[resumen.cl] Desde hace algunos días se comenzó a exhibir Pipeño, una memoria que porfía, un documental grabado en el valle del Itata y que tiene por protagonistas a campesinas/os vitivinicultores de localidades de esta zona, quienes exponen aspectos de su relación con esta actividad en el ámbito subjetivo y productivo.
Paula Mariángel es la productora general y guionista de Pipeño. Actualmente se desempeña como presidenta de ONG CETSUR y explica a Resumen que desde 2007 iniciaron un acercamiento al oficio vitivinícola, a través del cual "fuimos complejizando nuestras preguntas y reflexiones hasta llegar al vino pipeño como elemento síntesis o símbolo de un territorio y de los procesos productivos que allí se desarrollan, identificando otros oficios, saberes, y memorias escondidas hacia el ojo más superficial, pero también tensiones para su reproducción y sobrevivencia".
-Cuéntanos, qué define al vino pipeño.
Es interesante dar cuenta de que no existe un consenso total al respecto. Si bien su nombre deriva del envase donde tradicionalmente se transportaba, las pipas, al hurgar en las características asociadas a este mosto y que le otorgan identidad, sus productores señalaban aspectos asociados al clima, el paisaje, los tipos de cepas, el sistema productivo o modo de elaborarlo, evidenciando que no tiene una delimitación estática y acotada. La conjunción de todos estos elementos le otorgan el apelativo, haciéndolo indesligable del territorio y de los antiguos saberes que le dieron vida. No se trata de una fórmula que pueda ser elaborada independiente del lugar, sino de un brebaje que en sí mismo contiene historia, subjetividad y arraigo cultural.
-Háblanos de los orígenes de este vino, de cómo es que las vides características de Itata fueron plantadas en este valle. Por sus nombres, podemos inferir que coexisten cepas de origen hispánico y francés, cuéntanos qué cepas se pueden hallar y qué procesos de cultivo y vinificación lo caracterizan.
La vocación productiva del Valle del Itata hacia la vitivinicultura reconoce sus raíces en la conquista española, período en el cual se afianzó el cultivo de la vid y la comercialización de chicha, vinos y aguardiente, a través de la operación evangelizadora de la Compañía de Jesús, consolidando una población campesino-mestiza especializada y dispersa en el territorio.
Tras la expulsión de los jesuitas del país, las comunidades campesinas mantuvieron un sistema de producción tradicional que con el tiempo fue incorporando modificaciones pero que en ningún caso lo acercaron al proceso de industrialización que vivió la zona central en el siglo XIX.
Las cepas más antiguas corresponden a la Moscatel de Alejandría o Italia, y la País. También se incorporó posteriormente la Cinsalut o Cargadora. Todas estas vides crecen a ras de tierra y sobreviven sin riego, y con un tratamiento de cultivo de características marcadamente agroecológicas.
-Sería sumamente interesante que pudieras compartirnos tu interpretación de las condiciones productivas y comerciales en que se desenvuelve esta vitivinicultura, qué rol le cabe al Estado en este ámbito y qué posibilidades podría ofrecer la cooperativización de los y las campesinas, según tu opinión.
A partir del recorrido realizado por las memorias del vino pipeño en el Valle del Itata, emerge a nuestros ojos un complejo sistema de tradiciones, saberes y experiencias que han dado cuerpo y significado a un territorio a lo largo del tiempo, luego de intrincados procesos de transformación, moldeamientos, adaptaciones y resistencias. Lo anterior bajo un contexto de tensión y conflicto entre quienes detentan esta tradición, es decir, el sector campesino-popular, y las corrientes hegemónicas que hasta ahora han conducido tanto la definición del buen gusto en torno al vino, explicando desde allí la tan usada connotación peyorativa atribuida al mosto en cuestión como "vino de pobres", como las definiciones estructurales políticas y económicas.
Evidencias tales como la ausencia de la historia vitivinícola del territorio en la construcción de la Historia del vino chileno, la existencia de un modelo económico rapaz ante las pequeñas economías campesinas, y la tendencia contemporánea por coger ciertas dimensiones de lo patrimonial y adecuarlas a las exigencias del mercado, permiten situar un marco referencial para comprender las presiones genéricas y particularizadas hacia esta tradición vitivinícola.
La primera, alusiva a su componente histórico, trasluce una noción de la Historia contrapuesta a la memoria colectiva de las comunidades locales, en la que se enfatiza una comprensión monolítica de una "única" historia, construida al servicio de la élite, versus las memorias silenciadas de sus habitantes que se sostienen en el registro de la oralidad y que, las más de las veces, son relegadas al plano del folclore y de lo pintoresco.
En el plano económico se destacan a su vez transformaciones cualitativas en el tiempo, agudizadas por la invasión de la industria forestal y la monopolización del mercado del vino, que impactan tanto en las lógicas comprensivas del sentido de subsistencia, esto es, de la diversidad productiva para el autoconsumo al monocultivo para la adquisición de dinero; en los mecanismos de intercambio, por ejemplo, del trueque a la economía monetaria; así como en los tipos de producción realizados, que transitan de ser productores de vino pipeño a productores de vino espumante o a productores de uva. Todo ello, debilitando la producción familiar y constriñendo el funcionamiento de mercados locales, representativos de las culturas campesinas.
Finalmente, la institucionalización de un discurso contemporáneo que estandariza la noción de patrimonio en torno a la tradición viñatera, pone de manifiesto la existencia de un giro en la mirada del mercado vitivinícola para efectos de su comercialización, donde se produce una especie de disección que rescata la historia legendaria del territorio y las cepas antiguas, pero anula a sus actores, el proceso productivo y todo lo que allí acontece. El abolengo del vino pipeño reaparece entonces como por arte de magia, pero esta vez alejado de las damajuanas y cañas de las añosas cantinas, llegando a ocupar un sitial en los paladares y copas de la elite. Sin embargo, se perfila un nuevo exilio para sus centenarios sostenedores, las clases campesino-populares.
En sintonía con lo anterior creemos relevante el rescate y reconocimiento no sólo de una tradición vitivinícola ancestral sino también de un sistema cultural que lo respalda con personas, familias y comunidades que desde varias centurias han elaborado este tipo de vino. Justamente, y como parte de nuestras últimas reflexiones, creemos que son ellos los llamados a administrar esta riqueza patrimonial, ya que no sólo se trata del reconocimiento de un patrimonio históricamente negado, sino también de la relevancia de que los sistemas de conocimiento producidos en el territorio sigan en manos de sus protagonistas, los/as campesinos/as, quienes le han dado cuerpo y vida a esta tradición. Desde esta perspectiva, recuperar la memoria oral en torno al vino pipeño contribuye a reescribir una historia anclada en lo hegemónico, incorporando voces no reconocidas y, por lo tanto, en peligro de ser absorbidas, asimiladas y desmanteladas.
Respecto de la cooperativización, creo que es una oportunidad y potencialidad que debe ser asumida a partir de la generación y consolidación de confianza y objetivos comunes. Experiencias cooperativistas ha habido y han dejado malos recuerdos. De hecho, se siente aún cierta reactancia hacia el cooperativismo de parte de muchos productores, otros que ya se han embarcado en esta línea hacen explícita la falta de apoyo estatal para la promoción de este tipo de estrategias.
-Respecto a la vinificación, cómo se han transformado estas técnicas y qué factores han incidido en ello. Desde cuándo y en qué contexto se incorporó el uso de productos agrotóxicos en el cultivo de vides en el valle del Itata y qué efectos ha tenido.
Las transformaciones a nivel productivo ha sido la incorporación de insumos químicos en el proceso de cultivo de las viñas, la inclusión de insumos químicos en la vinificación, la incorporación de bidones de plástico en reemplazo de las pipas y para quienes tienen mayores posibilidades económicas, la incorporación de cubas de acero inoxidable. Ahora, una de las transformaciones más complejas ha sido la orientación a la producción de uva para su comercialización a las grandes industrias vitivinícolas, y el abandono de la vinificiación por las dificultades económicas existentes, por el derrumbe de las bodegas tras el terremoto de 2010 y en general por las presiones de la agroindustria. Claramente, se evidencia un aprovechamiento hacia el territorio presionando de tal manera que se proyecta una mano de obra temporera en la producción de uva, pagada a precios miserables.
-En tus comentarios, luego de la exhibición de Pipeño, te has referido a una oposición entre el saber tradicional, no reconocido por la academia ni por la institucionalidad vinícola, y la enología. Háblanos de cómo ocurre ese fenómeno, qué factores lo provocan y cuáles son sus repercusiones en términos culturales y productivos.
Son varios los discursos que se superponen en el territorio y que se identifican como núcleos de conflicto para este mismo. Por una parte, está el discurso mayormente instalado desde el lenguaje técnico de profesionales y asesores vitivinícolas, que como política pública han fortalecido la idea del mejoramiento a partir de paquetes tecnológicos e insumos químicos propios de la "Revolución Verde". Hay otros discursos que sostienen la necesidad de recuperar el conocimiento antiguo como base y referente de lo que hoy se concibe como orgánico. Hay otros discursos que sostienen la importancia del vino tradicional, pero destacan las dificultades de entrar en el mercado y las presiones por el uso de estos agroquímicos. Lo interesante de este documental es que, teniendo un punto de vista, intenta dar cuenta de una diversidad de discursos que conforman la imagen de un paisaje cultural en tensión.
Los procesos de modernización en la agricultura desde los 60 en adelante promovieron una serie de transformaciones al interior de las comunidades campesinas que implicaron no sólo la incorporación de nuevas tecnologías sino también la imposición de ciertos paradigmas productivistas que contrastaron con la comprensión del arte agrícola como un sistema de vida. Es allí donde se instala la idea de "educación" agrícola a través de la transferencia tecnológica que desde una posición de poder instala la idea de que el "conocimiento local" no sirve, y que es necesario alfabetizar para el mejoramiento productivo. Lo que ocurre con este modelo de desarrollo para la ruralidad es una pugna por la validación simbólica de estos saberes.
-Qué esperan de este documental y cómo ha sido recibido por grupos campesinos vitivicultores y por quienes lo han podido conocer en las ciudades.
Esperamos que este documental genere preguntas y discusiones en relación a los conocimientos y prácticas productivas tradicionales en el contexto de la hegemonía global. Por sobre todo nos motivan las reacciones de los propios viñateros quienes al verlo se han sentido muy identificados. Y creo que ante todo han podido reconocer el respeto con el que fue realizado este trabajo.
Ficha técnica
Título: Pipeño. Una memoria que porfía
Duración: 52 minutos. / Color Full HD
Formato de registro: 16:9 AVCHD, 1080p (1920 x 1440)
Locación: Valle del Itata.
Subtitulado al inglés y al español.
Tomé / Chile
Realizadores:
Marcelo Gotelli: Dirección, guión, cámara y montaje
Paula Mariángel: Producción general y guión
María Victoria Hernández: Asistente de dirección, producción técnica y fotografía fija
Marcela Bahamonde: Producción en terreno y guión
Patricia Roccatagliata: Difusión y distribución
Christian Lazo: Opening 3D
Jeannette Garcés: Masterización y diseño DVD
Alejandro Mariángel: Creación e interpretación musical
Víctor Moris: Producción musical