parte de una decisión
premeditada. La alejada
cima de la meseta
no fue
habitada ni
antes ni
después de
los tiempos
wari debido a que es un lugar completamente impracticable para vivir.
Comenzando por el agua, los recursos
necesarios para la vida debían ser llevados a la cima de la meseta a
costa de un inmenso trabajo. No existe una razón económica viable
para vivir por siglos en aquel lugar tan poco atractivo y con un
gasto tan grande. En todo caso, la decisión wari puede haber
incluido una combi- nación de tres factores que son difíciles de
detectar arqueológicamente: la religión, la defensa y la política.
Hoy en día, Cerro Baúl es un apu
o montaña sagrada que los
devotos escalan por una hora o más para alcanzar la escarpada cima.
En ese lugar pueden hacer «pagos» que incluyen la representación
en miniatura de granjas con casas, corrales, campos de cultivo y
ganado por medio de piedras sueltas. En el pasado,
los estados
andinos expansivos, como el inka,
usurparon lugares sagrados para su
propio engrandecimiento, por lo que la ocupación wari de Cerro Baúl
podría representar una usurpa- ción
similar o,
por lo
menos, una
declaración
de
superioridad.
Se dice que la conquista inka de la región
llevó a la población local a refugiarse en la impenetrable cima
de un gran
bastión natural. La alta
meseta, con sus cumbres
escarpadas, es un formidable
baluarte geológico contra los asedios.
Como acamparon alrededor de la base, los invasores recibie- ron,
eventualmente, la rendición de los locales gracias a la reducción
de los abastecimientos de agua y comida en la cima (Garcilaso de
la Vega 1966
[1609]). En ese sentido, si el sitio no fue una táctica militar
utilizada durante la época wari, entonces Cerro Baúl podría haber
sido, ciertamente, defendi- ble. En todo caso, las decisiones
políticas en la capital indujeron la presencia imperial wari en la
frontera de Moquegua. Esto resultó en un único caso de
yuxtaposición cara a cara con su formidable contemporáneo en el
sur: Tiwanaku. Esta inusual situación surge como una explicación
política para Cerro Baúl, ya que la colonia habría podido hacer
las veces de una especie de «embajada», un enclave que representaba
los intereses wari para la capital imperial, así como un lugar de
encuentros entre las entidades políticas respectivas. Una
delegación gubernamental que residiera
de manera opulenta en la cima de
este bastión sagrado podría haber
generado una impresión
política impactante. Si este
escenario es correcto, entonces el
templo monumental en el complejo de Omo, en el valle medio, habría
sido la contraparte tiwanaku (Fig. 1). Este es el único santuario
conocido de estilo imperial construido fuera del núcleo altiplánico
tiwanaku y podría representar, muy
bien, una respuesta polí- tica al enclave wari (Goldstein
2005).
Fig. 1. Mapa de la sección superior del valle de Moquegua, Perú.
|
Fig. 2. Vista de la colonia de Cerro Baúl.
|
Los dos asentamientos coloniales en Moquegua
estaban a la vista uno del otro, pero se diferencia- ban en su
adaptación particular al medio como, por ejemplo, en el cultivo de
las tierras desérticas que requerían irrigación. Como en las
prácticas locales tempranas, los pobladores tiwanaku construyeron
canales de irrigación relativamente pequeños para ganar áreas en
las tierras planas del valle medio. Aquí, la producción de cultivos
sustentó no solo al complejo Omo, sino también a numerosos pue-
blos. La sierra más alta y accidentada fue un nicho económico no
explotado que Wari transformó
en un paisaje agrícola por
medio de la
construcción de
un sistema de
canales a
gran altura que
se alimentaba
del río Torata, a
más de 2600 metros sobre el nivel del mar.
El hecho de compartir los recursos de
agua en épocas en que esta era escasa llevó necesariamente a estos
dos grupos a establecer relaciones de
cooperación
o conflicto
a lo
largo de
toda su
historia
(Williams
2002).
La colonia wari
La ocupación foránea se concentró en los
cerros adyacentes de Cerro Baúl, Cerro Mejía y Cerro Petroglifo,
hoy deshabitados por falta de agua (Fig. 2). Cada cerro tenía
residencias de bajo estatus en sus laderas y recintos de elite en la
cima, pero las instalaciones preeminentes estaban sobre Cerro Baúl.
Las diferencias entre clases y rango estaban demarcadas por la
ubicación y elaboración distin- tiva de recintos y por el acceso
diferenciado a los alimentos y bienes permanentes. Por
ejemplo, los prendedores, llamados tupu,
fueron un distintivo de las mujeres de elite, y la cerámica fina,
como los keros, se
decoraba
según el
rango.
Ambos tipos
de
evidencia
fueron
recuperados
solo de
la cima
de Cerro Baúl, mientras que los estudios
realizados demostraron que otros bienes y alimentos también fueron
restringidos en su distribución. En este trabajo, los autores
comparan las diferencias entre sitios
y la
distribución
de bienes
y alimentos
encontrados.
Los individuos que
prestaban trabajo, servicios o
rendían tributos esperaban reciprocidad
en forma de comida, bebida y presentes.
Los festines y el intercambio de presentes fueron un puntal de la
política de celebración de banquetes, ya que creaban obligaciones
de los subordinados respecto de sus líderes. En este artículo se
analizan algunas unidades domésticas de elite en la colonia wari que
presentan instalaciones especiales para la celebración de reuniones
públicas. La bebida preferida fue la chicha, una bebida alcohólica
fermentada similar a la cerveza. En la colonia de Cerro Baúl, la
cantidad y calidad de la bebida servida, así como la comida, vajilla
y presentes ofrecidos, variaban respecto de la clase y rango.
Mediante el estudio de los diferentes contextos en la colonia se
busca aclarar algo más
acerca de
cómo la
gente participaba en
estos encuentros o
festines, y
revelar la
infraestructura subyacente
en la
realización
de estos.
Los asentamientos en la colonia wari estaban
conectados por un sistema de irrigación que llevaba agua a los
cultivos y abastecía a los colonos de agua potable. El canal wari
tenía su origen a mayor altitud que el emplazamiento de la colonia y
el agua era llevada ladera abajo por medio de un canal que irrigaba
los terrenos
alrededor de Cerro
Petroglifo y,
posteriormente, alimentaba las
terrazas de
Cerro Mejía, donde el canal tenía una capacidad máxima de carga de
400 litros por segundo (Williams 1997). Cerro Mejía y Cerro Baúl se
encuentran muy cerca uno del otro en El Paso, un desfiladero natural
ubicado entre ambos promontorios. Aquí, el brazo sur del canal
cruzaba un gran acueducto e irrigaba las superficies sembradas,
aterrazadas o no, en las laderas de la meseta. Los colonos sembra-
ban maíz, papas, tubérculos, leguminosas y otros cultivos; también,
al parecer, introdujeron
el árbol de pimiento peruano (Schinus
molle), cuyos pequeños
frutos fueron usados en las bebidas. Casi todos los elementos
agrícolas para los festines fueron aportados por la infraestructura
local. Con una capa- cidad de irrigación de 324 hectáreas de tierra
equivalente al sostenimiento de, aproximadamente, 2000 personas,
los 20 kilómetros del sistema de canales fueron el proyecto más
grande realizado en la región incluso hasta tiempos actuales. A
pesar de ello, los trabajos agrícolas fueron olvidados cuando la
colonia fue abandonada hacia 1000 d.C., pero la introducción de la
irrigación de altura fue un legado
duradero
recogido
por las
sociedades
subsecuentes.
El asentamiento wari pudo haber continuado canal abajo según avanzaba la construcción del canal y avanzaba la reclamación de territorios. Cerro Petroglifo, de planta oval, fue el primer sitio en recibir el agua canalizada. Si bien es el más pequeño, también es el más cercano al río Torata y presenta las instalaciones más compactas y formalmente planificadas, con sus alojamientos para el pueblo en las laderas y viviendas para la elite en la cima, hacia el lado del río. Las viviendas de caña se dispusieron sobre terrazas de piedra construidas en las laderas. A estas terrazas y la cima se accedía mediante dos escaleras de piedra paralelas. Los recintos y patios de la cima incluyen instalaciones que fueron dejadas sin terminar y la ausencia de basura doméstica indica que el asentamiento pudo no haber sido habitado (Nash 1996).
El asentamiento wari pudo haber continuado canal abajo según avanzaba la construcción del canal y avanzaba la reclamación de territorios. Cerro Petroglifo, de planta oval, fue el primer sitio en recibir el agua canalizada. Si bien es el más pequeño, también es el más cercano al río Torata y presenta las instalaciones más compactas y formalmente planificadas, con sus alojamientos para el pueblo en las laderas y viviendas para la elite en la cima, hacia el lado del río. Las viviendas de caña se dispusieron sobre terrazas de piedra construidas en las laderas. A estas terrazas y la cima se accedía mediante dos escaleras de piedra paralelas. Los recintos y patios de la cima incluyen instalaciones que fueron dejadas sin terminar y la ausencia de basura doméstica indica que el asentamiento pudo no haber sido habitado (Nash 1996).
Los encuentros en Cerro Mejía
Los fechados radiocarbónicos sugieren dos
fases de ocupación colonial divididas hacia 800 d.C., con Cerro
Mejía ubicado exclusivamente en la fase más temprana y Cerro Baúl
representado en ambas (Tabla 1,
Fig. 3).
Cerro Mejía es un gran promontorio que alberga al asentamiento más
grande de la colonia, pero no el más denso ni el más suntuoso.
Numerosas terrazas residenciales fueron erigidas en la ladera
alrededor de El Paso y
las ocupaban individuos comunes. Gracias a la escasez de lluvia,
muchas actividades se realizaron en patios abiertos. Las viviendas
unifamiliares y multifamiliares, circundadas por paredes bajas de
piedra, consisten de un patio abierto para actividades generales
junto a uno
o más recintos techados para cocina,
almacenamiento o descanso
(Fig. 4). Grandes
paredes que descienden
por las laderas
dividen la ocupación
en seis
discretos barrios. Cada uno contenía de
ocho a 15 estructuras domésticas separadas de variada elaboración y
tamaño, lo que puede reflejar
distinciones
en
parentesco
o etnicidad
(Nash
2002).
Tabla 1. Fechados radiocarbónicos para la colonia wari en Moquegua. |
Fig. 3. Fechados radiocarbónicos de contextos wari en Moquegua. |
Los resultados de las excavaciones sugieren que
la autoridad administrativa de Cerro Mejía ocu- paba un complejo con
cuatro patios al norte de las plataformas. Las actividades domésticas
de carác- ter privado se efectuaban en dos estructuras que
flanqueaban el patio en sus lados oeste y sur (Fig. 5). El foco
visual del patio fue el estrado parcialmente cercado y ubicado hacia
el este. Este recinto estaba elevado alrededor de 1 metro sobre otros
edificios y su alto estatus se señalaba porque estaba pavi- mentado
con losas de riolita y decorado con dos nichos ubicados, para su
visibilidad, en el muro del fondo, con lo que se les enmarcaba por
una entrada bastante grande. Este amplio acceso se abría hacia
una larga banqueta exterior, a
la cual se accedía desde una plataforma baja en el patio mediante
una gradería
central de
piedra
(Nash
2002).
El edificio norte,
equipado para la preparación
de banquetes,
tenía tres hornos abiertos para
preparar alimentos y una especie de
cuatro «cajas de fuego» diseñadas para sostener grandes ollas de
hervido. Estas últimas fueron usadas, quizá, para reducir el grano
o los frutos a una masa azucarada y fermentada para producir
chicha, la que podría acompañar la comida servida durante las
ceremo- nias realizadas en el estrado y plataforma adyacentes (Nash
2002). Sin embargo, las instalaciones destinadas
a los
festines
eran de
carácter
todavía
más
extenso y
especializado
en Cerro
Baúl.
Los encuentros en Cerro Baúl
Fig. 5. El complejo patio de elite Unidad 145 en la cima de Cerro Mejía. |
Una impresionante
arquitectura monumental fue erigida
en la cima
de la meseta
nivelada de manera artificial.
Dispuestas en complejos amurallados, las estructuras aglutinadas de
uno o más pisos cubrieron alrededor de 3 hectáreas. En las
construcciones de mampostería se empleó mortero de tierra para
afianzar los irregulares bloques de piedra cortados del casquete de
la meseta (Fig. 6). Canteras contiguas a manera de pozos de 10 metros
de diámetro y 3 metros de profundidad ocupa- ron la franja sureste
de la cumbre de la meseta. Cortados en material conglomerado poroso,
estos pozos no sirvieron como cisternas, ya que toda el agua, al
parecer, fue transportada desde El Paso, sobre los 2590 metros. Otros
materiales de construcción, como los grandes maderos de las vigas,
pastos (Stipa
ichu) para los techos y
toneladas de arcilla para el mortero y enlucido, hicieron de la
ciudadela una impresionante hazaña de trabajo corporativo. De la
misma manera, para pavimentar decorativamente patios, banquetas y los
pisos de segundas plantas se usaron bloques de riolita proce- dentes
de Cerro
Los
Angeles, a
6
kilómetros
de
distancia.
El colapso de la mampostería no permitía
apreciar su organización original, por lo que se dividió la
arquitectura de la cima en sectores por medio de letras, con el
Sector A ubicado al noreste (Fig. 6). Hacia
800 d.C.
se produjo
una extensa
remodelación
arquitectónica,
con la
nivelación
parcial de edificaciones tempranas y la construcción de nuevas estructuras que, en la actualidad, conforman parte de las ruinas en superficie (Williams 2001).
Fig. 7. Complejo de la chichería, o Unidad 1, en la cima de Cerro Baúl. |
Lugares de producción
La ceremonia de clausura más elaborada fue la
correspondiente a una gran chichería que contenía todo
el equipamiento
original necesario y las ofrendas
finales (Fig. 7). Las excavaciones
en estas
instalaciones produjeron numerosos
tupus, lo que implica una importante participación de las muje-
res de elite en la producción de chicha (Fig. 8). El edificio, de
planta trapezoidal, tenía compartimentos separados para molienda,
hervido y fermentación. El cuarto de molienda estaba techado y los
análisis químicos del
suelo
revelaron
altos
niveles de
fosfato, lo
que indica
que en
este lugar
se
realizaba
el procesamiento y/o derramamiento de materiales
orgánicos.
La chicha de jora preparada con maíz requiere de la
molienda de granos tiernos, la que fue efectuada en el recinto con
batanes. El cuarto de hervido norte contenía, por lo menos, siete
fogones cada uno, con un par de piedras a manera de pedestal. Estas
soportaban originalmente las tinajas, ahora rotas y apoyadas sobre la
ceniza acumula- da y el muro posterior de la estructura. Gruesos
depósitos de ceniza y desechos del fogón sobre el piso contenían
abundantes semillas de Schinus
molle. En la actualidad,
estas frutillas son hervidas o remo- jadas por completo para liberar
los azúcares en unos compartimentos de resina a través de sus hoyos
centrales. Después, la mezcla de almíbar hervida es fermentada para
producir chicha de molle. En el caso de Cerro Baúl, no está claro
si se produjeron dos tipos de bebidas o si el molle fue adicionado
posteriormente a la chicha de jora para crear un preparado especial.
Después de hervir la mezcla en las tinajas, esta fue transportada
al área de fermentación y colocada en 12 grandes tinajas alineadas
en la pared norte del patio central (cf.
Feldman 1998). En ese lugar, el
líquido se añejaba por espacio de tres a cinco días, lo que
dependía de la potencia deseada. Después de la fermentación, la
bebida era vertida en jarras para su consumo. Cada tinaja podía
albergar alrededor de 150 litros de chicha, lo que indica una
capacidad de producción de, aproximadamente, 1800 litros por lote.
Este hecho la convierte en
una de
las más
grandes
chicherías
preinka
excavada en
las
Américas.
Fig. 8. Ejemplar de tupu recuperado en las excava- ciones de la Unidad 1. |
Si la
chichería
fue la
instalación
central que
sustentó
los ritos
de libación
de todo
el complejo
monumental,
entonces
esta fue
esencial
para la
economía
política
colonial.
Debido a
que los
espacios
excavados
han sido
rellenados
con restos
de
festines,
libaciones
y ofrendas
ceremoniales,
a lo
más se
puede tener
una visión
imperfecta
de cómo
fueron
usados
estos
espacios;
sin
embargo, el
hecho de
que una
instalación
especial
dedicada a
la
producción
de chicha
estuviera
ubicada en
el centro
de la
cumbre de
Cerro Baúl
demuestra
que la
chicha era
importante
para las
actividades
estatales
wari en
el sitio.
De hecho,
la
naturaleza
formal de
la
chichería
y su
capacidad
de
producción
sugiere que
los
festines
fueron un
elemento
crucial e
integral de
la economía
política
empleada
para el
éxito de
la entidad
política
wari en
Moquegua. No
obstante, la
interrogante permanece: ¿quién
asistió y participó
de estos
encuentros?
La
evidencia
excavada
comprende
un
escenario
de clausura
planificada
que habría
comenzado
tres o
más días
antes con
la
preparación
de lo
que podría
ser el
lote final
de chicha.
Cuando la
bebida
estuvo
lista para
su consumo,
era servida
en jarras
a los
nobles,
quienes
habrían
estado
reunidos en
el patio
frente al
área de
fermentación.
En el
complejo de
la
chichería
los autores
reconocieron
por lo
menos siete
distintos
grupos de
keros (Fig.
9). Estos
grupos
fueron
clasificados
por
volumen,
tamaño y,
quizás,
por
decoración.
Los más
simples y
pequeños
tenían una
capacidad
de 300
mililitros,
pero el
volumen
aumentaba
hasta un
penúltimo
grupo de
vasijas
decoradas
con paneles
en negro
y blanco,
idénticas
a los
vasos
usados en
la capital
wari. Con
una
capacidad
de 2
litros de
líquido,
los keros
decorados
más
grandes
mostraban
la cabeza
del Dios
de los
Báculos,
una imagen
raramente
representada en la colonia.
Fig. 9. Cuatro grupos de vasijas recuperadas en las excavaciones de la Unidad 1. |
Estas vasijas podrían
constituir una especie de híbridos, ya que las plumas estilizadas,
configuradas en bandas a lo largo del borde, recuerdan a las
convenciones tiwanaku. Luego, la vajilla de servicio y consumo fue
tirada y rota, y las llamas consumieron el cuarto techado para
molienda en la chichería. Posteriormente, cuando los rescoldos se
enfriaron, se colocaron seis collares y un braza- lete de concha y
piedra sobre las cenizas en un acto final de reverencia, lo que
sugiere que el depósito fue una
ofrenda de
algún
tipo, más
que el
resultado
de un
saqueo en
la cima
del
enclave.
La capacidad de producción de la chichería
sugiere que el maíz y el molle fueron almacenados antes de la
producción de chicha. La instalación de almacenaje identificada más
cercana fue una hilera de tres recintos rectangulares continuos,
ubicada a 15 metros al norte de la chichería. Cada compartimiento,
de 2 por 2 metros, era accesible por medio de una puerta externa con
un umbral elevado en 10 centímetros para mantener lejos a las
plagas. La excavación produjo semillas de calaba- za y molle,
cáscaras de maní,
huesos de camélido,
cuyes y peces
de mar, lo que representaba
un contenido muy
diverso.
Un recinto del
Sector C consiste de una instalación cuatripartita diseñada para el
almacenamiento de comida, con dos cuartos alineados abiertos hacia
el este y dos hacia el oeste. Cada compartimien- to, de 12 por 5
metros, tenía un pequeño acceso central elevado a 10 centímetros
sobre la superficie. En ambos lados internos de la entrada se
colocaron maderos espaciados e introducidos en los muros a lo
ancho del cuarto y a 70 centímetros sobre el piso con el objeto de
crear una superficie ventilada por debajo de los alimentos vegetales
almacenados allí. Si es que en algún momento existió un ducto de
ventilación en la parte superior del muro, como en las instalaciones
inka (Morris 1992), la eviden- cia de este se habría perdido al
colapsar la arquitectura superior. De
la misma forma que la chichería, este depósito techado para
alimentos también fue quemado. Así, la infraestructura que sustentó
el festín pudo haber compartido el mismo estatus de clausura
ceremonial que la chichería. La chichería en sí misma pudo haber
sido un lugar para festejar y beber, si bien varios contextos en la
cima de Cerro Baúl
muestran
evidencias
de esta
importante
actividad.
Lugares de consumo
Los recintos residenciales más lujosos de la
colonia fueron construidos al noroeste de la chichería y uno de los
complejos excavados parcialmente podría corresponder al palacio del
gobernador. A di- chos recintos se accedía por medio de un estrecho
corredor que llevaba hacia la entrada sur de un espacioso patio sin
techar. De
acuerdo con su rango o actividades, las personas se podían acomodar
en banquetas de piedra labrada, de 20 centímetros de alto,
dispuestas a lo largo de las paredes y sobre el piso inferior (Fig.
10). Una
estructura techada de planta en forma de
«U», que se abre hacia el patio a la altura de la banqueta, estaba
dispuesta en el centro del muro oeste. A manera de comparación, los
pequeños y
elevados edificios de
planta en
«U» funcionaron como «oficinas» de
la elite para los
imperios chimú e inka, época en la cual se les denominó «masma».
Las representaciones artísticas chimú muestran una figura de pie en
el centro del acceso a una estructura con planta en forma de «U»
que interactúa con individuos menores en el patio inferior (Moseley
2001). Si el patio de acceso o masma
en Cerro Baúl hubiera tenido
una naturaleza similar, habría
hecho las veces de «oficina del jefe ejecutivo»
que
conducía
la política
colonial
respecto de
las elites
subordinadas.
Un acceso en el
muro opuesto de la estructura con planta en forma de «U» lleva
hacia un patio abierto de 8 por 8,2 metros, usado para la producción
cerámica. Esto se hizo evidente debido a la presencia de diferentes
depósitos en el piso que contenían arcilla cruda, varios tipos de
temperante, así como herramientas para la molienda de materia
prima e instrumentos para el acabado de las vasijas. Al parecer,
los productos acabados fueron usados durante los encuentros como
bienes de consumo o intercambiados como regalos. Los análisis
químicos de cerámica producida para la gente que residía fuera de
la cima de Cerro Baúl como para los que vivieron en ella, procedente
de los puntos coloniales más
amplios así
como de
diferentes centros de
producción, señalan
que los poblado- res de este último usaban vasijas distintivas en
materia prima y calidad que emulaban a la cerámica de las elites de
la capital imperial (Pérez 1995;
Williams et
al.
2003).
A los lugares sagrados de la residencia
palaciega se accedía por medio de dos pasajes en el lado noroeste
del patio de acceso, con el del norte abierto hacia un estrecho
corredor que llevaba hacia un gran grupo-patio con un patio abierto
pavimentado rodeado de banquetas de 30 centímetros de alto, las
que, a su vez, están circundadas por cinco edificios contiguos
techados y una plataforma ubicada al este, también de 30
centímetros de alto (Fig. 10). La plataforma, pavimentada con losas
y muy mal conservada, hizo las veces, quizá, de una estructura tipo
estrado para supervisar las ceremonias del patio, como en las
instalaciones de Cerro Mejía. Las excavaciones en cuatro de los
recintos dispues- tos al nivel del piso proporcionaron piedras de
moler, lascas,
husos y otros instrumentos textiles, así como otros restos que
indican actividades domésticas. Las instalaciones para la
preparación de ban- quetes, aún sin excavar,
pueden encontrarse en otro lugar del
complejo o, en todo caso, la comida y la chicha para la
realización de ceremonias especiales, como las de clausura, pudieron
haber sido llevadas desde otro lugar.
Fig. 10. Áreas excavadas del Complejo Palacio (unidades 25, 40, 9) en la cima de Cerro Baúl. |
Las estructuras con planta en forma de «D» en la capital y otros sitios wari son interpretadas como «templos de elite» (Bragayrac 1991; Cook 2001), y
en Cerro Baúl se
han encontrado dos
de ellas (Fig. 6).
Estas se abren hacia el noreste, tienen paredes altas con nichos y un
diámetro entre 10 y 12 metros. Podían acomodar
a pocos
participantes y estaban
orientadas hacia patios que pudieron
albergar audiencias modestas. El fosfato
y nitrógeno en las muestras de piso de los edificios más pequeños
pueden indicar la
presencia de
comida y
bebida, pero no
pueden determinar si
estos fueron un
resultado de uso normal o de ceremonias de clausura. Además, no hay
evidencias de festines rituales o rotura de vasijas. Las acciones
posteriores al abandono asociadas con estas estructuras hacen difícil
las interpretaciones acerca de las actividades que se llevaron a cabo
allí. A pesar de ello, fue quemado un corredor techado que llevaba
hacia el patio de la estructura más pequeña. Por
otro lado, el aban- dono ceremonial
también estuvo presente en el recinto parcialmente investigado anexo
al templo más grande. La gran estructura con planta en forma de «D»,
denominada «Unidad 10», es parte de un gran recinto amurallado. La
Unidad 26 está dentro de este gran complejo y se ubica de manera
adyacente a la estructura con planta en forma de «D». Tiene
un edificio central de planta
rectangular, con una plataforma interna hacia un extremo y un
depósito en el otro, abierto hacia el Norte, así como una banqueta
frontal con un atrio. Dicha banqueta mira hacia una hilera de cuatro
pequeños cuartos contiguos construidos contra la esquina oeste del
muro norte del recinto (Fig. 11).
Tres de
ellos eran compartimentos tipo depósito dispuestos sobre la
superficie, a los que se accedía por medio de un muro frontal
bajo.
El cuarto de la esquina era más elaborado y
tenía una entrada que estaba enlucida y pintada. La entrada era muy
ancha y proporcionaba una vista del cuarto interno. Dos cistas
circulares en el piso del cuarto de la esquina cortaban el piso
enlucido. La cista más grande contenía un entierro sin ofrendas
funerarias correspondiente a un adolescente prepúber en posición
sentada y flexionada. La otra contenía los restos de un infante
dentro de una jarra de tamaño mediano; la jarra estaba cubierta por
un cuenco
invertido. Si estas
inhumaciones simples fueron ofrendas funerarias, entonces el
sacrificio habría conferido un carácter sagrado al singular
contenido del recinto: un gran tambor de cerámica decorado y con
base redondeada (Fig. 12). A pesar de no haberse conservado, la piel
del tambor estuvo originalmente atada a través de 14 agujeros
perforados alrededor del borde sin decorar del instrumento antes de
que este fuera quemado en el horno. El tambor pudo haber sido
exhibido boca abajo, pero no podría haberse tocado en esa posición
ya que la iconografía está invertida en el fondo del instrumento.
Una banda
roja con dos líneas negras rodea la concavidad central del instru-
mento sobre una hilera de cabezas estilizadas de aves pintadas de
color negro. La base polícroma contiene la representación de tres
figuras andróginas serpentinas, cada una con un gorro en forma de
cono con rayas verticales y uno con una lanza (Fig. 12). La
iconografía no es la correspondiente al estilo Wari
de Ayacucho y,
más bien, estaría relacionada con
Nazca Tardío, un
estilo costeño contem- poráneo en territorios 500 kilómetros al
norte de la zona de Cerro Baúl. El recinto también contenía un
grupo de
cuatro
cuencos de
estilo
Loro, de
filiación
nazca
tardío.
El tambor fue roto al momento del abandono, así
como los cuatro cuencos, que podrían haber estado
guardados
en el
cuarto o
fueron
agregados a
las
ofrendas de
clausura.
La bebida
durante los ritos finales está implícita en la presencia
de un pequeño kero fragmentado y de finas tazas decoradas y rotas
en la banqueta, por debajo del atrio quemado del edificio central y
en el área este del patio, que también contenía restos de
vajilla rota y huesos de camélido. Entre estos estaban los restos de
un animal adulto joven, posiblemente una llama.
Fig. 11. Plano de planta del anexo del templo en la Unidad 26. |
En aparente
sacrificio, la bestia fue muerta y la carne recortada,
con marcas
evidentes de cortes
en el cráneo
y partes
postcraneales. Sus huesos
fueron colocados en un hoyo superficial
con las partes anteriores del cráneo en dirección hacia el cuarto
del tambor. Esta forma difiere de otros rituales de abandono, si bien
los rituales de libación, festines y quema
de techos
son
denominadores
comunes.
Fig. 12. Tambor de estilo Nazca. A la derecha, el desarrollo a color que muestra tres figuras danzantes (Dib.: A. Umire) |
Fig. 13. Placa de cobre de estilo La Aguada. |
Diferenciación social en la cocina y productos
Además de las distinciones en la arquitectura
ritual y residencial, también es evidente una diferencia- ción
social en los bienes suntuarios, dieta y uso ceremonial de plantas y
animales a lo largo del enclave wari.
Todos los
habitantes consumieron maíz,
quenopodiáceas, leguminosas, maní y
ají, pero
los residentes de la cumbre de Cerro Baúl tuvieron un acceso
exclusivo a la chicha de molle, coca y tabaco (Tabla
2). Aunque se han identificado casi 50
especies diferentes de plantas procedentes de la cima de Cerro Baúl,
menos de la mitad de ellas están presentes en los contextos
correspondientes a los individuos
comunes en las
laderas. Además, a
pesar de
que se
encuentran semillas de
molle aisladas en los contextos al exterior de la cima, solo en la
meseta se han recuperado gran cantidad de desechos
de Schinus
molle
que
indican la
producción
de chicha.
Los restos animales también indican rigurosas
diferencias en la obtención y consumo de fauna y uso ritual de los
animales. El corpus de Cerro Mejía consiste, casi de manera
exclusiva, de restos de camélidos grandes y pequeños
—presumiblemente llamas y alpacas domésticas—, con un uso
fortui- to de especies disponibles en el ámbito local como vizcacha,
liebre andina, venado, si bien solo la cornamenta y no la parte
comestible, y un ave no identificada (Tabla
3). En consecuencia, se puede inferir
que los
residentes
de Cerro
Mejía
carecían
de una
fauna
exótica.
En la cima de Cerro Baúl, los camélidos
grandes y pequeños, así como el cuy,
fueron la principal fuente de proteínas.
Los abundantes restos del último y su ausencia en Cerro Mejía
sugieren que el cuy fue destinado para la elite. Otros alimentos
animales comprenden la vizcacha, dos especies de venado —con la
inclusión de elementos postcraneales—, perdices, pichones, palomas
y, por lo
me- nos, 10 especies de peces del Pacífico, desde anchoveta hasta
atún, todos encontrados en el palacio y otros contextos monumentales
(Tabla 4).
También están
presentes los restos de varios animales inter- pretados como no
comestibles y que podrían haber sido obtenidos localmente o de
hábitats marinos ubicados a 100 kilómetros de distancia. De baja
importancia dietética, estas especies son difíciles de adquirir y
representarían ítems de valor simbólico o ritual. Estos incluyen
por lo menos un león de la montaña o puma (una falange distal o
porción de la garra), un pequeño gato nativo, el zorro serrano, dos
perros domésticos juveniles, el cóndor andino (dos elementos de las
alas: un cúbito distal traba- jado y una falange distal de la
especie Vultur
gryphus),
un búho enano, un atrapamosca (Colonia
colonus), por lo menos dos
sapos y un único diente de tiburón mako (Isurus
oxyrinchus). La mayoría de
estos
restos de
animales
exóticos
provienen
de los
contextos
del palacio
y la
chichería.
Todos los animales encontrados en el enclave
wari eran habitantes de la sierra y costa del Pacífico,
pero aún no se ha
determinado cómo fueron obtenidos. Los
camélidos fueron criados localmente y
tres especímenes
tienen rasgos osteológicos isotópicos serranos (Kennedy 2003), pero
algunos de estos animales en
el corpus de
fauna provienen de
la costa. El
banquete final en
el palacio incluyó los
restos de
tres camélidos con
rasgos isotópicos costeros, así
como una
gran variedad de
peces marinos. No
existe evidencia de
que los colonos wari pescaran o
pastorearan a
lo largo de
la costa de
Moquegua, por
lo que se deduce que
los vecinos de
las tierras bajas debieron haber
producido productos costeros que
llegaron a
Cerro Baúl por medio del intercambio con gente foránea o, en todo
caso, los líderes de la costa podrían
haber
intercambiado
bienes en
comida con
los
anfitriones
wari del
enclave.
En la colonia fueron recuperados otros tipos de
bienes, quizás obtenidos o distribuidos por las elites
wari. Por ejemplo,
la obsidiana,
usada para cuchillos y puntas
de proyectil,
fue importada
principalmente de las minas cerca del
núcleo wari, más que de las fuentes más cercanas usadas por los
tiwanaku (Burger et
al. 2000). Esta aparece en
todos los contextos, desde los espacios usados por los individuos
comunes hasta los de elite; sin embargo, la frecuencia de la
obsidiana decrece mientras mayor es la distancia a la cima de Cerro
Baúl, como ocurre con la crisocola y el lapislázuli, usados para
las cuentas. Del palacio y la chichería se obtuvieron especímenes
especiales de la concha ecua- toriana
Spondylus,
de un origen
más allá
de las fronteras
wari, y de la cerámica
caolín del estilo
Cajamarca, procedente de la frontera
norte del imperio. Originarios de casi 2000 kilómetros y 1300
kilómetros al norte, estos bienes exóticos se movieron
presumiblemente hacia el sur a lo largo de las rutas de intercambio
hasta alcanzar las elites de la cima. En el palacio también se
encontró una placa de cobre
del estilo
La Aguada,
de la
región
Catamarca
en
Argentina,
aproximadamente
1300
kilómetros al sur (Fig. 13). Este inusual objeto podría haber llegado aquí por obra de intermediarios tiwanaku, cuya nación ejerció una efectiva influencia en dirección sur, a unos 500 kilómetros de Catamarca.
Aunque en la cima de Cerro Baúl están presentes objetos de elite asociados con estilos distantes, el intercambio con los vecinos cercanos fue muy diferente. La nobleza consumió alimentos exóticos de la costa, pero no hay evidencia de artefactos o arte costeño. De manera significativa, el arte tiwanaku está ausente en la colonia wari, aunque las dos poblaciones vivieron una junto a la otra por siglos. Esta situación genera diversas expectativas. En este caso solo se puede especular que si el enclave wari tuvo un carácter de «embajada», entonces las estrategias correspondientes apuntaron a mantener una pureza en la identidad étnica y diferenciación política por medio de la prohibición de la incorporación de los objetos simbólicos de sus vecinos imperiales.
Aunque en la cima de Cerro Baúl están presentes objetos de elite asociados con estilos distantes, el intercambio con los vecinos cercanos fue muy diferente. La nobleza consumió alimentos exóticos de la costa, pero no hay evidencia de artefactos o arte costeño. De manera significativa, el arte tiwanaku está ausente en la colonia wari, aunque las dos poblaciones vivieron una junto a la otra por siglos. Esta situación genera diversas expectativas. En este caso solo se puede especular que si el enclave wari tuvo un carácter de «embajada», entonces las estrategias correspondientes apuntaron a mantener una pureza en la identidad étnica y diferenciación política por medio de la prohibición de la incorporación de los objetos simbólicos de sus vecinos imperiales.
Discusión
Junto con los festines, la libación ritual fue importante para ambas entidades. Valle abajo, en el complejo arqueológico de Omo, se ubicó una instalación para la producción y el consumo de bebidas de 4 por 4 metros (Goldstein 1993). Esta tuvo una sola tinaja para hervido, tres vasijas de fermenta- ción y una capacidad de producción estimada en 360 litros. La molienda de grano se realizó en varias partes, pero la fermentación y el consumo en finos vasos keros se efectuaron en la estructura. Usada tanto para la producción de chicha como de alimentos, la instalación más grande y de calidad más fina en Cerro Mejía tuvo una capacidad de producción similar, pero el consumo se efectuaba en el patio adyacente. La monumental chichería de Cerro Baúl, con compartimentos discretos para mo- lienda, cocina y fermentación, es la planta de producción especializada de chicha más grande que se conoce para esta época y los numerosos prendedores tupus encontrados implican la existencia de un grupo laboral conformado por mujeres de elite.
Por razones
desconocidas, Wari y
Tiwanaku comenzaron a decaer hacia 1000 d.C. Si los tiwanaku cayeron
primero, no había necesidad para una embajada wari. No existen
evidencias de una coac- ción económica en el asentamiento o sus
terrenos agrícolas, y las decisiones políticas pueden explicar
mejor la fundación y abandono del enclave. El contexto de la
chichería proporciona la última fecha para la ocupación de la cima
de Cerro Baúl (Williams 2001) y sugiere que esta fue una instalación
importante hacia
el final de
ella. Al
parecer, la chicha y
la chichería habrían sido cruciales
para practicar
ceremonias y rituales en el sitio. La chichería fue necesaria para
realizar ritos de clausura y podría
haber sido
la última
estructura
en ser
destruida
antes del
abandono.
Conclusiones
En ausencia de una razón económica evidente,
la ocupación de la cima de Cerro Baúl está mejor explicada
por consideraciones
políticas. Los autores
proponen que los wari
eligieron asentar una delegación
imperial sobre un bastión
natural sagrado para establecer una
representación política impresionante
en la única región donde se podía tener un contacto inmediato con
el imperio tiwanaku. Mientras los líderes locales continuaron con la
celebración de «festines facultativos», los señores wari
establecían instalaciones especializadas para la realización de
festines de producción y consumo sobre la cima de la montaña. Estos
eventos estaban imbuidos de nociones de estatus y jerarquía, tal
como se muestra en las plataformas especiales destinadas para las
elites que presidían las celebraciones y la presencia de vasijas de
consumo diferenciado. Es probable que las instalaciones para realizar
estas fiestas a gran escala, en las que los señores regionales
supremos recibían a sus subordinados, fueran atendidas también por
el personal de servicio de la elite. Las concentraciones de tupus en
la cima de Cerro Baúl, y especialmente en la chichería, sugieren
que ciertas mujeres de elite fueron residentes importantes del
complejo de la cima y que, quizás, fueron los personajes principales
en la producción de chicha. Ellas trabajaban en instalaciones
especializadas cuyo único propósito era la producción de comida
y bebida
para los
encuentros
entre los
líderes
locales y
los señores
wari.
Tanto en los contextos wari como tiwanaku, los
líderes coloniales presidieron los encuentros para
los individuos que participaban en ellos, ya
fueran distinguidos o de menor rango. Estos eventos eran importantes
para constituir y mantener las relaciones sociales entre los miembros
de las respectivas comunidades coloniales. Dichos eventos difieren en
clase y especialización de las fiestas efectuadas en el centro
provincial de Cerro Baúl, ya que este tuvo instalaciones únicas y
calidad de alimentos de carácter
incomparable en toda
la región
para la realización
de sus encuentros.
En ese sentido,
el Estado
wari bien pudo ser construido sobre la base de las fiestas comunales.
Las elites provinciales wari pudieron
haber albergado a dignatarios
foráneos, pero, además, celebraron eventos con
sus subordinados en los centros estatales. Estos festines tipo
patróncliente constituyeron, quizás, el tipo más importante de
reunión existente y sirvieron de base para el Estado wari mediante
el refuerzo de la jerarquía
social y
la
promulgación
de sus
ideales e
ideología.
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