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Los encuentros y las bases para la administración política wari

BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 9 / 2005, 207-232 / ISSN 1029-2004


LOS ENCUENTROS Y LAS BASES
PARA LA ADMINISTRACIÓN POLÍTICA WARI*

Patrick Ryan Williams,a Donna J. Nash,b Michael E. Moseley,c Susan deFrance,d Mario Ruales,e Ana Mirandaf y David Goldstein g

Resumen

En el presente trabajo se analiza el rol de los encuentros y reuniones de diversa escala en la colonia wari de Moquegua, Perú (600-1000 d.C.). El papel de los festines cambió sustancialmente con la expansión de las entidades políticas Wari y Tiwanaku, e involucró múltiples lugares y numerosos tipos de congregaciones. La evidencia resulta de excavaciones en dos sitios principales, Cerro Baúl y Cerro Mejía, y se comparan los contextos de festines en ambos sitios con el argumento de que las reuniones o encuentros públicos fueron fundamentales en múltiples escalas y en muchos lugares diferentes. Mediante el estudio tanto de los lugares de producción como los de consumo se busca aclarar el mecanismo de la especialización de instalaciones en diversos contextos, así como los roles que los diversos miembros de la sociedad wari desempeñaron en la producción de festines. Finalmente, por medio de la comparación del acceso diferenciado a productos alimenticios y el empleo de alimentos únicos en lugares especiales, se aborda la diferenciación social en el acceso a los recursos en la colonia wari de Moquegua. También se analiza la relación entre la cocina y la identidad en lo que constituía un encuentro colonial muy cosmopolita en la sierra sur andina.

* Traducción del inglés al castellano: Mónika Barrionuevo
a The Field Museum, Chicago. Correo electrónico: rwilliams@fmnh.org
b University of Illinois, Department of Anthropology. Correo electrónico: djnash@uic.edu
c University of Florida, Department of Anthropology. Correo electrónico: moseley@anthro.ufl.edu
d University of Florida, Department of Anthropology. Correo electrónico: sdef@anthro.ufl.edu
e Instituto Nacional de Cultura. Correo electrónico: masega@terra.com.pe
f Museo Contisuyo, Moquegua. Correo electrónico: amq_miranda@yahoo.com
g Southern Illinois University, Department of Anthropology. Correo electrónico: djgoldst@siu.edu
  1. Introducción

El rol de los encuentros o reuniones en el desarrollo de la administración política andina ha sido, por años, el centro de gran parte de la discusión académica en los estudios arqueológicos. En los Andes prehispánicos, los festines han sido estudiados como un componente importante de las relaciones políticas y sociales de las sociedades complejas (Morris y Thompson 1985; Gero 2001; Cook y Glowacki 2003). De hecho, muchas reuniones sociales incluyen la preparación y consumo de alimen- tos de una naturaleza especial, de modo que pueden ser descritas como festines y están enmarcadas en un ámbito supradoméstico. Los modelos arqueológicos que describen la economía política de los estados andinos tempranos (Rowe 1946, 1982; Morris 1985; Rostworowski 1999; Moseley 2001) incorporan ideas de reciprocidad e intercambios asimétricos de comida por trabajo o «festines de trabajo» (work feasts, cf. Dietler y Herbich 2001). Sin embargo, las evidencias de estas actividades son esquivas en el registro arqueológico.
Los líderes acumularon obligaciones laborales de sus seguidores por medio de la celebración de
«festines de patrocinio» (patron-role feasts, cf. Dietler 2001). Estos pueden haber sido organizados en lugares públicos o en asociación con eventos rituales. Esta forma de manifestación de generosidad fue una importante fuente de poder por medio de la cual las elites gobernantes acumulaban excedentes y riquezas (Murra 1980, 1982; D’Altroy y Earle 1985; D’Altroy 2001). Es posible que eventos simila- res, pero a una escala menor, fueran celebrados por parte de las elites locales para legitimar y mante- ner el carácter de requerimiento y aprovechamiento de la reciprocidad entre los administradores y sus subordinados (Isbell 1997; Kolata 2003a). De esta manera, los festines cumplen un papel impor- tante en las descripciones de la interacción política del pasado andino, por lo que es de esperar que estas prácticas estén bien representadas en el registro arqueológico.
Los modelos de administración política andinos que incluyen festines están ampliamente basados en los registros etnográficos de los campesinos andinos y también en los registros históricos de las prácticas estatales inka. Los registros etnohistóricos de los inka describen ceremonias a gran escala, como el Inti Raymi, que restablecían la jerarquía de las obligaciones en intervalos regulares (Garcilaso de la Vega 1966 [1609]). Esta festividad anual, mayormente realizada en el Cuzco o en cualquier lugar en donde se encontrara el emperador (cf. Ramírez 2005), reunía a las elites de todo el ámbito inka. Había intercambio de obsequios, se servían comidas especiales y los invitados, que eran entretenidos y agasajados, presenciaban representaciones ceremoniales a gran escala, todo ello enmarcado en estas reuniones, que reforzaban las relaciones de estatus entre las elites imperiales y los líderes locales. Por otro lado, el Inka también alimentaba a grandes grupos de individuos comunes del pueblo durante los proyectos de trabajo. Algunos cronistas describen que el Inka proporcionaba comida, alojamiento, ropa y herramientas para aquellos que estaban al servicio del Estado (Guamán Poma 1980 [1615- 1616]; Betanzos 1996 [1551]).

Por lo general, gran parte de la evidencia arqueológica correspondiente a la política de celebración de banquetes (commensal politics) en los Andes tempranos sugiere eventos compartidos por un grupo relativamente pequeño de personas (cf. Brewster Wray 1989) o relacionados con depósitos rituales (cf. Kolata 2003b). Estos hallazgos podrían representar lo que Dietler (2001) describe como un «festín facultativo» (empowering feast), un evento en el que las autoridades de igual jerarquía operaban para conseguir potestades específicas. Los acontecimientos en los cuales los líderes demostraban su rela- ción con los ancestros u otros seres sobrenaturales fueron objetivos potencialmente significativos para algunos banquetes y festines en los estados andinos tempranos. Sin embargo, como los motivos para celebrar una reunión podían, muchas veces, encubrir algo, es difícil entender del todo las rela- ciones sociopolíticas subyacentes que eran exteriorizadas en los diferentes eventos festivos. En con- secuencia, para comprender el proceso político en general de la fundación del Estado wari es importante que se tome en cuidadosa consideración los contextos en que se realizaron estos encuentros o reunio- nes especiales. El presente trabajo examina su papel en las actividades sociopolíticas de la sociedad wari en el centro provincial de Cerro Baúl y sus alrededores, pero primero se describirá el panorama social del Horizonte Medio y la colonia wari en Moquegua con el fin de establecer un marco regional para estas interacciones.
  1. El asentamiento

Cerro Baúl es una meseta geológica que se eleva 600 metros sobre el río Torata, en la árida sierra de la cuenca del río Moquegua, en el sur del Perú (17,116° de latitud sur, 70,85° de longitud oeste, cf. Fig. 1). Cuando las fuerzas imperiales procedentes de la ciudad de Wari, ubicada a 600 kilómetros al norte, entraron en la región un poco antes de 600 d.C., tomaron la cima de la meseta y dos cerros adyacen- tes, Cerro Mejía y Cerro Petroglifo, para implantar la colonia más sureña del imperio dentro del territorio dominado por Tiwanaku, cuya capital se ubicaba cerca del lago Titicaca, en Bolivia. Duran- te aproximadamente cuatro siglos, y con una población que llegaba a más de 1000 habitantes, este puesto de avanzada fue único en su carácter debido que impulsó el contacto directo entre ambos imperios (Williams 2001). En otras áreas, los dos regímenes estuvieron separados por zonas interme- dias (buffer zones) de un ancho de casi 100 kilómetros (Lumbreras 1974).
Esta colonia califica plenamente como un «centro administrativo» establecido por un Estado, definido por la presencia de cánones imperiales de arquitectura monumental y arte suntuario wari. Todos los otros centros creados por el Estado fueron establecidos en las pampas cerca de la base de los valles. Cerro Baúl rompe este patrón de una forma tan drástica que parece haber sido parte de una decisión premeditada. La alejada cima de la meseta no fue habitada ni antes ni después de los tiempos wari debido a que es un lugar completamente impracticable para vivir. Comenzando por el agua, los recursos necesarios para la vida debían ser llevados a la cima de la meseta a costa de un inmenso trabajo. No existe una razón económica viable para vivir por siglos en aquel lugar tan poco atractivo y con un gasto tan grande. En todo caso, la decisión wari puede haber incluido una combi- nación de tres factores que son difíciles de detectar arqueológicamente: la religión, la defensa y la política.
Hoy en día, Cerro Baúl es un apu o montaña sagrada que los devotos escalan por una hora o más para alcanzar la escarpada cima. En ese lugar pueden hacer «pagos» que incluyen la representación en miniatura de granjas con casas, corrales, campos de cultivo y ganado por medio de piedras sueltas. En el pasado, los estados andinos expansivos, como el inka, usurparon lugares sagrados para su propio engrandecimiento, por lo que la ocupación wari de Cerro Baúl podría representar una usurpa- ción similar o, por lo menos, una declaración de superioridad.
Se dice que la conquista inka de la región llevó a la población local a refugiarse en la impenetrable cima de un gran bastión natural. La alta meseta, con sus cumbres escarpadas, es un formidable baluarte geológico contra los asedios. Como acamparon alrededor de la base, los invasores recibie- ron, eventualmente, la rendición de los locales gracias a la reducción de los abastecimientos de agua y comida en la cima (Garcilaso de la Vega 1966 [1609]). En ese sentido, si el sitio no fue una táctica militar utilizada durante la época wari, entonces Cerro Baúl podría haber sido, ciertamente, defendi- ble. En todo caso, las decisiones políticas en la capital indujeron la presencia imperial wari en la frontera de Moquegua. Esto resultó en un único caso de yuxtaposición cara a cara con su formidable contemporáneo en el sur: Tiwanaku. Esta inusual situación surge como una explicación política para Cerro Baúl, ya que la colonia habría podido hacer las veces de una especie de «embajada», un enclave que representaba los intereses wari para la capital imperial, así como un lugar de encuentros entre las entidades políticas respectivas. Una delegación gubernamental que residiera de manera opulenta en la cima de este bastión sagrado podría haber generado una impresión política impactante. Si este escenario es correcto, entonces el templo monumental en el complejo de Omo, en el valle medio, habría sido la contraparte tiwanaku (Fig. 1). Este es el único santuario conocido de estilo imperial construido fuera del núcleo altiplánico tiwanaku y podría representar, muy bien, una respuesta polí- tica al enclave wari (Goldstein 2005).
Fig. 1. Mapa de la sección superior del valle de Moquegua, Perú.
Wari es caracterizado como un Estado relativamente secular y militar, mientras que Tiwanaku ha sido entendido como eclesiástico y mercantil (Schreiber 1992; Kolata 1993). Ambos estuvieron so- cialmente estratificados, con individuos comunes, sobre todo agricultores y pastores, que sostenían artesanos, técnicos, especialistas religiosos y una clase jerárquica de nobles gobernantes. De manera significativa, las iconografías wari y tiwanaku compartieron una deidad primordial con ojos con bandas y rayos en la cabeza, llamada «Dios de los Báculos» (Front Facing Deity) y, en Cerro Baúl, los artefactos con tales diseños provienen de contextos de bebida ritual.
Fig. 2. Vista de la colonia de Cerro Baúl.


Los dos asentamientos coloniales en Moquegua estaban a la vista uno del otro, pero se diferencia- ban en su adaptación particular al medio como, por ejemplo, en el cultivo de las tierras desérticas que requerían irrigación. Como en las prácticas locales tempranas, los pobladores tiwanaku construyeron canales de irrigación relativamente pequeños para ganar áreas en las tierras planas del valle medio. Aquí, la producción de cultivos sustentó no solo al complejo Omo, sino también a numerosos pue- blos. La sierra más alta y accidentada fue un nicho económico no explotado que Wari transformó en un paisaje agrícola por medio de la construcción de un sistema de canales a gran altura que se alimentaba del río Torata, a más de 2600 metros sobre el nivel del mar. El hecho de compartir los recursos de agua en épocas en que esta era escasa llevó necesariamente a estos dos grupos a establecer relaciones de cooperación o conflicto a lo largo de toda su historia (Williams 2002).
  1. La colonia wari

La ocupación foránea se concentró en los cerros adyacentes de Cerro Baúl, Cerro Mejía y Cerro Petroglifo, hoy deshabitados por falta de agua (Fig. 2). Cada cerro tenía residencias de bajo estatus en sus laderas y recintos de elite en la cima, pero las instalaciones preeminentes estaban sobre Cerro Baúl. Las diferencias entre clases y rango estaban demarcadas por la ubicación y elaboración distin- tiva de recintos y por el acceso diferenciado a los alimentos y bienes permanentes. Por ejemplo, los prendedores, llamados tupu, fueron un distintivo de las mujeres de elite, y la cerámica fina, como los keros, se decoraba según el rango. Ambos tipos de evidencia fueron recuperados solo de la cima de Cerro Baúl, mientras que los estudios realizados demostraron que otros bienes y alimentos también fueron restringidos en su distribución. En este trabajo, los autores comparan las diferencias entre sitios y la distribución de bienes y alimentos encontrados.
Los individuos que prestaban trabajo, servicios o rendían tributos esperaban reciprocidad en forma de comida, bebida y presentes. Los festines y el intercambio de presentes fueron un puntal de la política de celebración de banquetes, ya que creaban obligaciones de los subordinados respecto de sus líderes. En este artículo se analizan algunas unidades domésticas de elite en la colonia wari que presentan instalaciones especiales para la celebración de reuniones públicas. La bebida preferida fue la chicha, una bebida alcohólica fermentada similar a la cerveza. En la colonia de Cerro Baúl, la cantidad y calidad de la bebida servida, así como la comida, vajilla y presentes ofrecidos, variaban respecto de la clase y rango. Mediante el estudio de los diferentes contextos en la colonia se busca aclarar algo más acerca de cómo la gente participaba en estos encuentros o festines, y revelar la infraestructura subyacente en la realización de estos.
Los asentamientos en la colonia wari estaban conectados por un sistema de irrigación que llevaba agua a los cultivos y abastecía a los colonos de agua potable. El canal wari tenía su origen a mayor altitud que el emplazamiento de la colonia y el agua era llevada ladera abajo por medio de un canal que irrigaba los terrenos alrededor de Cerro Petroglifo y, posteriormente, alimentaba las terrazas de Cerro Mejía, donde el canal tenía una capacidad máxima de carga de 400 litros por segundo (Williams 1997). Cerro Mejía y Cerro Baúl se encuentran muy cerca uno del otro en El Paso, un desfiladero natural ubicado entre ambos promontorios. Aquí, el brazo sur del canal cruzaba un gran acueducto e irrigaba las superficies sembradas, aterrazadas o no, en las laderas de la meseta. Los colonos sembra- ban maíz, papas, tubérculos, leguminosas y otros cultivos; también, al parecer, introdujeron el árbol de pimiento peruano (Schinus molle), cuyos pequeños frutos fueron usados en las bebidas. Casi todos los elementos agrícolas para los festines fueron aportados por la infraestructura local. Con una capa- cidad de irrigación de 324 hectáreas de tierra equivalente al sostenimiento de, aproximadamente, 2000 personas, los 20 kilómetros del sistema de canales fueron el proyecto más grande realizado en la región incluso hasta tiempos actuales. A pesar de ello, los trabajos agrícolas fueron olvidados cuando la colonia fue abandonada hacia 1000 d.C., pero la introducción de la irrigación de altura fue un legado duradero recogido por las sociedades subsecuentes.
El asentamiento wari pudo haber continuado canal abajo según avanzaba la construcción del canal y avanzaba la reclamación de territorios. Cerro Petroglifo, de planta oval, fue el primer sitio en recibir el agua canalizada. Si bien es el más pequeño, también es el más cercano al río Torata y presenta las instalaciones más compactas y formalmente planificadas, con sus alojamientos para el pueblo en las laderas y viviendas para la elite en la cima, hacia el lado del río. Las viviendas de caña se dispusieron sobre terrazas de piedra construidas en las laderas. A estas terrazas y la cima se accedía mediante dos escaleras de piedra paralelas. Los recintos y patios de la cima incluyen instalaciones que fueron dejadas sin terminar y la ausencia de basura doméstica indica que el asentamiento pudo no haber sido habitado (Nash 1996).
  1. Los encuentros en Cerro Mejía

Los fechados radiocarbónicos sugieren dos fases de ocupación colonial divididas hacia 800 d.C., con Cerro Mejía ubicado exclusivamente en la fase más temprana y Cerro Baúl representado en ambas (Tabla 1, Fig. 3). Cerro Mejía es un gran promontorio que alberga al asentamiento más grande de la colonia, pero no el más denso ni el más suntuoso. Numerosas terrazas residenciales fueron erigidas en la ladera alrededor de El Paso y las ocupaban individuos comunes. Gracias a la escasez de lluvia, muchas actividades se realizaron en patios abiertos. Las viviendas unifamiliares y multifamiliares, circundadas por paredes bajas de piedra, consisten de un patio abierto para actividades generales junto a uno o más recintos techados para cocina, almacenamiento o descanso (Fig. 4). Grandes paredes que descienden por las laderas dividen la ocupación en seis discretos barrios. Cada uno contenía de ocho a 15 estructuras domésticas separadas de variada elaboración y tamaño, lo que puede reflejar distinciones en parentesco o etnicidad (Nash 2002).

Tabla 1. Fechados radiocarbónicos para la colonia wari en Moquegua.




Fig. 3. Fechados radiocarbónicos de contextos wari en Moquegua.
La cima de Cerro Mejía estuvo demarcada por segmentos de un grueso muro de piedra de doble cara, con un promedio de 1,5 metros de altura y más de 1 metro de ancho. Como la cima carece de parapetos defensivos o montones de piedras para hondas, esta barrera más parece haber segregado clases sociales. Tiene una abertura hacia Cerro Petroglifo, así como una entrada formal a la que se accedía por medio de un largo tramo de monumentales escaleras de piedra que proceden de El Paso. La ocupación en la cima estaba organizada alrededor de una plaza central demarcada por cuatro plataformas bajas de piedra, dos hacia el este y dos hacia el noroeste. Dos grandes residencias flanqueaban la plaza hacia el norte y hacia el sur. Las estructuras conformaban recintos de elite con un patio rectilíneo abierto, rodeado en tres o más de sus lados por grandes recintos rectangulares que fueron típicamente techados. Los muros de mampostería eran más altos y mejor construidos que los de las viviendas de las laderas, pero, al mismo tiempo, eran inferiores en comparación con la arquitectura de la cima de Cerro Baúl. Las instalaciones de la cima de Cerro Mejía estaban dispersas sobre grandes áreas abiertas y, de esta manera, se diferenciaban del patrón wari imperial de recintos amu- rallados, contiguos y bastante aglutinados.


Fig. 4. Complejo residencial Unidad 5 en las laderas de Cerro Mejía.
Los resultados de las excavaciones sugieren que la autoridad administrativa de Cerro Mejía ocu- paba un complejo con cuatro patios al norte de las plataformas. Las actividades domésticas de carác- ter privado se efectuaban en dos estructuras que flanqueaban el patio en sus lados oeste y sur (Fig. 5). El foco visual del patio fue el estrado parcialmente cercado y ubicado hacia el este. Este recinto estaba elevado alrededor de 1 metro sobre otros edificios y su alto estatus se señalaba porque estaba pavi- mentado con losas de riolita y decorado con dos nichos ubicados, para su visibilidad, en el muro del fondo, con lo que se les enmarcaba por una entrada bastante grande. Este amplio acceso se abría hacia una larga banqueta exterior, a la cual se accedía desde una plataforma baja en el patio mediante una gradería central de piedra (Nash 2002).
El edificio norte, equipado para la preparación de banquetes, tenía tres hornos abiertos para preparar alimentos y una especie de cuatro «cajas de fuego» diseñadas para sostener grandes ollas de hervido. Estas últimas fueron usadas, quizá, para reducir el grano o los frutos a una masa azucarada y fermentada para producir chicha, la que podría acompañar la comida servida durante las ceremo- nias realizadas en el estrado y plataforma adyacentes (Nash 2002). Sin embargo, las instalaciones destinadas a los festines eran de carácter todavía más extenso y especializado en Cerro Baúl.
  1. Los encuentros en Cerro Baúl

Fig. 5. El complejo patio de elite Unidad 145 en la cima de Cerro Mejía.
Una calle formal asciende 400 metros hacia la cima de la meseta desde El Paso. Bastante destruido por deslizamientos, el pasaje escalonado estaba flanqueado por terrazas residenciales dispersas bajo el nivel de los acantilados de la cima. De manera similar a los muros de la cumbre de Cerro Mejía, los acantilados dividían las clases sociales y proporcionaban defensa. Los restos semienterrados y mal conservados de los recintos sobreviven en los acantilados a lo largo de casi 400 metros de las laderas noreste y oeste de la cumbre de la meseta. Estas instalaciones, hechas con paredes de caña y sin mayor elaboración, albergaron a la mayoría de residentes del cerro. Algunos pobladores del asenta- miento produjeron artefactos y generaron desechos de piedras preciosas u otros materiales diagnós- ticos del trabajo lapidario y artesanal, mientras que otros residentes estuvieron dedicados a prestar servicios en las actividades de la cima.
Una impresionante arquitectura monumental fue erigida en la cima de la meseta nivelada de manera artificial. Dispuestas en complejos amurallados, las estructuras aglutinadas de uno o más pisos cubrieron alrededor de 3 hectáreas. En las construcciones de mampostería se empleó mortero de tierra para afianzar los irregulares bloques de piedra cortados del casquete de la meseta (Fig. 6). Canteras contiguas a manera de pozos de 10 metros de diámetro y 3 metros de profundidad ocupa- ron la franja sureste de la cumbre de la meseta. Cortados en material conglomerado poroso, estos pozos no sirvieron como cisternas, ya que toda el agua, al parecer, fue transportada desde El Paso, sobre los 2590 metros. Otros materiales de construcción, como los grandes maderos de las vigas, pastos (Stipa ichu) para los techos y toneladas de arcilla para el mortero y enlucido, hicieron de la ciudadela una impresionante hazaña de trabajo corporativo. De la misma manera, para pavimentar decorativamente patios, banquetas y los pisos de segundas plantas se usaron bloques de riolita proce- dentes de Cerro Los Angeles, a 6 kilómetros de distancia.
El colapso de la mampostería no permitía apreciar su organización original, por lo que se dividió la arquitectura de la cima en sectores por medio de letras, con el Sector A ubicado al noreste (Fig. 6). Hacia 800 d.C. se produjo una extensa remodelación arquitectónica, con la nivelación parcial de edificaciones tempranas y la construcción de nuevas estructuras que, en la actualidad, conforman parte de las ruinas en superficie (Williams 2001).


Fig. 6. Arquitectura monumental en la cima de Cerro Baúl.

Fig. 7. Complejo de la chichería, o Unidad 1, en la cima de Cerro Baúl.
Las excavaciones arqueológicas muestran el estado de las instalaciones más tardías al momento en que dejaron de ser usadas y mantenidas. El abandono planificado y ordenado es lo que mejor explica por qué muchas estructuras carecen de objetos que indiquen su uso original y por qué otros edificios presentaron evidencias de una clausura ritual que implicó festines y consumo de bebidas. La clausura de los edificios con festines ceremoniales es importante debido a que la gente dejó, de manera intencional, artefactos que son indicativos del estatus y naturaleza de las estructuras.
  1. Lugares de producción

La ceremonia de clausura más elaborada fue la correspondiente a una gran chichería que contenía todo el equipamiento original necesario y las ofrendas finales (Fig. 7). Las excavaciones en estas instalaciones produjeron numerosos tupus, lo que implica una importante participación de las muje- res de elite en la producción de chicha (Fig. 8). El edificio, de planta trapezoidal, tenía compartimentos separados para molienda, hervido y fermentación. El cuarto de molienda estaba techado y los análisis químicos del suelo revelaron altos niveles de fosfato, lo que indica que en este lugar se realizaba el procesamiento y/o derramamiento de materiales orgánicos.
Fig. 8. Ejemplar de tupu recuperado en las excava- ciones de la Unidad 1.
La chicha de jora preparada con maíz requiere de la molienda de granos tiernos, la que fue efectuada en el recinto con batanes. El cuarto de hervido norte contenía, por lo menos, siete fogones cada uno, con un par de piedras a manera de pedestal. Estas soportaban originalmente las tinajas, ahora rotas y apoyadas sobre la ceniza acumula- da y el muro posterior de la estructura. Gruesos depósitos de ceniza y desechos del fogón sobre el piso contenían abundantes semillas de Schinus molle. En la actualidad, estas frutillas son hervidas o remo- jadas por completo para liberar los azúcares en unos compartimentos de resina a través de sus hoyos centrales. Después, la mezcla de almíbar hervida es fermentada para producir chicha de molle. En el caso de Cerro Baúl, no está claro si se produjeron dos tipos de bebidas o si el molle fue adicionado posteriormente a la chicha de jora para crear un preparado especial. Después de hervir la mezcla en las tinajas, esta fue transportada al área de fermentación y colocada en 12 grandes tinajas alineadas en la pared norte del patio central (cf. Feldman 1998). En ese lugar, el líquido se añejaba por espacio de tres a cinco días, lo que dependía de la potencia deseada. Después de la fermentación, la bebida era vertida en jarras para su consumo. Cada tinaja podía albergar alrededor de 150 litros de chicha, lo que indica una capacidad de producción de, aproximadamente, 1800 litros por lote. Este hecho la convierte en una de las más grandes chicherías preinka excavada en las Américas.
Si la chichería fue la instalación central que sustentó los ritos de libación de todo el complejo monumental, entonces esta fue esencial para la economía política colonial. Debido a que los espacios excavados han sido rellenados con restos de festines, libaciones y ofrendas ceremoniales, a lo más se puede tener una visión imperfecta de cómo fueron usados estos espacios; sin embargo, el hecho de que una instalación especial dedicada a la producción de chicha estuviera ubicada en el centro de la cumbre de Cerro Baúl demuestra que la chicha era importante para las actividades estatales wari en el sitio. De hecho, la naturaleza formal de la chichería y su capacidad de producción sugiere que los festines fueron un elemento crucial e integral de la economía política empleada para el éxito de la entidad política wari en Moquegua. No obstante, la interrogante permanece: ¿quién asistió y participó de estos encuentros? La evidencia excavada comprende un escenario de clausura planificada que habría comenzado tres o más días antes con la preparación de lo que podría ser el lote final de chicha. Cuando la bebida estuvo lista para su consumo, era servida en jarras a los nobles, quienes habrían estado reunidos en el patio frente al área de fermentación. En el complejo de la chichería los autores reconocieron por lo menos siete distintos grupos de keros (Fig. 9). Estos grupos fueron clasificados por volumen, tamaño y, quizás, por decoración. Los más simples y pequeños tenían una capacidad de 300 mililitros, pero el volumen aumentaba hasta un penúltimo grupo de vasijas decoradas con paneles en negro y blanco, idénticas a los vasos usados en la capital wari. Con una capacidad de 2 litros de líquido, los keros decorados más grandes mostraban la cabeza del Dios de los Báculos, una imagen raramente representada en la colonia. 

Fig. 9. Cuatro grupos de vasijas recuperadas en las excavaciones de la Unidad 1.
Estas vasijas podrían constituir una especie de híbridos, ya que las plumas estilizadas, configuradas en bandas a lo largo del borde, recuerdan a las convenciones tiwanaku. Luego, la vajilla de servicio y consumo fue tirada y rota, y las llamas consumieron el cuarto techado para molienda en la chichería. Posteriormente, cuando los rescoldos se enfriaron, se colocaron seis collares y un braza- lete de concha y piedra sobre las cenizas en un acto final de reverencia, lo que sugiere que el depósito fue una ofrenda de algún tipo, más que el resultado de un saqueo en la cima del enclave.
La capacidad de producción de la chichería sugiere que el maíz y el molle fueron almacenados antes de la producción de chicha. La instalación de almacenaje identificada más cercana fue una hilera de tres recintos rectangulares continuos, ubicada a 15 metros al norte de la chichería. Cada compartimiento, de 2 por 2 metros, era accesible por medio de una puerta externa con un umbral elevado en 10 centímetros para mantener lejos a las plagas. La excavación produjo semillas de calaba- za y molle, cáscaras de maní, huesos de camélido, cuyes y peces de mar, lo que representaba un contenido muy diverso.
Un recinto del Sector C consiste de una instalación cuatripartita diseñada para el almacenamiento de comida, con dos cuartos alineados abiertos hacia el este y dos hacia el oeste. Cada compartimien- to, de 12 por 5 metros, tenía un pequeño acceso central elevado a 10 centímetros sobre la superficie. En ambos lados internos de la entrada se colocaron maderos espaciados e introducidos en los muros a lo ancho del cuarto y a 70 centímetros sobre el piso con el objeto de crear una superficie ventilada por debajo de los alimentos vegetales almacenados allí. Si es que en algún momento existió un ducto de ventilación en la parte superior del muro, como en las instalaciones inka (Morris 1992), la eviden- cia de este se habría perdido al colapsar la arquitectura superior. De la misma forma que la chichería, este depósito techado para alimentos también fue quemado. Así, la infraestructura que sustentó el festín pudo haber compartido el mismo estatus de clausura ceremonial que la chichería. La chichería en sí misma pudo haber sido un lugar para festejar y beber, si bien varios contextos en la cima de Cerro Baúl muestran evidencias de esta importante actividad.
  1. Lugares de consumo

Los recintos residenciales más lujosos de la colonia fueron construidos al noroeste de la chichería y uno de los complejos excavados parcialmente podría corresponder al palacio del gobernador. A di- chos recintos se accedía por medio de un estrecho corredor que llevaba hacia la entrada sur de un espacioso patio sin techar. De acuerdo con su rango o actividades, las personas se podían acomodar en banquetas de piedra labrada, de 20 centímetros de alto, dispuestas a lo largo de las paredes y sobre el piso inferior (Fig. 10). Una estructura techada de planta en forma de «U», que se abre hacia el patio a la altura de la banqueta, estaba dispuesta en el centro del muro oeste. A manera de comparación, los pequeños y elevados edificios de planta en «U» funcionaron como «oficinas» de la elite para los imperios chimú e inka, época en la cual se les denominó «masma». Las representaciones artísticas chimú muestran una figura de pie en el centro del acceso a una estructura con planta en forma de «U» que interactúa con individuos menores en el patio inferior (Moseley 2001). Si el patio de acceso o masma en Cerro Baúl hubiera tenido una naturaleza similar, habría hecho las veces de «oficina del jefe ejecutivo» que conducía la política colonial respecto de las elites subordinadas.
Un acceso en el muro opuesto de la estructura con planta en forma de «U» lleva hacia un patio abierto de 8 por 8,2 metros, usado para la producción cerámica. Esto se hizo evidente debido a la presencia de diferentes depósitos en el piso que contenían arcilla cruda, varios tipos de temperante, así como herramientas para la molienda de materia prima e instrumentos para el acabado de las vasijas. Al parecer, los productos acabados fueron usados durante los encuentros como bienes de consumo o intercambiados como regalos. Los análisis químicos de cerámica producida para la gente que residía fuera de la cima de Cerro Baúl como para los que vivieron en ella, procedente de los puntos coloniales más amplios así como de diferentes centros de producción, señalan que los poblado- res de este último usaban vasijas distintivas en materia prima y calidad que emulaban a la cerámica de las elites de la capital imperial (Pérez 1995; Williams et al. 2003).


Fig. 10. Áreas excavadas del Complejo Palacio (unidades 25, 40, 9) en la cima de Cerro Baúl.
A los lugares sagrados de la residencia palaciega se accedía por medio de dos pasajes en el lado noroeste del patio de acceso, con el del norte abierto hacia un estrecho corredor que llevaba hacia un gran grupo-patio con un patio abierto pavimentado rodeado de banquetas de 30 centímetros de alto, las que, a su vez, están circundadas por cinco edificios contiguos techados y una plataforma ubicada al este, también de 30 centímetros de alto (Fig. 10). La plataforma, pavimentada con losas y muy mal conservada, hizo las veces, quizá, de una estructura tipo estrado para supervisar las ceremonias del patio, como en las instalaciones de Cerro Mejía. Las excavaciones en cuatro de los recintos dispues- tos al nivel del piso proporcionaron piedras de moler, lascas, husos y otros instrumentos textiles, así como otros restos que indican actividades domésticas. Las instalaciones para la preparación de ban- quetes, aún sin excavar, pueden encontrarse en otro lugar del complejo o, en todo caso, la comida y la chicha para la realización de ceremonias especiales, como las de clausura, pudieron haber sido llevadas desde otro lugar.
Las estructuras con planta en forma de «D» en la capital y otros sitios wari son interpretadas como «templos de elite» (Bragayrac 1991; Cook 2001), y en Cerro Baúl se han encontrado dos de ellas (Fig. 6). Estas se abren hacia el noreste, tienen paredes altas con nichos y un diámetro entre 10 y 12 metros. Podían acomodar a pocos participantes y estaban orientadas hacia patios que pudieron albergar audiencias modestas. El fosfato y nitrógeno en las muestras de piso de los edificios más pequeños pueden indicar la presencia de comida y bebida, pero no pueden determinar si estos fueron un resultado de uso normal o de ceremonias de clausura. Además, no hay evidencias de festines rituales o rotura de vasijas. Las acciones posteriores al abandono asociadas con estas estructuras hacen difícil las interpretaciones acerca de las actividades que se llevaron a cabo allí. A pesar de ello, fue quemado un corredor techado que llevaba hacia el patio de la estructura más pequeña. Por otro lado, el aban- dono ceremonial también estuvo presente en el recinto parcialmente investigado anexo al templo más grande. La gran estructura con planta en forma de «D», denominada «Unidad 10», es parte de un gran recinto amurallado. La Unidad 26 está dentro de este gran complejo y se ubica de manera adyacente a la estructura con planta en forma de «D». Tiene un edificio central de planta rectangular, con una plataforma interna hacia un extremo y un depósito en el otro, abierto hacia el Norte, así como una banqueta frontal con un atrio. Dicha banqueta mira hacia una hilera de cuatro pequeños cuartos contiguos construidos contra la esquina oeste del muro norte del recinto (Fig. 11). Tres de ellos eran compartimentos tipo depósito dispuestos sobre la superficie, a los que se accedía por medio de un muro frontal bajo.
El cuarto de la esquina era más elaborado y tenía una entrada que estaba enlucida y pintada. La entrada era muy ancha y proporcionaba una vista del cuarto interno. Dos cistas circulares en el piso del cuarto de la esquina cortaban el piso enlucido. La cista más grande contenía un entierro sin ofrendas funerarias correspondiente a un adolescente prepúber en posición sentada y flexionada. La otra contenía los restos de un infante dentro de una jarra de tamaño mediano; la jarra estaba cubierta por un cuenco invertido. Si estas inhumaciones simples fueron ofrendas funerarias, entonces el sacrificio habría conferido un carácter sagrado al singular contenido del recinto: un gran tambor de cerámica decorado y con base redondeada (Fig. 12). A pesar de no haberse conservado, la piel del tambor estuvo originalmente atada a través de 14 agujeros perforados alrededor del borde sin decorar del instrumento antes de que este fuera quemado en el horno. El tambor pudo haber sido exhibido boca abajo, pero no podría haberse tocado en esa posición ya que la iconografía está invertida en el fondo del instrumento. Una banda roja con dos líneas negras rodea la concavidad central del instru- mento sobre una hilera de cabezas estilizadas de aves pintadas de color negro. La base polícroma contiene la representación de tres figuras andróginas serpentinas, cada una con un gorro en forma de cono con rayas verticales y uno con una lanza (Fig. 12). La iconografía no es la correspondiente al estilo Wari de Ayacucho y, más bien, estaría relacionada con Nazca Tardío, un estilo costeño contem- poráneo en territorios 500 kilómetros al norte de la zona de Cerro Baúl. El recinto también contenía un grupo de cuatro cuencos de estilo Loro, de filiación nazca tardío.


Fig. 11. Plano de planta del anexo del templo en la Unidad 26.
El tambor fue roto al momento del abandono, así como los cuatro cuencos, que podrían haber estado guardados en el cuarto o fueron agregados a las ofrendas de clausura. La bebida durante los ritos finales está implícita en la presencia de un pequeño kero fragmentado y de finas tazas decoradas y rotas en la banqueta, por debajo del atrio quemado del edificio central y en el área este del patio, que también contenía restos de vajilla rota y huesos de camélido. Entre estos estaban los restos de un animal adulto joven, posiblemente una llama.
En aparente sacrificio, la bestia fue muerta y la carne recortada, con marcas evidentes de cortes en el cráneo y partes postcraneales. Sus huesos fueron colocados en un hoyo superficial con las partes anteriores del cráneo en dirección hacia el cuarto del tambor. Esta forma difiere de otros rituales de abandono, si bien los rituales de libación, festines y quema de techos son denominadores comunes.
Fig. 12. Tambor de estilo Nazca. A la derecha, el desarrollo a color que muestra tres figuras danzantes (Dib.: A. Umire)
Fig. 13. Placa de cobre de estilo La Aguada.
  1. Diferenciación social en la cocina y productos

Además de las distinciones en la arquitectura ritual y residencial, también es evidente una diferencia- ción social en los bienes suntuarios, dieta y uso ceremonial de plantas y animales a lo largo del enclave wari. Todos los habitantes consumieron maíz, quenopodiáceas, leguminosas, maní y ají, pero los residentes de la cumbre de Cerro Baúl tuvieron un acceso exclusivo a la chicha de molle, coca y tabaco (Tabla 2). Aunque se han identificado casi 50 especies diferentes de plantas procedentes de la cima de Cerro Baúl, menos de la mitad de ellas están presentes en los contextos correspondientes a los individuos comunes en las laderas. Además, a pesar de que se encuentran semillas de molle aisladas en los contextos al exterior de la cima, solo en la meseta se han recuperado gran cantidad de desechos de Schinus molle que indican la producción de chicha.
Los restos animales también indican rigurosas diferencias en la obtención y consumo de fauna y uso ritual de los animales. El corpus de Cerro Mejía consiste, casi de manera exclusiva, de restos de camélidos grandes y pequeños —presumiblemente llamas y alpacas domésticas—, con un uso fortui- to de especies disponibles en el ámbito local como vizcacha, liebre andina, venado, si bien solo la cornamenta y no la parte comestible, y un ave no identificada (Tabla 3). En consecuencia, se puede inferir que los residentes de Cerro Mejía carecían de una fauna exótica.
En la cima de Cerro Baúl, los camélidos grandes y pequeños, así como el cuy, fueron la principal fuente de proteínas. Los abundantes restos del último y su ausencia en Cerro Mejía sugieren que el cuy fue destinado para la elite. Otros alimentos animales comprenden la vizcacha, dos especies de venado —con la inclusión de elementos postcraneales—, perdices, pichones, palomas y, por lo me- nos, 10 especies de peces del Pacífico, desde anchoveta hasta atún, todos encontrados en el palacio y otros contextos monumentales (Tabla 4). También están presentes los restos de varios animales inter- pretados como no comestibles y que podrían haber sido obtenidos localmente o de hábitats marinos ubicados a 100 kilómetros de distancia. De baja importancia dietética, estas especies son difíciles de adquirir y representarían ítems de valor simbólico o ritual. Estos incluyen por lo menos un león de la montaña o puma (una falange distal o porción de la garra), un pequeño gato nativo, el zorro serrano, dos perros domésticos juveniles, el cóndor andino (dos elementos de las alas: un cúbito distal traba- jado y una falange distal de la especie Vultur gryphus), un búho enano, un atrapamosca (Colonia colonus), por lo menos dos sapos y un único diente de tiburón mako (Isurus oxyrinchus). La mayoría de estos restos de animales exóticos provienen de los contextos del palacio y la chichería.
Todos los animales encontrados en el enclave wari eran habitantes de la sierra y costa del Pacífico,
pero aún no se ha determinado cómo fueron obtenidos. Los camélidos fueron criados localmente y tres especímenes tienen rasgos osteológicos isotópicos serranos (Kennedy 2003), pero algunos de estos animales en el corpus de fauna provienen de la costa. El banquete final en el palacio incluyó los restos de tres camélidos con rasgos isotópicos costeros, así como una gran variedad de peces marinos. No existe evidencia de que los colonos wari pescaran o pastorearan a lo largo de la costa de Moquegua, por lo que se deduce que los vecinos de las tierras bajas debieron haber producido productos costeros que llegaron a Cerro Baúl por medio del intercambio con gente foránea o, en todo caso, los líderes de la costa podrían haber intercambiado bienes en comida con los anfitriones wari del enclave.
En la colonia fueron recuperados otros tipos de bienes, quizás obtenidos o distribuidos por las elites wari. Por ejemplo, la obsidiana, usada para cuchillos y puntas de proyectil, fue importada principalmente de las minas cerca del núcleo wari, más que de las fuentes más cercanas usadas por los tiwanaku (Burger et al. 2000). Esta aparece en todos los contextos, desde los espacios usados por los individuos comunes hasta los de elite; sin embargo, la frecuencia de la obsidiana decrece mientras mayor es la distancia a la cima de Cerro Baúl, como ocurre con la crisocola y el lapislázuli, usados para las cuentas. Del palacio y la chichería se obtuvieron especímenes especiales de la concha ecua- toriana Spondylus, de un origen más allá de las fronteras wari, y de la cerámica caolín del estilo Cajamarca, procedente de la frontera norte del imperio. Originarios de casi 2000 kilómetros y 1300 kilómetros al norte, estos bienes exóticos se movieron presumiblemente hacia el sur a lo largo de las rutas de intercambio hasta alcanzar las elites de la cima. En el palacio también se encontró una placa de cobre del estilo La Aguada, de la región Catamarca en Argentina, aproximadamente 1300 kilómetros al sur (Fig. 13). Este inusual objeto podría haber llegado aquí por obra de intermediarios tiwanaku, cuya nación ejerció una efectiva influencia en dirección sur, a unos 500 kilómetros de Catamarca.
Aunque en la cima de Cerro Baúl están presentes objetos de elite asociados con estilos distantes, el intercambio con los vecinos cercanos fue muy diferente. La nobleza consumió alimentos exóticos de la costa, pero no hay evidencia de artefactos o arte costeño. De manera significativa, el arte tiwanaku está ausente en la colonia wari, aunque las dos poblaciones vivieron una junto a la otra por siglos. Esta situación genera diversas expectativas. En este caso solo se puede especular que si el enclave wari tuvo un carácter de «embajada», entonces las estrategias correspondientes apuntaron a mantener una pureza en la identidad étnica y diferenciación política por medio de la prohibición de la incorporación de los objetos simbólicos de sus vecinos imperiales.

Tabla 2. Especímenes de flora recuperados de la cima de Cerro Baúl.

Tabla 3. Restos faunísticos de contextos wari de la cima y laderas de Cerro Baúl.

Tabla 4. Restos faunísticos de contextos wari de Cerro Mejía.
  1. Discusión

La complejidad social en la cuenca de Moquegua aumentó cuando las poblaciones wari y tiwanaku colonizaron el área y residieron cercanas, entre sí, por casi 400 años. Los dos regímenes políticos fueron étnicamente heterogéneos y el enclave en Cerro Baúl presentaba tres grupos distinguibles de residentes. El grupo dominante, que, de manera presumible, procedía de la capital, habitó la cima de la meseta. Dividida entre la elite de la cima y los individuos comunes de la ladera con un mínimo de parafernalia wari, la población de Cerro Mejía procedía de algún lugar en la esfera wari y fungió de personal de servicio hacia 800 d.C. (Nash 2002). Después de esto, pobladores relacionados con Tiwanaku comen- zaron a habitar las aldeas en la región inmediata a Cerro Baúl (Williams y Nash 2002; Owen 2005). El canal de Cerro Baúl abasteció tres de sus asentamientos y la presencia de obsidiana wari implica que estos individuos tiwanaku constituyeron comunidades clientes del personal de servicio. Con la excep- ción de la obsidiana, los elementos wari están ausentes en el corpus arqueológico tiwanaku local. Si los objetos decorativos de estilo Wari consituyeron una insignia social utilizada solo por colonos de filiación social wari dentro de la colonia, es probable que se aplicaran restricciones parecidas a sus vecinos foráneos, los tiwanaku, en el valle superior fuera de la colonia, lo que resultó en una escasez de arte suntuario tiwanaku en contextos de elite wari y viceversa en toda el área de Moquegua.
Junto con los festines, la libación ritual fue importante para ambas entidades. Valle abajo, en el complejo arqueológico de Omo, se ubicó una instalación para la producción y el consumo de bebidas de 4 por 4 metros (Goldstein 1993). Esta tuvo una sola tinaja para hervido, tres vasijas de fermenta- ción y una capacidad de producción estimada en 360 litros. La molienda de grano se realizó en varias partes, pero la fermentación y el consumo en finos vasos keros se efectuaron en la estructura. Usada tanto para la producción de chicha como de alimentos, la instalación más grande y de calidad más fina en Cerro Mejía tuvo una capacidad de producción similar, pero el consumo se efectuaba en el patio adyacente. La monumental chichería de Cerro Baúl, con compartimentos discretos para mo- lienda, cocina y fermentación, es la planta de producción especializada de chicha más grande que se conoce para esta época y los numerosos prendedores tupus encontrados implican la existencia de un grupo laboral conformado por mujeres de elite.
Por razones desconocidas, Wari y Tiwanaku comenzaron a decaer hacia 1000 d.C. Si los tiwanaku cayeron primero, no había necesidad para una embajada wari. No existen evidencias de una coac- ción económica en el asentamiento o sus terrenos agrícolas, y las decisiones políticas pueden explicar mejor la fundación y abandono del enclave. El contexto de la chichería proporciona la última fecha para la ocupación de la cima de Cerro Baúl (Williams 2001) y sugiere que esta fue una instalación importante hacia el final de ella. Al parecer, la chicha y la chichería habrían sido cruciales para practicar ceremonias y rituales en el sitio. La chichería fue necesaria para realizar ritos de clausura y podría haber sido la última estructura en ser destruida antes del abandono.
  1. Conclusiones

La meseta de Cerro Baúl, un punto crucial en la sierra peruana, está coronada por ruinas monumen- tales construidas por los colonos wari en la frontera más sureña de su nación. La cima es un lugar completamente inadecuado para vivir en estado de opulencia, pero el enclave fue establecido como una manifestación de poder y distinción. Tanto las provisiones para banquetes elaborados, así como el agua y alimentos diarios, tuvieron que ser transportados a la cima de la meseta a costa de grandes esfuerzos. Muchos de los elementos usados en estos encuentros viajaban decenas o cientos de kilóme- tros para la realización de eventos especiales. La producción de chicha a gran escala tuvo una deman- da similar, y la producción y consumo sobre la meseta fue una empresa costosa.
En ausencia de una razón económica evidente, la ocupación de la cima de Cerro Baúl está mejor explicada por consideraciones políticas. Los autores proponen que los wari eligieron asentar una delegación imperial sobre un bastión natural sagrado para establecer una representación política impresionante en la única región donde se podía tener un contacto inmediato con el imperio tiwanaku. Mientras los líderes locales continuaron con la celebración de «festines facultativos», los señores wari establecían instalaciones especializadas para la realización de festines de producción y consumo sobre la cima de la montaña. Estos eventos estaban imbuidos de nociones de estatus y jerarquía, tal como se muestra en las plataformas especiales destinadas para las elites que presidían las celebraciones y la presencia de vasijas de consumo diferenciado. Es probable que las instalaciones para realizar estas fiestas a gran escala, en las que los señores regionales supremos recibían a sus subordinados, fueran atendidas también por el personal de servicio de la elite. Las concentraciones de tupus en la cima de Cerro Baúl, y especialmente en la chichería, sugieren que ciertas mujeres de elite fueron residentes importantes del complejo de la cima y que, quizás, fueron los personajes principales en la producción de chicha. Ellas trabajaban en instalaciones especializadas cuyo único propósito era la producción de comida y bebida para los encuentros entre los líderes locales y los señores wari.
Tanto en los contextos wari como tiwanaku, los líderes coloniales presidieron los encuentros para
los individuos que participaban en ellos, ya fueran distinguidos o de menor rango. Estos eventos eran importantes para constituir y mantener las relaciones sociales entre los miembros de las respectivas comunidades coloniales. Dichos eventos difieren en clase y especialización de las fiestas efectuadas en el centro provincial de Cerro Baúl, ya que este tuvo instalaciones únicas y calidad de alimentos de carácter incomparable en toda la región para la realización de sus encuentros. En ese sentido, el Estado wari bien pudo ser construido sobre la base de las fiestas comunales. Las elites provinciales wari pudieron haber albergado a dignatarios foráneos, pero, además, celebraron eventos con sus subordinados en los centros estatales. Estos festines tipo patróncliente constituyeron, quizás, el tipo más importante de reunión existente y sirvieron de base para el Estado wari mediante el refuerzo de la jerarquía social y la promulgación de sus ideales e ideología.

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